Los años cincuenta. Tomo III, por Oscar Pino Santos

March 1, 2018 | Author: Anonymous | Category: Apuntes, Apuntes Universitarios, Economía, Historia Económica de España y Mundial
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TERCERA PARTE Los sectores económicos y sus problemas Estas páginas exponen —en selección temática realizada sólo con fines de muestreo— la situación y problemas en diversos sectores económicos. El primer trabajo se refiere a la tan antinacional como absurda política azucarera de la dictadura y la no menos lesiva de los Estados Unidos afectando esa decisiva actividad exportadora. Le siguen —siempre a guisa de muestreo— varios más sobre otros sectores (ganadería, agricultura, petróleo). Y uno denunciando el insólito caso de que en el país dejaran de cultivarse 130 mil caballerías de tierra para importar alimentos aquí producibles. Los otros dos trabajos tienen una más grave hondura: uno que constituyó entonces la primera denuncia que se hizo alertando a la ciudadanía sobre el escandaloso proyecto gubernamental de dividir la Isla en dos (Canal Vía Cuba) y otro ofreciendo un análisis de la política financiera de la propia tiranía. Se finaliza con dos más en los que se examinan algunos de los problemas de la estructura económica que explican la situación dependiente y subdesarrollada del país.

El convenio azucarero de Londres

MIENTRAS CUBA RESTRINGE SU CUOTA AZUCARERA EL RESTO DEL MUNDO LA AUMENTA Análisis del fracaso de una nueva edición del viejo y ruinoso “Plan Chadbourne”

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ace año y medio, los delegados de un grupo de naciones, entre ellas Cuba, se reunieron, en Londres para celebrar una conferencia y concertar un Convenio Azucarero Internacional, con el “objetivo de regular el mercado azucarero mundial y alcanzar un equilibrio entre la oferta y la demanda, que permita mantener el precio del azúcar entre los límites de 3.25 y 4.35 centavos por libra”. Entre los más entusiastas signatarios del Convenio, se hallaba el gobierno de nuestro país, que los señaló como el instrumento capaz de “salvar la industria azucarera cubana” de la crisis que había provocado en el mercado con su zafra récord de 7 millones de toneladas de 1952, y de mantener la economía nacional a niveles de prosperidad. Ciertamente, se reconoció entonces, el acuerdo envolvía sacrificios. La zafra de 1954 sufriría una restricción, sobre la que ya se había hecho de 2 millones de toneladas en la del año anterior. Pero, se añadía, una zafra de 5 millones de toneladas aproximadamente constituía una gran zafra y la perspectiva era que — debido al Convenio— se podrían hacer muchas más por esa cuantía y para vender a muy buenos precios. Como decíamos, ha pasado solamente año y medio desde que se firmó aquel acuerdo. Sin embargo, pese a la brevedad del tiempo transcurrido desde entonces, los acontecimientos en el campo económico durante el mismo han sido tales y tan significativos, que ya hace rato que hay elementos de juicio suficientes para analizar de manera objetiva sus resultados esenciales.

Balance del Convenio Lamentablemente, el análisis deja mucho que desear en favor del Convenio.

Durante el año y medio que ha estado vigente, ninguno de los fines por él perseguidos fue logrado. La posición de sacrificios unilaterales ha funcionado fundamentalmente contra Cuba y ha comprometido seriamente el futuro de la industria azucarera. Encima de todo esto, la economía nacional,influida decisivamente por la política restriccionista ha retrocedido de modo peligroso a los niveles más críticos. Un grupo de índices estadísticos fundamentales puede probar eficientemente todo esto que decimos. En efecto, el precio promedio mensual del azúcar en el mercado mundial estuvo en julio y agosto de 1954 varios puntos por debajo del mínimo pretendido por el Convenio. La zafra del propio año fue 250 mil toneladas más cortas que la “estable de 5 millones de toneladas” que se prometió. Y ésta que viene será aun más. El mercado azucarero no se ha estabilizado y mientras Cuba restringe y almacena más de 850 mil toneladas, la producción mundial ha aumentado de 37.3 millones de toneladas en 1952-1953 a 40.3 millones de toneladas en 1953-1954. Y esto no es todo. Según apuntábamos más arriba, la economía cubana baja velozmente a niveles críticos. Comparando las recaudaciones fiscales de los cinco primeros meses de 1952 con las de igual período de 1954, nos encontramos con que el descenso es de $167 millones a $128 millones. En el mismo tiempo, las exportaciones se recortaron de $338 millones a $250 millones. Las compensaciones bancarias de $2.096 millones a $1.861 millones. El total de salarios pagados, de $348 millones a $275 millones. En sólo un puñado de meses las campanas anunciadoras de la depresión se han puesto todas de acuerdo para tocar a rebato. Y en el centro de la conmoción, factor decisivo: el Convenio Azucarero Internacional de Londres.

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C U B A R E S T R IN G E S U S Z A FR A S ... 7 6 5 4 3 2 1 0

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Sacrificios y más sacrificios Adoptando un punto de vista razonable y acorde con los intereses nacionales, uno no alcanza a comprender, luego de analizar los resultados de este año y medio de vigencia del Convenio, qué instrumentos podrían argüir los dirigentes de nuestra política económica en favor de su mantenimiento. El Convenio sólo ha implicado sacrificios y más sacrificios para Cuba, a cambio de ninguna compensación realmente positiva. Cinco recortamientos sucesivos ha experimentado nuestra cuota de exportación al mercado mundial, en cumplimiento de acuerdos del mismo. Primero, en agosto de 1953, se nos asignó una cuota de 2 250 000 toneladas, cuando teníamos derecho a una de casi 2 600 000 toneladas por el promedio de nuestras exportaciones durante los cinco años inmediatamente anteriores al Convenio. Y a este primer reajuste siguieron otros. En diciembre del propio 1953, se reunió otra vez el Consejo que administraba la aplicación del tratado y volvió a recortar aquella cuota inicialmente reducida, dejándonos con la más raquítica de 1 912 000 toneladas. Mas ahí tampoco terminó la cosa. En mayo de 1954 se aprobó una nueva restricción y con ésta nos quedamos con el derecho a exportar solamente 1 800 000 toneladas. ¡Y siguieron los sacrificios! En septiembre hubo otra vez Consejo y otra vez acuerdo de restricción. Ocurrió sin embargo, que para entonces ya se habían agotado las facultades restrictivas de ese organismo. Entonces, se decidió pedirles a los países productores “un sacrificio voluntario”. ¡Y los delegados de Cuba aceptaron la sugerencia! Y renunciaron graciosamente a otras 116 mil toneladas de la ya cuatro veces mutilada cuota.

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De esta manera, de restricción en restricción, en un fracasado afán de mantener a toda costa unos precios que se debilitan por días, nos quedamos para 1955 con una participación en el mercado mundial que no pasa de 1 790 000 toneladas. ¡Cuota inferior en más de 800 mil toneladas al promedio de exportación de los cinco años anteriores al Convenio!

El fracaso del Convenio El propósito declarado del Convenio Azucarero era mantener la industria azucarera a niveles de producción aceptables y con precios también aceptables entre 3.25 y 4.35 centavos por libra. A los cubanos se nos dijo además que “garantizaba la estabilidad de nuestras zafras en no menos de 5 millones de toneladas”. ¿Acaso fueron logrados esos dos objetivos básicos? Es evidente que no.

Cayó la producción En primer termino, el Convenio de Londres no ha servido para que las zafras de nuestro país se mantuvieran por encima del límite mínimo prometido de 5 millones de toneladas. Por el contrario, los niveles de la producción azucarera de Cuba han ido descendiendo más y más, a virtud de las sucesivas restricciones y autorrestricciones decretadas bajo la sombra del acuerdo. En 1954, la zafra fue de sólo 4 750 000 toneladas, para usar cifras redondas, Es decir, 250 mil toneladas menos que la zafra ofrecida de 5 millones de toneladas. ¿Y qué nos espera para la zafra de 1955? En los momentos en que estamos escribiendo —31 de diciembre— aún no ha sido fijada por el Gobierno el monto de ésta. Pero desde ahora, podemos adelantar

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M illones de Tons.

… Y L O S D E M A S L A A U M E N TA N ! !

39 38 37 36 35 34 33 0

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que, de acuerdo con lo establecido, por el Convenio de Londres, la producción cubana no podrá ser superior a los 4 250 000 toneladas y que algunos expertos entienden que dentro del marco oficial de ese tratado no hay mercado para más de 3 330 000 toneladas.1 Por eso, el comentarista de una seria y conservadora revista de asuntos económicos, decía recientemente que bajo el Convenio la producción azucarera cubana estaba “rápidamente aproximándose a los años de triste recordación de la década de los 30.”2

Cayeron los precios Pero no se trata solo de la producción. El Convenio Azucarero tampoco ha podido estabilizar los precios entre el mínimo de 3.25 y el máximo de 4.35 centavos por libra como se pretendía. El precio máximo —al cabo de un año de vigencia efectiva del Acuerdo— luce hoy como algo irónico. Se fijó en 4.35 centavos. Mas ¿para qué? Un simple vistazo a la relación de precios promedios mensuales del azúcar indica que éstos nunca pasaron de 3.39 centavos. En cambio, la barrera mínima de 3.25 sí fue rota en varias ocasiones. Y tantas veces, que en todo el mes de julio de 1954 el precio del azúcar estuvo promediando 3.13 y en el de agosto 3.18. Cuando estamos redactando estas líneas el precio hace varios días está en 3.17, es decir, 8 puntos por debajo del mínimo anunciado. Entonces, para resumir: 1. El Convenio de Londres no ha servido para mantener la estabilidad de la producción azucarera cubana en 5 millones de toneladas como fue ofrecido; 2. El Convenio de Londres no ha servido para mantener los precios por encima de un límite mínimo de 3.25 centavos por libra. Y ahora, la pregunta que se cae de la mata es ésta: Y si esos dos objetivos, que eran los fundamentales, no fueron conseguidos, ¿para qué ha servido el Convenio?

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Comprometido el futuro azucarero de Cuba El descenso en los niveles de las zafras y el fracaso en el intento de mantener altos precios, no han sido las consecuencias más lesivas de la política restriccionista de Cuba. Lo peor, lo más grave, lo más trascendental, es que estos años de sacrificio han comprometido el futuro de nuestra industria azucarera en cuantía que sólo el tiempo podrá determinar. En efecto, ha sucedido que mientras Cuba ha estado restringiendo drástica e inmisericordemente sus exportaciones y su producción azucarera, en aras de la estabilización casi imposible, de un mercado en crisis, otros países se han estado aprovechando de la coyuntura para aumentar sus propias producciones de azúcar. O sea, que en tanto nosotros nos apretamos el cinto, limitando nuestras zafras y constriñendo a los límites de la ruina la economía nacional, otras áreas se expanden y desarrollan su producción y comienzan a penetrar los mercados que por derecho le corresponde abastecer a Cuba. El Convenio de Londres se ha convertido así en una gigantesca Ley del Embudo, en la que la parte más estrecha le ha tocado a nuestro país. Y la parte más ancha a los países que no quisieron comprometer su economía y su futuro, en un acuerdo antinacional, absurdo y suicida. Los siguientes datos prueban lo que estaba ocurriendo en el resto del mundo, ¡estando ya Cuba restringiendo sus zafras y en proceso de trámite o vigente el Convenio Azucarero Internacional de Londres! En los países del Continente Americano, la producción aumentó de 14 millones de toneladas largas, cifras redondas en la etapa 1952-1953 a 14 millones 200 mil toneladas en la de 1953-1954. Comparando iguales períodos también sucedió:

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3.4

E L C O N V E N IO D E L O N D R E S N O P U D O E V ITA R L A C A ID A E N E L P R E C IO D E L A Z U C A R

3.36

( P recios prom edios m ensuales delázucar en elm ercado m undialdurante 1954.“S pot”)

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3.3 3.25 3.2 3.15 3.1 3.05 3 ene

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Que la producción de las regiones asiáticas aumentó de 7 476 000 a 7 500 000. Que la producción de Australia y Polinesia aumentó de 1 078 00 a 1 443 000. Que la producción del Africa aumentó de 1 648 000 a 1 805 000. Que la producción de azúcar de remolacha europea, aumentó de 13 109 000 a 15 379 000. En resumen, la producción mundial de azúcar saltó de 37 366 373 toneladas largas en 1952-53 a ¡40 360 838 toneladas en 1953-1954.3 Y como decíamos, en tanto que esto ocurría, Cuba —la productora natural de azúcar más eficiente del mundo— se embarcaba en la aventura restriccionista más costosa de su historia. Hay que añadir, además, que la mayoría de los países que aumentaron sus producciones pertenecen al Convenio. Y que esta expansión, como luego veremos, no la están realizando a contrapelo del mismo sino cumpliendo estrictamente con sus acuerdos. ¿Cómo es posible esto? De la manera más sencilla. El Convenio de Londres, al mismo tiempo que restringe la producción de un grupo de países, entre ellos Cuba, autoriza a otros a aumentar la suya. Esto parece inconcebible, pero así es en la teoría y en la práctica. Así fue aprobado en Londres. En esas condiciones fue aceptado por los delegados de Cuba en la ocasión de celebrarse el Convenio. Y así tendremos que aceptarlo, mientras no denunciemos un tratado tan lesivo, tan tremendamente lesivo a los intereses nacionales.

Pérdidas que no se recuperan Señalábamos que la política azucarera restriccionista emprendida por Cuba hace dos años, compromete seriamente la posición futura de nuestro azúcar en el mercado mundial.

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¿Por qué? Por la incontestable razón de que, según indica la experiencia histórica, los países que aumentan su producción azucarera, aprovechando cualquier coyuntura económica favorable, jamás retroceden luego a sus niveles anteriores de producción. El ejemplo clásico que prueba la certeza de ese postulado, se halla en lo que ocurrió con la posición del azúcar cubano en el mercado norteamericano en la década del treinta. Entre 1906 y 1930, en efecto, abastecimos más del 40% de las necesidades de azúcar de Estados Unidos. En virtud de las altas tarifas, esta participación se redujo a sólo un 28% a partir del último año citado. El retroceso de Cuba, fue aprovechado entonces por otros productores —sobre todo los domésticos— que expansionaron sus industrias todo lo que pudieron. Y cuando en 1934 se revisó la participación de los distintos productores en el mercado americano, y se comenzó a establecer el régimen de cuotas, en éste quedaron reconocidos los progresos realizados por las otras áreas, a costa de la producción cubana De esta manera, a Cuba le correspondió en la distribución de la cuota general efectuada el año citado, una cantidad equivalente a sólo el 29.37% de la misma. Jamás se nos volvió a reconocer en Estados Unidos el derecho que teníamos de abastecer más del 40% del consumo, como lo habíamos estado haciendo eficientemente durante 25 años anteriores al año 1930. Esto indica, que los países que, a la sombra o fuera del Convenio de Londres, han estado incrementando su producción en los últimos tiempos, están obteniendo progresos que a la postre van a afectar la industria azucarera. El Convenio, pues, está surtiendo el efecto de dar un respiro a los posibles contrincantes de nuestro país en la lucha dentro del mercado azucarero. Y a lo que parece, este respiro lo están aprovechando muy

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bien para fortalecerse, para consolidar posiciones en el campo de la producción y las ventas, para avanzar sin treguas, mientras Cuba —atada de pies y manos por el Convenio— sigue una táctica de repliegue constante. ¿Adónde vamos a parar por este sendero?

Por qué fracasó el Convenio El fracaso que para Cuba ha significado el Convenio Azucarero de Londres no era en modo alguno imprevisible. Desde el mismo momento que se anunciaron las condiciones bajo las cuales se concertaba el mismo, voces muy autorizadas del país se levantaron para advertir al Gobierno y a la ciudadanía de su carácter negativo y de los desastrosos efectos que traería a nuestra economía azucarera. Pero esas voces no fueron escuchadas. Y el gobierno y los magnates azucareros —¡y hasta los dirigentes obreros oficiales!— volcaron carretadas de propaganda en defensa de una política restriccionista a todas luces contraria al interés nacional. Señalemos algunas de la objeciones más importantes que indicaban, desde el primer momento la inconveniencia de unir al Cuba al Convenio. 1. El Convenio suponía una restricción casi unilateral. En el mismo, se establecían restricciones en las exportaciones —y por tanto, en la producción— de un determinado número de países, mientras se daba libertad a otros —a los importadores— para aumentar su producción hasta poder abastecerse por sí mismos. Un ejemplo de cómo funcionó en la práctica este acuerdo lo tenemos en el caso de la República Federal Alemana. En una estadística4 se señala que en la temporada de octubre a septiembre 1952-1953, este país produjo alrededor de 800 mil toneladas de azúcar al tiempo que importaba más de 300 mil toneladas. Pero en la campaña siguiente, ¿qué ocurrió? Pues que su producción aumentó a casi 1 300 000 toneladas en tanto que sus importaciones se redujeron a sólo unas 52 000 toneladas. El comentarista de la estadística citada dice: “A primera vista la fuerte reducción de las importaciones resulta impresionante, lo que es atribuible al aumento que se ha producido en la producción. De Cuba, sólo 2 890 toneladas métricas de crudos y 11 mil toneladas de azúcar de consumo, fueron importadas durante el año campaña 1953-1954 mientras que en el de 1952-1953 entraron de dicho país 175 707 toneladas de crudos. Así es como el Convenio de Londres permite que vayamos perdiendo mercados. 2. El Convenio contenía concesiones al Reino Unido, lesivas para nosotros. El Convenio aceptó los planes de la Mancomunidad Británica de expandir

su producción hasta llegar a autoabastecerse. En concreto, el Convenio autorizaba a los países del área inglesa a aumentar en ¡750 mil toneladas! sus exportaciones, a costa de las exportaciones de Cuba y otros países. 3. Las cuotas básicas de exportación no se fijaron sobre bases equitativas. Durante los cinco años anteriores al Convenio, Cuba había estado exportando un promedio de 2 851 091 toneladas de azúcar. Sin embargo, al ser firmado el acuerdo resultaba que se concedía una cuota básica de sólo 2 250 000 toneladas (que merced a sucesivas restricciones ha quedado aproximadamente en 1 750 000 toneladas). En cambio, a Santo Domingo que, durante los cinco años citados, sólo exportó un promedio de 447 661 toneladas, ¡se le adjudicó una cuota básica de exportación de 600 mil toneladas! Las cifras de producción recientes de Santo Domingo, igual que las de las áreas de la Mancomunidad Británica, demuestran cuán eficientemente están aprovechando estas posibilidades de expansión que les da el Convenio. 4. El Convenio dejó fuera a importantes países productores de azúcar. Perú, Java y Alemania Oriental, por ejemplo, no están incluidos entre los países signatarios del acuerdo. Consecuentemente, no están sujetos al relativo control del Consejo Azucarero Internacional que administra el Convenio. Y sus producciones pueden expansionarse libremente, aprovechando entre otras cosas la restricción aplicada a algunos de los firmantes del mismo. Esta circunstancia, es la que le imprime su carácter unilateral al Convenio, que en este sentido tiene el mismo defecto —además de los mencionados— que el fatídico Plan Chadbourne que en la década del treinta llevó a Cuba y a otros países a la ruina, precisamente, porque aplicaba la restricción a un grupo de países, mientras que a otros les dejaba en libertad para expansionarse. El ejemplo gráfico lo tenemos ahora con el caso de Indonesia. Indonesia no firmó el Convenio Azucarero de Londres. Y así de libre y con las posibilidades que le brindan algunos países restriccionistas, ha aumentado su producción de 460 mil toneladas (1951-1952), a 618 mil (1952-1953) y a 725 mil (1953-54).

No aprendieron la lección histórica Los rectores de la política económica de Cuba, cuando firmaron el Convenio de Londres, olvidaron o quisieron olvidar la amarga experiencia que ya tuvo una vez nuestro país, cuando hace veinte años se embarcó en un aventurado plan de estabilización del mercado mundial azucarero que envolvía sacrificios unilaterales. Allá por 1930, en efecto, la aprobación por Estados Unidos de una nueva y alta tarifa proteccionista (la

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Hawley-Smoolt) y la acumulación de sobrantes en cantidades cada vez mayores, llevó a un grupo de hacendados cubanos a esforzarse por lograr convenios de estabilización en el mercado mundial. Estas gestiones condujeron a la constitución de un comité cubanonorteamericano, que propuso la segregación de los sobrantes existentes en Cuba y la gestión de acuerdos internacionales capaces de restringir la producción de los países exportadores de azúcar a las necesidades reales del mercado, evitándose los excedentes y la caída en el precio. El plan se hizo famoso con el nombre de uno de sus promotores, un abogado norteamericano de apellido Chadbourne, y culminó en una Ley del Congreso de Cuba y en un Convenio Azucarero Internacional que fue firmado en Bruselas en el mes de mayo de 1931. De acuerdo con el “Plan Chadbourne”, Cuba limitó sus exportaciones de azúcar al mercado mundial en 1931 a sólo 650 mil toneladas, y en los cuatro años subsiguientes a 850 mil toneladas. Otros países signatarios del Convenio también restringieron drásticamente sus exportaciones y consecuentemente su producción. El caso más ejemplar fue el de Java, que contrajo su producción en un 82%. Cuba lo hizo aproximadamente en un 51%. Hay pocos ejemplos en la historia de las relaciones económicas internacionales de un sacrificio tan brutal. Durante los cinco años de vigencia del Plan Chadbourne, en Cuba se vivió en un régimen de penuria tan creciente, que la desesperación popular desbordó en los años 33 y 34, provocando las intensas crisis políticas de entonces. Desde luego, no estamos significando que el “Plan Chadbourne” fue el directo causante de aquella situación. Pero sí queremos destacar que la política restriccionista preconizada por el mismo contribuyó de modo decisivo a agravar la crisis, provocada por el derrumbe azucarero que precisamente se esforzó en evitar. Las cosas en el “Plan Chadbourne” salieron al revés de como se esperaban. En primer término, si bien “consiguió alguna reducción en los pesados excesos de existencias que habían sido un factor depresivo del precio mundial del azúcar muy importante, en cambio, esta reducción del sobrante fue mucho menor de lo que se había perseguido. Las existencias mundiales de azúcar se redujeron solamente desde la cifra récord de 13 845 000 toneladas del año 1931 a 10 072 000 toneladas que había aún cuatro años después, al expirar el plan”. 5 Pero el fracaso no estribó sólo en eso. El “Plan Chadbourne” no pudo evitar que los precios descendieran a los niveles más indeseables. Y, lo que es peor, tampoco pudo obtener su objetivo de lograr un control efectivo del mercado mundial azucarero, mejorando la posición de los países adheridos al mismo. Por el contrario, al expirar el plan, los países que lo repudiaron negándose a suscribirlo habían

mejorado notablemente su situación, a costa de los países signatarios. “Como resultado” se dice en la misma obra antes citada, “las exportaciones netas de las naciones del Chadbourne alcanzaron solamente a un 62.5% del total de las exportaciones mundiales durante el período 1932-1935, participación muy inferior al 82% que había alcanzado en el mismo mercado durante el período 1925-1929. Pero además, la participación de los restriccionistas en la producción mundial declinó aún más agudamente: de un 45% en 1925-1929, a un 26% en el período 1931-1935”.

A qué se debió el fracaso El “Plan Chadbourne” fracasó “a causa, entre otras razones, de que no logró la adhesión de todos los países productores”. 6 Era un plan de sacrificios unilaterales y desde su mismo inicio infinidad de personas avisadas entrevieron que no tenía la menor posibilidad de triunfar. No se puede controlar un mercado tan vasto y complejo como el azucarero, poniendo de acuerdo a un grupo reducido de exportadores, y dejando en libertad a todos los demás para que hagan con su producción lo que les venga en ganas. Al finalizar el “Plan Chadbourne”, resultó que los países que se vincularon a él habían reducido su producción de 11.5 millones de toneladas de azúcar (1931) a 6.6 millones de toneladas (1936). Mientras tanto, los países que no se le adhirieron la habían aumentado de 16.3 millones a 20.3 millones, en igual período. Es decir, que lo que dejaban de producir los restriccionistas, lo estaban produciendo los no restriccionistas. ¡Igual que ahora! ¿Por qué los rectores de nuestra política económica de hoy no aprovechan esa aleccionadora experiencia histórica?

16 de enero de 1955, pp. 46-49 y 97

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Revista Azucarera de Mendoza. Diciembre de 1954. Periódico El Mundo. 2 Revista Cuba económica y financiera. Noviembre de 1954, p.39. 3 Weekly Statistical Sugar Trade Journal. Noviembre de 1954. 4 Cuba económica y financiera. Noviembre de 1954, p.47. 5 Cartels in Action. Por George Stocking y Myron Watkins . Twentieth Century Foundation, Nueva York.

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EL CONVENIO DE LONDRES : UNA NUEVA EDICIÓN DEL VIEJO Y RUINOSO “PLAN CHADBOURNE” Desesperados por la baja del precio del azúcar y la aparición de enormes “sobrantes” de producción, un grupo de naciones —entre ellas Cuba— firmó en mayo de 1931 un acuerdo internacional conocido con el nombre de “Plan Chadbourne”, comprometiéndose entre otras cosas, a limitar de manera sustancial sus producciones respectivas de azúcar, con el fin de estabilizar el mercado. Aquel Plan culminó en un ruidoso y lamentable fracaso. Al cabo de cinco años de aplicación, resultó que no había levantado los precios, que no había eliminado completamente los sobrantes y que no había estabilizado el mercado. La causa fundamental de aquel fracaso residió en que el acuerdo tuvo un carácter unilateral. Es decir, el Plan Chadbourne fue aplicado por un grupo de productores a él adheridos, mientras que otros fabricantes de azúcar quedaban en libertad para exportar lo que quisieran, porque no se habían vinculado a él. Los resultados eran así previsibles. Cuba, Java y otros países signatarios del “Plan Chadbourne” se autorrestringían, quedaban atados de pies y manos, en tanto que otros países aprovechaban la oportunidad para expandir sus producciones y ocupar en el mercado las posiciones voluntariamente abandonadas por los restriccionistas. Las siguientes cifras dan una idea de las consecuencias de aquel sacrificio unilateral :

PRODUCCIÓN 1930-1931

1935-1936

Países adheridos al “Plan Chadbourne”

11 466 614

6 685 376

Países no adheridos al “Plan Chadbourne”

16 386 707

20 343 280

En otras palabras: los países restriccionistas bajaron su producción durante los cinco años de vigencia del plan en 4 781 238 toneladas métricas. En el mismo período de tiempo, los países no adheridos aumentaban su producción en 3 956573 toneladas métricas. ¡Lo que significa que, mientras unos países restringían, otros se aprovechaban de la oportunidad para desplazarlos del mercado! Al cabo de veinte años estamos enfrentando una situación similar. El Convenio Azucarero Internacional, firmado en Londres el pasado año por Cuba, tiene el mismo defecto del “Plan Chadbourne”: no incluye a todos los países productores de azúcar. Así, en tanto que un grupo de países ha aceptado someterse a las regulaciones del Convenio, otro grupo no lo ha aceptado, y ha quedado en libertad de producir, exportar y vender todo el azúcar que le convenga. Pero no es sólo eso. El Convenio de Londres —que son sus segregaciones y restricciones no es más que una reeditación del “Plan Chadbourne” —envuelve para Cuba sacrificios unilaterales más lesivos que los del programa de los años treinta. En éste, se expansionaron solamente los productores no signatarios del mismo. El que ahora se nos ha impuesto, el Convenio de Londres, permite que se expansionen no solamente los países no signatarios del mismo, sino también muchos de los que lo han firmado. Los ejemplos más típicos son Inglaterra y Santo Domingo, a los que el Convenio autoriza para aumentar su producción azucarera en cientos de miles de toneladas durante los próximos años. Es decir, que el Convenio de Londres es algo mucho peor que el “Plan Chadbourne”, con todo y lo que aquél significó de empobrecimiento y miseria para nuestro país y con todo y la irreparable lesión que nos produjo en nuestra posición en el mercado azucarero mundial. Es un arma de doble filo, y de dos filos que cortan contra Cuba. ¿Por qué empecinarse en mantener nuestra adhesión a un tratado así de lesivo a los intereses nacionales ? ¿No es ésa una política suicida para el país ? ¿Y por qué no rectificar ? Quizás aún estemos a tiempo.

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Las relaciones cubanonorteamericanas

LA CUOTA AZUCARERA DE CUBA EN ESTADOS UNIDOS “Déjese lo secundario, lo episódico, a un lado. Hágase abstracción de las especiales circunstancias políticas o económicas que rodearon cada caso de agresión a la economía y el azúcar cubano. Olvídense los nombres de Fordney-McCumber, Hawley-Smoot, Jones-Costigan, Ellender. Y examínese entonces objetivamente el sistema de relaciones cubanonorteamericanas durante los últimos cincuenta y tantos años. ¿Qué es lo que se encuentra? Pues siempre, así desnudada, una línea de conducta indoblegable que con mano de hierro ha aplicado a Cuba tarifas, leyes y convenios del todo contrarios al interés y el progreso nacional.”

Cuota y monocultivo

A

despecho de lo asegurado por algunos voceros oficiales y por algunas noticias cablegráficas alentadoras de la semana pasada todo parece indicar que la cuota azucarera de Cuba en el mercado norteamericano está corriendo verdadero peligro. El proyecto de revisión de la “Sugar Act” que inicialmente anunció presentaría al Congreso de Estados Unidos el senador Allen J. ElIender, supone que al menos “la mitad” de los aumentos anuales de la cuota azucarera de ese país, que prácticamente hoy corresponden a Cuba, se repartirá entre los productores domésticos norteamericanos y que de la otra mitad también se segregarán cantidades para Hawaii, Puerto Rico e Islas Vírgenes. México también está reclamando ahora su puesto en la mesa. Esta agresión a los derechos históricos de Cuba, implícita en el proyecto del senador Ellender tiene trascendental importancia. En primer término, de ser aprobado, tendría efectos verdaderamente desastrosos en la economía nacional. En segundo término, supone una nueva e insoportable reafirmación de la política de beneficios unilaterales que ha estado normando durante cincuenta y tantos años las relaciones comerciales cubanonorteamericanas. Veamos: No somos los cubanos los culpables de que la defensa de nuestra cuota azucarera en los Estados Unidos se haya convertido en cuestión verdaderamente vital para el país. Si la economía de Cuba, impulsada por los propios intereses norteamericanos no se asentara en el monocultivo azucarero, una rebaja más o menos sustancial de las exportaciones nacionales al mercado norteño no sería tan lesiva, porque tendríamos otros recursos para compensarla. Pero ocurre que, a través de los últimos cincuenta años, el proceso histórico de las relaciones comerciales entre Cuba y los Estados Unidos se ha desenvuelto siempre

en el sentido de atar la Isla cada vez más a la monoproducción citada. Y ahora, al cabo de medio siglo de desarrollo republicano, a todo lo largo del cual hemos estado renunciando una y otra vez a nuestras posibilidades de diversificación económica en favor del azúcar, encontramos que la economía cubana se encuentra unilateralmente supeditada a ella y que la más mínima lesión que la afecte se refleja profundamente en todas las demás actividades del país. Es evidente que los máximos beneficiarios de esta situación han sido los Estados Unidos. Empresas de ese país han percibido lo mejor de las ganancias producidas por la industria azucarera de Cuba. Exportadores de sus cuarenta y ocho estados han encontrado que, año tras año, esta nación ha yugulado sus posibilidades de expansión industrial y agrícola, para dejarles a ellos un mercado abierto, prácticamente sin competencia, en que colocar cómodamente sus productos. En la guerra y en la paz, en la abundancia y en la escasez, los Estados Unidos han podido contar con Cuba para un abastecimiento sin flaquezas de todas sus necesidades azucareras. Pero esta situación tiene sus antecedentes.

En 1902 hicimos el primer aporte En 1902 el gobierno de Cuba estampó su firma en un Tratado de Reciprocidad con Estados Unidos, cuyo objetivo fundamental era abrir las puertas de nuestro país al capital y las mercancías norteamericanas, en tanto que se las cerraba a los demás países del mundo. Este tratado de “reciprocidad”, que le costó en cierto modo a Cuba la frustración de los ideales de independencia económica y política por los que había peleado en dos sangrientas guerras, fue el primer aporte nuestro a un sistema de relaciones, cuya esencia siempre fue el sacrificio unilateral de los intereses nacionales cubanos. Y a este primer aporte siguieron otros.

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Dos veces (1902 y 1934), Cuba ha entregado a Estados Unidos— con garantía de convenios permanentes— sus riquezas, su mercado y su futuro económico. Dos veces (Primera y Segunda guerras mundiales) Cuba ha garantizado a esa nación sus vitales abastecimientos de azúcar. Y año tras año, durante medio siglo, Cuba se ha impuesto barreras infranqueables al desarrollo de su progreso para brindarle a las exportaciones de esos vecinos un mercado libre, fácil y lucrativo. Pero, a cambio de tan generosas concesiones, ¿qué ha recibido Cuba en pago?

La Primera Guerra Mundial El 6 de abril de 1917 los Estados Unidos entraron en la Primera Guerra Mundial en calidad de beligerantes, al declararle la guerra a Alemania. Al día siguiente, el presidente Menocal dirigió un mensaje a su Congreso en el que aconsejaba hacer lo mismo. Cuba fue, así, la primera nación que siguió a los Estados Unidos en su ingreso en un conflicto que llevaba tres años destrozando a Europa. Los ojos del vecino se volvieron en seguida para nuestra pequeña isla.

Como decía un comentarista “para ganar la guerra había que dominar el azúcar. Y para dominar el azúcar había que entenderse con Cuba”.1 Entonces, el gobierno norteamericano fijó un precio de 4.62 centavos (LAB) para el azúcar de Cuba, mucho más bajo que el que ésta hubiera podido obtener vendiendo libremente en el mercado mundial. No obstante, Cuba aceptó el sacrificio, en aras de los “tradicionales lazos de reciprocidad”. Y no sólo vendió el azúcar a ese bajo precio, sino que aumentó su producción en más de 1 500 000 toneladas, para cubrir eficientemente las necesidades norteamericanas (¡en

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tanto que las áreas productoras a las que ahora Ellender quiere favorecer, la reducían en más de 120 mil toneladas!).

Nos apretamos el cinto

En 1934 Cuba tornó a sacrificarse. (Mas, hagamos aquí una pequeña digresión. Hemos dicho “Cuba tornó a sacrificarse”. Y esta forma generalizada de hablar no es desde luego correcta. Cuba no se sacrificó: ¡la sacrificaron!, que no es lo mismo. Si el lector acostumbra a identificar la palabra Cuba con la idea de Patria, de Nación o de Pueblo, sepa que la Patria, la Nación y el Pueblo fueron ajenos totalmente a la entrega vergonzosa y claudicante que del futuro nuestro hicieron los círculos dominantes del país en 1902 y en 1934.) Y ahora prosigamos. En 1934 a Cuba se la sacrificó nuevamente. Firmóse entonces un nuevo Convenio Comercial con los Estados Unidos, más lesivo aún para los intereses nacionales que el de 1902. Por este Convenio (¡también de “reciprocidad”!), a cambio de concesiones mínimas al azúcar, Cuba hizo extraordinarias rebajas en los aranceles de aduana a las mercancías norteamericanas. Estas rebajas no iban solamente contra los productos de otros países que pudieran haber sido importados por el nuestro, sino contra los artículos que se podían haber producido aquí mismo en Cuba. En el fondo, el tratado suponía una renuncia total de parte nuestra a todo plan de desarrollo y diversificación industrial.2 Y tanto éxito tuvo en sus objetivos el tratado, que la participación de los Estados Unidos en el mercado cubano aumentó de un 63.7% (período de 1902 a 1934) a un 77.9% (período de 1934 a 1952), según un documento oficial del actual gobierno de Cuba.3

Pero la vinculación de Cuba a los Estados Unidos tuvo otras consecuencias a causa de la guerra, que fueron en detrimento de la primera. Debido al tremendo peso que tienen los productos importados norteamericanos en el mercado nacional, ocurrió que los cubanos tuvimos que sufrir los terribles efectos de la inflación de precios que se produjo en Estados Unidos a partir del conflicto bélico. Es decir, que al exportarnos sus mercancías, también nos exportaban su inflación. Ello explica el alza brutal experimentada por el costo de la vida en Cuba durante los últimos años. En cuanto a los alimentos, el alza implicó aumentos que en muchos casos han pasado de un 400 y un 500 por ciento. Pero lo más notable de esta situación, lo que refleja mejor la índole real del sistema de “reciprocidad” que nos tiene atados, es la circunstancia de que mientras el costo de los productos agrícolas y manufacturados que los Estados Unidos nos exportan ha aumentado vertiginosa y firmemente, el precio promedio del azúcar que les hemos estado vendiendo se ha mantenido estable durante largos períodos de tiempo (o ha tenido bajas terribles). Un ejemplo pondrá al alcance del lector esta situación. En 1936 el precio del arroz procedente de Estados Unidos era de 2.00 centavos por libra (CIF). Este año, el azúcar estaba, en iguales condiciones, a 2.69 centavos. Pues bien, en 1953, el precio promedio del azúcar en el mercado americano era de 5.42. Es decir, se había duplicado apenas, con relación a diecisiete años atrás. En cambio, el precio del arroz nos lo habían subido en igual período a 10.40 centavos por libra: ¡se había quintuplicado! 4

Y vino la Segunda Guerra

La otra cara de la medalla

Otra vez, en 1941, los Estados Unidos se vieron envueltos en una guerra mundial. Y otra vez, como en 1917, sus miradas se volvieron a Cuba en demanda de ayuda. Tampoco falló la isla. Y así, según destaca en el documento antes citado,3 de “1941 a 1946, mientras la producción azucarera mundial se reducía en 11.270,000 toneladas cortas, la producción de Cuba aumentaba en 1.742,000 toneladas, reduciendo el déficit a sólo 9.528,000 toneladas cortas. A pesar de esta aguda crisis en el abastecimiento mundial de azúcar, Cuba mantuvo sus precios bajos en 2.65 libra (LAB, 96 grados), durante los años 1942, 1943 y 1944”. O lo que es lo mismo, que Cuba renunció a ganar decenas de millones de pesos en el mercado mundial, para convertirse en exclusivo económico abastecedor de los Estados Unidos.

Dos veces (en 1902 y en 1934), Cuba ha entregado, con garantía de convenios permanentes, sus riquezas, su mercado, su futuro económico. Dos veces (Primera y Segunda Guerras Mundiales) Cuba ha garantizado a esa nación sus vitales abastecimientos de azúcar. Año por año, a través de medio siglo, Cuba se ha puesto a sí misma barreras infranqueables al desarrollo y al progreso, para brindarles a las mercancías vecinas un mercado libre, fácil, lucrativo. Y a cambio de tan liberales concesiones ¿qué ha recibido en pago nuestra isla? Helo aquí, en relación suscinta: ¡En 1921 los derechos del azúcar cubano en los Estados Unidos se elevaron de 1.0048 a 1.60 centavos por libra. En septiembre de 1922 esta imposición se elevó a 1.7648 centavos (Tarifa Fordney-MacCumber). En 1930 se estableció la todavía más brutal de 2.00 centavos por

1934: otro sacrificio

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libra (Tarifa Hawley-Smoot). En 1934 se aprobó un sistema de cuotas que redujo la participación de Cuba en el mercado azucarero de los Estados Unidos a un 28%, cuando tenía derecho a un 50% (Ley de Cuotas Costigan-Jones). En 1937 se redujo a sólo 375 mil toneladas la cantidad de la cuota de crudos que Cuba podía exportar refinada a esa nación. En 1951 se modificó la Ley Azucarera de 1948 y se le arrebataron a Cuba 246 mil toneladas de su cuota, y se redujo su participación en el mercado estadounidense de un 98.6% a un 96%. En 1955 se ha aparecido el senador Ellender, con un proyecto de Ley que significa una nueva y fatal agresión a la cuota azucarera cubana en el mercado de los Estados Unidos. Y en la lucha contra ese proyecto estamos hoy.

No es un caso accidental Pero como hemos visto, el proyecto de Ellender no es un caso excepcional. Por el contrario, y eso es lo que hemos querido apuntar en este trabajo, la nueva agresión contenida en sus planes es un simple episodio, un accidente más, en todo un largo proceso de relaciones comerciales entre dos países, en el que los beneficios siempre han estado unilateralmente de parte de uno de ellos. Déjese lo secundario, lo episódico a un lado. Hágase abstracción de las especiales circunstancias políticas o económicas que rodearon cada caso de agresión a la economía y el azúcar cubano. Olvídense los nombres de Fordney-MacCumber, Hawley Smoot, JonesCostigan, Ellender. Examínese entonces objetivamente el sistema de relaciones cubanonorteamericanas durante los últimos cincuenta y dos años. ¿Qué es lo que se encuentra? Pues siempre, así desnudada, una línea de conducta indoblegable que con mano de hierro ha aplicado a Cuba tarifas, leyes y convenios del todo contrarios al interés y al progreso nacionales.

El verdadero planteamiento Y no se diga que éste no es el momento oportuno de examinar tales hechos. Ningún momento más oportuno para hacerlo. Porque si algo aleccionador hay en el análisis de las relaciones comerciales cubanonorteamericanas es, precisamente, la realidad de que a base de claudicantes concesiones no se consigue otra cosa que nuevas exigencias y cada vez más lesivas agresiones. Así, la actual defensa de la cuota de Cuba no puede basarse sino en el reconocimiento de que el trato entre ambos países ha sido tremendamente desigual. Y que al cabo de cincuenta y tantos años de oneroso resistir, nos disponemos a levantar cabeza para exigir firmemente un replanteo a fondo en las relaciones económicas de las dos naciones.

Los derechos históricos Cuba tiene el derecho histórico de abastecer no menos del 50% del consumo de azúcar de Estados Unidos, proporción que le fue rebajada hasta un 28% en la Ley de Cuotas de 1934. El 50% y no menos, fue la participación de Cuba en el suministro de azúcar a ese país, durante los treinta años anteriores a la imposición de la tarifa Hawley-Smoot. Cuba tiene derecho a que su azúcar le sea recibida en forma refinada en el mercado americano. Esa disposición que determina que no enviemos un solo grano más luego de 375 mil toneladas, en forma de refino, es un cuño que tenemos que quitarnos de encima, a costa de un grupo de intereses egoístas, y en favor de nuestro pueblo y del propio pueblo norteamericano. Cuba, finalmente, tiene derecho a que el trato que Estados Unidos va a dar a su azúcar, conste en un convenio permanente, que no pueda ser modificado de modo unilateral. Ahora, el trato que ha de recibir nuestro producto depende del Congreso norteamericano, que promulga a ese respecto leyes a corto plazo. De esa manera, cada tres o cuatro años, se promulga una nueva ley o se modifica la anterior, para sacrificar a Cuba en favor de otras áreas más influyentes.

Una cuestión nacional Más o menos, son esas demandas precisamente las que ha elevado el gobierno de Cuba al de Estados Unidos, en una exposición que fue llevada por una comisión oficial a fines del pasado año. Y como que son justas, y responden a los intereses nacionales, nadie puede objetarlas. En lo que sí puede hacerse una crítica, y muy seria por cierto, es en la forma en que se ha estado conduciendo la defensa de tales derechos. Hasta ahora, toda la movilización oficial ha consistido en enviar comisiones a Washington, en realizar entrevistas a puertas cerradas, en pagar a determinados “lobbysts”5 del Congreso norteamericano, para que gestionen contactos influyentes en favor de Cuba, y a levantar una campaña entre los exportadores de mercancías a nuestro país en contra del proyecto de Ellender. Pero lo fundamental no se ha hecho. Lo fundamental es movilizar a toda la opinión pública de Cuba en favor de esa serie de reivindicaciones nacionales que son: el aumento de nuestra cuota de azúcar, el derecho a que la misma, sea recibida en forma refinada, el derecho a que las relaciones azucareras sean objeto de convenios firmes y permanentes y no el juguete de un grupo de poderosos intereses que la modifican a su antojo cada tres o cuatro años. Mas, como decíamos, no se ha querido plantear el asunto así. Se ha preferido —¡grave error que condena de antemano al fracaso toda gestión de esa envergadura!— desvincular al pueblo cubano de la

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lucha. Y todo se ha llevado por el camino de la antesala, de la gestión privada y oficiosa, del contacto personal más o menos eficaz. La única campaña que se ha sacado a la calle es la realizada entre los exportadores norteamericanos. Pero esa campaña se realiza utilizando un argumento de doble filo y, en todo caso, un argumento secundario. En fin, ojalá que nos equivoquemos. Pero cien a uno apostamos que, en esa dirección, la justa batalla de Cuba está perdida.

13 de febrero de 1955, pp. 46-48

1

Leland Jenks. Nuestra colonia de Cuba. Madrid, 1929. Hace varios meses, el actual Ministro de Hacienda de Cuba doctor Gustavo Gutiérrez, expresó en una mesa redonda televisada que el “Convenio de 1934 había sido una peripecia desastrosa para Cuba”. 3 Memorandum regarding the sugar cuota for Cuba in The United States. Instituto Cubano de Estabilización del Azúcar, noviembre de 1954. 4 Juan de Dios Tejada. II Forum en Defensa del Azúcar. Universidad Central de Las Villas. 5 “Lobbyst” (de “lobby”, antesala) es el término que se utiliza en Estados Unidos para designar a determinados individuos con relaciones políticas, cuya profesión consiste en influir en los congresistas norteamericanos. Se asegura que el gobierno de Cuba le ha dado $375 mil a una firma de “lobbyst” de Estados Unidos, para defender la cuota azucarera. 2

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¿DONDE ESTÁ LA “REClPROClDAD”? “En 1953, la participación de Cuba llegó a sólo el 32% del consumo de azúcar en Estados Unidos, que alcanzó la cifra de 8.400,000 toneladas cortas. Las exportaciones de Cuba llegaron a 2.716,000 toneladas cortas, que es menos que el promedio de 3.000,000 exportado durante la década del 20. En términos absolutos, la cifra de 1953 es casi 900 mil toneladas cortas menos que la de 1929. En términos relativos, la reducción de nuestra participación es más que una tercera desde que el porcentaje bajó de un 52% hasta un 32%.” “EXACTAMENTE LO CONTRARIO HA OCURRIDO CON LA PARTICIPACION DE LOS PRODUCTOS NORTEAMERICANOS EN EL MERCADO CUBANO.” “Antes de 1934, las compras de Cuba a Estados Unidos fueron aproximadamente un 50% del total de sus importaciones, y antes de la Segunda Guerra Mundial los Estados Unidos controlaban ya hasta el 80% de las importaciones de Cuba. En resumen, puede decirse que de 1929 a 1933, mientras Cuba veía declinar su participación en el mercado azucarero norteamericano, en términos absolutos, por no menos de 900 mil toneladas, y en términos relativos de un 52% a un 32% del consumo norteamericano, la participación de los Estados Unidos en el mercado cubano aumentó en términos absolutos, y en términos relativos de $127.1 millones a $370.2 millones, y de un 58% a un 76% del total de las importaciones de Cuba.” (Documento oficial del Gobierno de Cuba al de Estados Unidos. General Statement presented by Cuba regarding its relation with the United States ).

Algunos sectores en Cuba han Estados Unidos no representa pérdidas de venta (entre 1956 —mucho más, sin se tienen en

hecho esfuerzos denodados pretendiendo demostrar que la nueva Ley Azucarera de perjuicio alguno para nuestro país. Sin embargo, lo cierto es que esa Ley implica y 1960) de casi millón y medio de toneladas con un valor de más de $150 millones cuenta los efectos multiplicadores que representan en los ingresos nacionales esos dólares adquiridos en la exportación.

UNA GRAVE LESIÓN A LA ECONOMÍA: LA REBAJA DE LA CUOTA AZUCARERA Superado parcialmente el período de censura a la libre emisión del pensamiento, debemos reiniciar el interrumpido diálogo con los lectores con la exposición de lo que significa para Cuba la rebaja de la cuota azucarera de Cuba en el mercado norteamericano. Algunas personas han pretendido disminuir en sus apreciaciones las lesivas consecuencias que traerá para Cuba la vigencia de la nueva Ley Azucarera, que contiene no sólo la cláusula de esta rebaja de la cuota sino otras también lesivas para nuestro país. Sin embargo, nadie podrá refutar el hecho de que tal nueva pragmática azucarera, además de la burla de ciertos compromisos internacionales, supone una pérdida material para Cuba de un millón y medio de toneladas de azúcar durante los próximos cinco años.

L

os cables del pasado 13 de mayo trajeron la noticia: el Congreso de los Estados Unidos, por aclamación, había aprobado una nueva Ley Azucarera por la que, entre otros, se le cercenaba a Cuba el derecho a suministrar hasta el 96% de los aumentos de consumo del dulce en el mercado norteamericano, reduciéndolo a la ínfima cuantía del 29.5%. La noticia circuló rápidamente por toda Cuba, provocando una reacción nacional de protesta. Ciertamente, algunos sectores interesados —amparándose en la censura de la prensa existente, la cual impedía a los comentaristas independientes desarrollar cualquier labor

de esclarecimiento— se dieron a la tarea de lanzar versiones deformadas, tendentes a presentar bajo un tinte rosáceo y sin importancia el verdadero contenido de esta nueva Ley Azucarera. Más, a pesar de ello, no se pudo evitar que una ola de indignada inconformidad sacudiera la nación cubana, como ocurre siempre que se recibe una agresión injusta, y sobre todo cuando la víctima se halla en la más inerme indefensión. He aquí una exposición objetiva de las verdaderas implicaciones de la nueva pragmática azucarera norteamericana, la cual ha de representar para Cuba

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una pérdida de ventas del dulce en los próximos cinco años ascendente a más de millón y medio de toneladas de azúcar.

Flagrante agresión Mirada más objetivamente posible, esa nueva Ley Azucarera aprobada por el Congreso de los estados Unidos y sancionada por su poder ejecutivo constituye una flagrante agresión contra toda una serie de derechos históricos ganados por Cuba a través de años de relaciones comerciales con ese país. Hasta 1930, aproximadamente, nuestra Nación estuvo suministrando alrededor del 50% del total de los consumos de azúcar norteamericano. Desde entonces, varias tarifas y cotas injustas le fueron reduciendo esa participación, al extremo que en los últimos años, y salvo excepciones, ésta ha fluctuado entre el 28 y el 34%. Dadas las peculiares relaciones comerciales existentes entre Cuba y los Estados Unidos -caracterizada por su carácter unilateral favorable a este último- y muy especialmente debido al papel jugado por Cuba como abastecedor del azúcar del aquél durante la Segunda Guerra Mundial, al término del conflicto bélico se convino en que lo menos que se podía hacer en beneficio de la Isla era reconocerle su derecho histórico a abastecer hasta el 50% de las necesidades del mercado azucarero norteamericano. Pero una cosa son las promesas y otras los hechos. Y así, cuando en 1948 se aprobó una Ley Azucarera en los Estados Unidos, en ellas se le otorgó a nuestro país una cuota básica que no representaba ni de lejos el monto total de aquélla a la que tenía derecho. Pero acallar la legítima protesta cubana, entonces de introdujo en la citada Ley Azucarera una cláusula según la cual a Cuba se le reconocía el derecho de suministrar el 98.6% de los aumentos de consumo de azúcar en el vecino país. Aclaremos que el mercado azucarero norteamericano es un mercado expansivo. Es decir, el consumo del dulce tiende a incrementarse a un ritmo que se calcula varia entre 135 y 150 mil toneladas por año. El hecho de que se le concediera a Cuba el derecho de suministrar el 98.6% de esos aumentos era conveniente en el sentido de que año por año, dado que los demás suministradores permanecían contenidos en su posición, la Isla iba a ir ganado terreno hasta al cabo de cierto tiempo, reconquistar su histórica posición de abastecedora principal de azúcar de los Estados Unidos. La ansiada participación del 50%, por este medio, tardaría, pero en definitiva habría de producirse.

Primera violación Cuba aceptó buenamente aquella transacción.

Empero no pasó mucho tiempo sin que aquel solemne compromiso se convirtiera en papel mojado. Y en 1952 se produjo una nueva modificación de la Ley Azucarera de 1948, según la cual no solo se le arrebatan a Cuba 246 mil toneladas de su cuota, sino que se le rebaja también su derecho a participar en los aumentos de consumo de un 98.6% a sólo un 96%. Fué la primera violación de un convenio más moral que escrito celebrado con Cuba años antes.

La nueva ley Así las cosas, desde 1954 los productores de azúcar de caña y remolacha norteamericanos desataron una ofensiva congresional, - a cuyo frente se hallaba el senador Allan J. Ellender encaminada a lograr una nueva modificación de la Ley Azucarera vigente, con el fin de aumentar su participación en el citado mercado a costa de la participación de Cuba. A tal efecto, se presentó un proyecto de Ley en la Cámara de Representantes de ese país, según el cual, luego de complicadísimos rodeos, el derecho de Cuba a participar en un 96% en los aumentos de consumo de azúcar norteamericano se contraía a una porción ínfima. El proyecto fue aprobado y pasó al Senado. Y el Senado estuvo conforme en su intensión fundamental: rebajar la cuota a Cuba, aunque discrepó en la cuantía de la rebaja y en la forma en que se distribuiría el saldo azucarero restante. Por fin, nombróse una Comisión Mixta de senadores y representantes, discutiéndose las diferencias, y llegóse al acuerdo de aprobar una nueva Ley Azucarera, para regir con carácter retroactivo desde 1° de enero de 1956 hasta 31 de diciembre de 1960, y de acuerdo con lo cual el derecho histórico de Cuba de suministrar hasta el 96% de los aumentos de consumo quedaba archivado definitivamente, si bien, como suerte de gracia, no se liquidó por completo. La segunda violación al compromiso del año 1948, pues quedaba consumada.

En qué consiste la rebaja Por la Ley Azucarera de 1948 Cuba suministraba el 98.6% de los aumentos de consumo de azúcar en Estados Unidos. Por la modificación posterior de 1952, esta participación se redujo a un 96%. Por la Ley aprobada el pasado 12 de mayo el tal derecho se rebaja solamente un 29½% (exactamente a un 29, 5875). ¿Qué significa esto? Ya hemos aclarado que la cuota básica de Cuba permanece intangible y que el cercenamiento de la cuota se refiere a nuestros derechos a suministrar determinado porcentaje de los aumentos de consumo. Estos aumentos de consumo se calculan en alrededor de 135 mil toneladas cortas inglesas por año. Ahora veamos como funcionaría esta rebaja:

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Durante las décadas anteriores a la de 1930 Cuba abasteció hasta el 50 por ciento del consumo de azúcar en Estados Unidos. En 1948 se le prometió a la isla que suministraría hasta el 98.6 por ciento de los aumentos de consumo del dulce, pero luego se redujo esa proporción al 96 por ciento. Y ahora una nueva Ley azucarera la reduce a sólo el 29.5 por ciento.

Por la Ley Azucarera de 1948 Cuba suministraba de esas 135 mil toneladas de aumento el 98.6%, es decir, alrededor de 133 mil toneladas. Luego de la modificación de 1951, la participación se redujo a un 96%. En este caso, de las 135 mil toneladas de incremento anual a Cuba aún le correspondía vender unas 129 mil toneladas. Pues bien, de acuerdo con las nuevas reglas, como el derecho de Cuba se contrae a sólo 29.5% y fracción, de las 135 mil toneladas sólo le corresponderá suministrar … ¡40 mil toneladas!

La lesión: en toneladas Sin embargo, las cifras expuestas nada más que dan una pálida idea de la real envergadura que tiene para la economía cubana la rebaja. Veamos ésta en todas sus consecuencias. El estimado de consumo de azúcar para Estados Unidos este año, inicialmente, se hace ascender a unos 8 535 000 toneladas. Año por año esa cifra se irá incrementando en 135 mil toneladas, de manera que para el año 1960, término fijado a la nueva Ley, en ese país se habrán consumido alrededor de 44 millones de toneladas de azúcar.

De acuerdo con las normas de 1952, que incluía el derecho de Cuba a suministrar el 96% de los incrementos anuales que hacen alcanzar tal cifra, a ella le hubieran correspondido vender, en el transcurso de esos cinco años (1956-1960) alrededor de 16 millones 200 mil toneladas. Sin embargo, conforme a las nuevas reglas ahora aprobadas y que reducen esa participación del 96 al 29.5%, a Cuba sólo le corresponderá vender, durante ese lustro, alrededor de 14 millones 750 mi toneladas. En otras palabras: la nueva Ley Azucarera representa para Cuba dejar de colocar en el mercado norteamericano alrededor de millón y medio de toneladas.

La lesión: en pesos y centavos Traducido esto a lenguaje contante y sonante, y fijando un precio promedio de cinco centavos para la libra de azúcar en el mercado estadounidense, nos encontraremos que ese millón y medio de toneladas representa tanto como 150 millones de pesos, aproximadamente el valor del azúcar que perderemos de vender en los citados cinco años. Pero aun estas cifras son engañosas.

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Cada vez que Cuba vende productos al exterior, obtiene pesos ó dólares que entran en la corriente circulatorios de su economía. Y ya en ésta, cada una de esas unidades monetarias realiza una función estimulante de distintas fases productivas de la nación, y creando, por así decirlo, nuevos valores. Esto es lo que los economistas denominan efecto multiplicador el cual, en el caso concreto de nuestro país, asciende a 2.85 por cada nueva unidad de ingreso. Es decir, los 150 millones de pesos que Cuba pierde por ventas de azúcar a Estado Unidos, según la nueva Ley, representarán en la práctica una pérdida en los ingresos nacionales ascendente a más de 427 millones de pesos. Como se observa, el significado de la Ley Azucarera recién aprobada es mucho más lesivo de los que ciertos elementos interesados pretenden hacerle creer al pueblo de Cuba.

¿Ensañamiento?

Antecedentes La nueva Ley Azucarera aprobada por el gobierno de los Estados Unidos no representa el único caso de trato discriminatorio e injusto recibido por el dulce cubano en ese país. Una breve ojeada a la historia de los últimos 35 años prueba que actitudes similares contra nuestro primer producto de exportación han sido mucho más frecuentes de lo que generalmente la gente estima. He aquí un breve recuento cronológico, a modo de prueba de los que decimos:

La época de las tarifas estranguladoras

Pero la Ley tiene otros aspectos también altamente lesivos para nuestro país. Añadamos primero que tiene efecto retroactivo, es decir, que su vigencia se hace efectiva desde el 1° de enero pasado, con lo cual, de hecho e hace dar “marcha atrás” al Departamento de Agricultura norteamericano que ya había pensado otorgar las cuotas de Cuba de ese año cobre la base de un 96%. Y concluyamos aclarando que la nueva Ley tiene además una cláusula por la que se modifica lo establecido en la Ley de Cuota Costigan-Jones (1934), por la cual Cuba tenía una participación proporcional en el suministro de cualquier déficit de abastecimiento debido a insuficiencias de ciertas áreas domésticas. Ahora Cuba pierde también ese derecho, que en épocas pasadas le había representado la venta extra de decenas de miles de toneladas.

El nuevo reparto De acuerdo con la Ley Azucarera de 1952 los aumentos de consumo en el mercado azucarero de Estados Unidos se distribuían de la siguiente manera: Cuba Otros países

Es decir que en tanto Cuba desciende del 96 al 29.5%, el grupo de “otros países” sube de 4 a 15.5% y el de “áreas domésticas”(territorio continental y posesiones), que no participó nunca de estos aumentos, se eleva ahora a nada menos que un 55% (la parte del león les tocó a los remolacheros y cañeros norteamericanos)

96% 4%

La nueva Ley introduce un régimen de distribución absolutamente diferente. Así: Cuba 29,5% Otros países 15,5% Productores domésticos de Estados Unidos 55,0%

. La década de 1920 a 1930 puede considerarse como la edad de oro de las tarifas estranguladoras promulgadas por el gobierno norteamericano contra el azúcar de Cuba. En aquella época aun no se estilaba allá la utilización del recurso proteccionista que significan los contingentes de importación. Lo que estaba de moda, entonces, eran las tarifas altas, y por tres ocasiones distintas Cuba tuvo que sufrir los efectos de éstas. La primera fue en 1921, cuando se elevaron los derechos al azúcar cubano de 1 0048 a 1.6 centavos. La segunda en 1922, cuando la Tarifa ForneyMcCumber llevó ese altísimo derecho más lejos, haciéndolo ascender a 1.7648 centavos. El tercer aumento fué el más lesivo de todos, y se produjo en 1930 con la Tarifa Hawley_Smoot, de 2 centavos por libra que tuvo una tremenda influencia en la aceleración de la terrible crisis económica que abatió a Cuba por esos años.

La época de las cuotas discriminatorias El sistema de tarifas como expediente de protección doméstica fué suplantado en 1934 por el sistema de cuotas, al promulgarse la Ley Ciostigan-Jones, cuya apología hacen muchos compatriotas, olvidándose que por ella se le concedió a Cuba una cuota que ascendía nada más que al 28% del total del consumo norteamericano de azúcar, cuando en realidad le correspondía suministra hasta un 50%. La peligrosidad del sistema de cuotas cuando no se maneja con equidad, quedó igualmente demostrada en 1948, al promulgarse una nueva Ley Azucarera en Estados Unidos, en la que se le fijaba a Cuba una cuota básica inferior a la que le correspondía, si bien se le concedió el derecho de abastecer el 98.6% de los incrementos en el consumo como una especie de

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un apoyo decisivo por parte de los exportadores de productos de ese país al nuestro. El fracaso, en tales circunstancias, era previsible.

Perspectivas De acuerdo con la Ley Azucarera de 1952, se calculaba que para 1960 Cuba estaría suministrando aproximadamente el 36.8% del total del consumo del dulce en Estados Unidos. O sea, conforme lo establecido en aquella pragmática, Cuba iría recuperando lenta pero firmemente su posición como fundamental abastecedora de azúcar del vecino país. La nueva Ley troncha de cuajo esas esperanzas. Y en vez del 36.8%, para 1960 Cuba estará suministrando alrededor de un 33.5% del total de la demanda azucarera norteamericana. En otras palabras: en lugar de avanzar, lo que haremos es retroceder. Por otra parte, esta reducción de las posibilidades de vender azúcar a ritmo incrementado en los Estados Unidos, coincide con la crisis existente en las ventas del propio dulce en el mercado mundial, desde 1952. Es decir, que lo que se puede observar objetivamente es un acorralamiento internacional a la producción azucarera cubana, acorralamiento que ha sido posible, en no pequeña medida, por la errónea política azucarera seguida por Cuba durante los últimos tiempos, y de la que es un ejemplo bien ilustrativo su vinculación al desastroso Convenio de Londres.

Final compensación y de esperanza en la recuperación paulatina de ese mercado. Esa Ley, sin embargo, no hizo más que dar pie para la continuación del rosario de unilaterales medidas contra el azúcar cubano a que hemos hecho referencia. Y así, en 1952, se redujo nuevamente la cuota de Cuba y se le rebajó el derecho a participar en los aumentos de consumo de un 98.6% a un 96%. El proceso, se corona ahora con la nueva Ley Azucarera, por la que ese porcentaje se reduce a un 29.5%, amen de establecer otras cláusulas lesivas a la posición de nuestro país en ese mercado.

Era previsible En su oportunidad Carteles denunció editorialmente la inminencia de la rebaja de la cuota azucarera de Cuba y señaló la urgente necesidad de un viraje en el tipo de política defensiva desarrollada por nuestro Gobierno11) Pero ni a Carteles ni a nadie de quienes cívicamente plantearon la gravedad de la situación se hizo caso. Y los representantes cubanos en Washington lo fiaron todo a gestiones de “cabildeo” político dentro del Capitolio norteamericano, y a hacer inútiles esfuerzos por obtener

Los hechos expuestos -crisis azucarera mundial y rebaja de la cuota cubana en el mercado norteamericano- vienen a reafirmar lo que ya es un lugar común en todo enfoque sobre la economía cubana: la realidad de que la industria azucarera ya no es capaz de resolver los problemas creado por nuestro crecimiento demográfico, marcando la hora de modificar nuestra actual estructura económica, e iniciándonos por los caminos siempre prometedores de la diversificación agrícola e industrial. Una de las facetas de tal política de desarrollo será, en su tiempo, la de acabar con esa característica que como marchamo colonial hoy tiene la economía cubana, es decir, la alta concentración geográfica de su comercio exterior (de 70 a 80% de su comercio de importación y exportación con Estados Unidos), comenzando de esa manera una etapa más fecunda y equitativa de ampliación y diversificación de mercado. Hasta hace unas semanas la necesidad de liquidar ese altísimo grado de dependencia comercial era un imperativo económico de progreso para nuestro país. Luego de la rebaja de la cuota azucarera es, encima de ello, un motivo de dignidad nacional.

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17 de junio de 1956, pp.30-32.

L

¿ZAFRAS DE 13 MILLONES DE TONELADAS?

a rebaja de la cuota azucarera de Cuba en el mercado norteamericano en conjunción con las pobres perspectivas que ofrece el mercado mundial, traen de nuevo a la actualidad los problemas creados por esa primera industria nacional, incapaz ya de hacerle frente a las necesidades de progreso y bienestar de nuestro país. El hecho es tan simple y dramático como esto: La industria azucarera sigue siendo el nervio fundamental de la economía cubana (25% de sus ingresos nacionales). El país, por otro lado, no cuenta con un número suficiente y vario de actividades productivas capaces de absorber la mano de obra que queda ociosa luego de empleada toda la necesaria para la producción del dulce. Por eso, Cuba es un país de altísimo nivel de desempleo (alrededor de un millón de desocupados según estimados). Sin embargo, el problema es aún más grave. Porque ocurre que la producción azucarera tiende a estancarse y aún a retroceder. Y mientras tanto la población del país crece a un vigoroso ritmo de juventud La antinomia se define técnicamente como crisis estructural de la economía cubana. Esta crisis sólo tiene dos soluciones posibles: la que se basaría en el incremento de la producción azucarera; y la que se basaría en la modificación de esa estructura económica, centrada en la monoproducción y la dependencia del exterior. ¿Es factible la primera solución? Una simple ojeada a la situación del mercado azucarero nos indica que no. Y si alguna perspectiva halagüeña había, ella se disipó luego de conocerse la rebaja de la cuota cubana en el mercado de Estados Unidos y de saberse los resultados que está teniendo la reunión que ahora mismo se celebra en ese país entre los miembros del Convenio de Londres. De todas maneras resultaría ilustrativo tener idea de la cantidad de azúcar que tendría que producir Cuba, si quisiera no retroceder en sus actuales niveles de vida, como así lo hace presagiar el curso práctico de los negocios azucareros. A este respecto hay un interesante estudio publicado por el Banco Nacional de Cuba, en número de marzo del presente año, en el cual se llega a las siguientes importantes conclusiones:

Si Cuba deseara mantener sus actuales niveles de vida -no muy altos por cierto- durante los años próximos y teniendo en cuenta que la población crece constantemente, tendría que ir expansionando su producción azucarera a un ritmo tal, que de aquí a diez años estuviera llevando a cabo zafras de ocho millones de toneladas. Si Cuba no deseara mantener su nivel económico actual, sino que también deseara obtener en ese mismo período de diez años cierto grado de desarrollo que produjera equivalente elevación en los niveles de vida de su población creciente, tendría que ir incrementando su producción azucarera a una tasa tal, que al finalizar ese período de tiempo (es decir, 1956 a 1966) estuviera realizando zafras de trece millones de toneladas. Y de nuevo repetimos la pregunta: ¿es factible ese progreso azucarero? Los hechos, reiteramos, indican que no. Los hechos indican, por lo contrario, que aún para mantener en los próximos años zafras a niveles de cinco millones de toneladas, Cuba va a encontrarse con innúmeras dificultades. La moraleja de todo esto es muy sencilla: Si Cuba no quiere experimentar durante los años cercanos un descenso dramático en el nivel de vida de su población, solamente tiene una alternativa: modificar su actual estructura económica, adoptando un plan de desarrollo que se base en la diversificación y expansión agrícola e industrial. Esto se reconoce en el propio estudio citado del BNdC, en el cual se concluye diciendo: “Cuba necesita impulsar -o continuar impulsando- deliberadamente y seriamente su desarrollo económico, pues la industria azucarera -no por limitaciones agrícolas o industriales, sino de mercado- no puede seguir siendo el punto de apoyo que sustente aquél, como lo fue en los primeros cinco lustros de Cuba independiente.” Recomendación extremadamente sensata, y cuyo valor queda realzado Ahora que en los Estados Unidos se acaba de dar un golpe de muerte a las esperanzas cubanas de reconquistar la posición histórica que le corresponde en su mercado azucarero.

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EN QUÉ CONSISTE LA REBAJA AZUCARERA A CUBA ANTES

AHORA

(LEY AZUCARERA DE 1952)

(LEY AZUCARERA DE 1956) Por cada 100 libras en que aumentare el consumo de azúcar en EE.UU., le correspondía suministrar:

Por cada 100 libras en que aumentare el consumo de azúcar en EE.UU., le correspondía suministrar:

A Cuba ………………..29.5 lbs. A otros países …………15.5 lbs. A productores domésticos de Estados Unidos ……..55.0 lbs.

A Cuba ………………..96 lbs. A otros países ………… 4 lbs. A productores domésticos de Estados Unidos ……..0 lbs.

LA REBAJA EN NÚMEROS Por la Ley Azucarera de 1952 Cuba hubiera vendido a Estados Unidos

Por la Ley Azucarera acabada de aprobar sólo venderá:

1956

(toneladas cortas) 2 986 000

2 888 000

1957

3 116 000

2 903 000

1958

3 245 000

2 943 000

1959 1960

3 375 000 3 504 000

2 983 000 3 023 000

16 226 000

14 740 000

Totales

En cinco años, por la Ley anterior Cuba hubiera vendido

16 226 000

En cinco años, de acuerdo con la nueva Ley sólo vender

14 740 000

Cuba pierde, por tanto

1 482 000

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La Crisis Ganadera Cubana

LA CADENA ESPECULATIVA DEL NEGOCIO GANADERO EN CUBA COMIENZA CON LA EXPLOTACIÓN DEL PEQUEÑO CRIADOR “Paralizados los embarques de reses a La Habana”. La estructura de la industria ganadera cubana: del criador al carnicero. Un reportaje que comienza en el potrero. Lo que dice un pequeño criador. Dónde comienza la especulación en el negocio ganadero. El sector más abandonado y explotado de la ganadería. Asociación de ganaderos, gobiernos y pequeños criadores.

H

ace apenas dos meses, los cintillos de los periódicos capitalinos anunciaron: “Paralizados los embarques de reses a La Habana”. “Durante varios días, faltará la carne”. Aunque casi esperada, la noticia no dejó de causar indignación en nuestro pueblo, para quien la carne es un alimento imprescindible de la dieta diaria. En realidad, la misma escena se había venido reproduciendo con escandalosa regularidad, todos los años de la última década, y a pocas gentes tomó de sorpresa. Sin embargo, en esta ocasión el problema venía rodeado de una serie de interesantes circunstancias. En primer término, la paralización de los embarques de ganado a la capital, tenía lugar siempre al culminar el período de la seca —marzo o abril— cuando la pérdida de peso de las reses por escasez de pastos se correspondía con la

negativa de los cebadores a vender las mismas a los precios oficiales, y de los encomenderos de comprarlas a los precios demandados por los cebadores. Ahora bien, esta vez, la cosa no aparecía tan clara. Todo el mundo sabe que este año la sequía en nuestro país fue muy poco intensa, y que en el campo la ausencia de lluvias apenas si se hizo sentir. Además, la paralización de los embarques se produjo en junio, cuando ya había varias semanas que estaban cayendo abundantes precipitaciones en todo el territorio nacional. Por otro lado, también es un hecho a considerar que el reajuste económico que sufre el país ha dado lugar a una reducción en la demanda popular de carne de res tan sustancial, que muchos estiman que se bastaba para compensar la caída de la oferta que cíclicamente se produce en el ganado de matanza, al final de la sequía.

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De las fincas de mejora las reses pasan a las de ceba —a veces grandes latifundios con potreros de buenos pastos.

¿Qué ocurrió entonces, este año? ¿A qué factores se debió la crisis en el abastecimiento del pasado mes de junio? Estas preguntas podrían ser contestadas en forma breve y parcial, si no estuvieran realmente vinculadas a otros problemas de carácter más general y que constituyen la esencia de las dificultades con que tropieza sincrónicamente el abastecimiento de carne de nuestro país. De ahí que surgiera, hace varias semanas, la idea de realizar una serie de reportajes sobre la industria ganadera cubana. Una serie de reportajes, con la pretensión de exponer en términos exhaustivos la situación de ese sector, sus problemas actuales y sus perspectivas. El trabajo suponía un viaje de indagación periodística a la región de Camagiiey, principal abastecedora del ganado de carne que consume la capital. Pero en su afán de servicio informativo a los lectores, esta revista Carteles propició ese viaje . Y he aquí los resultados del mismo.

Estructura de la ganadería La estructura de la industria ganadera cubana es algo compleja.

Ella se caracteriza por el gran número de sectores que la integran. Desde el momento en que nace una res, hasta aquel en que se convierte en carne lista para el consumo humano, ha de verificarse el fenómeno de pasar la misma por una larguísima cadena de productores e intermediarios. Por lo regular, una res comienza su trayectoria económica con el criador o productor de terneros y añojos. Luego, pasa por las manos de un mejorador. Después por las de un cebador. Más tarde por las de un encomendero. Y finalmente por las del expendedor o carnicero, que es quien la vende al público que ha de consumirla. Dentro de esos sectores, hay otros de carácter intermediario. Por ejemplo, entre el criador y el mejorador media muchas veces un recogedor o tratante, que compra añojos. Y entre el cebador y el encomendero, interviene también en ocasiones un embarcador, que es quien compra la res cebada para enviarla al matadero. Desde luego, también es de aclarar que hemos expuesto la estructura en forma esquemática. En la práctica, los elementos que giran en cualquiera de los sectores de la ganadería no lo hacen siempre, ni exclusivamente en

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Del matadero las reses pasan a las carnicerías y de éstas al consumidor final.

uno solo de ellos. Así, los recogedores y embarcadores no actúan siempre. Los cebadores, a veces son al propio tiempo criadores y mejoradores. Los mejoradores, casi nunca trabajan con ganado de su propiedad, sino con el de un cebador. Y algunos grandes cebadores, tienen intereses en las empresas de matanza. Esta estructura peculiar de la industria se ha elaborado sobre la base del proceso vital de desarrollo de una res, cuya existencia en Cuba se considera dividida en varias etapas fundamentales. Desde que nace hasta que tiene un año la res constituye lo que se llama ternero a. Entre el año y los 18 meses se le llama añojo a. El período de crianza comprende, precisamente, hasta que el animal se ha convertido en añojo. Y al ganadero que lo mantiene hasta ese instante se le llama criador. El período de la vida de una res destinada a la matanza, que se extiende desde el momento en que deja de ser añojo, hasta aquel en que cumple los 24 o quizá los treinta meses, se le llama período de mejora. El ganado, no se mejora en el mismo potrero en que fue criado, sino en otro especialmente dedicado a ello. La persona que se dedica a este tipo de mantenimiento de ganado se le llama mejorador, como ya hemos expresado antes. Pero el proceso no se extingue con el mejorador. De las fincas de mejora, las reses pasan a las de ceba. Aquí los cebadores las tienen durante seis o diez meses, en potreros de buenos pastos, donde engordan varios cientos de libras. Sólo entonces es que se hallan listas para la matanza. Cuando una res supera las 900 o las 1,000 libras, los cebadores las venden a los encomenderos, que las matan y colocan en el mercado a través de los expendedores o carniceros. Y esto sucede, cuando el animal ya tiene cerca o más de cuarenta meses de edad. Como se ve, la actual organización de la ganadería cubana puede entenderse si no es en función del proceso biográfico de la res destinada al consumo. Y esto significa, que el mejor camino para desarrollar una

exposición exhaustiva sobre el estado en que se halla nuestra ganadería, es el de seguir ese mismo proceso, paso por paso, analizándolo y llegando si es posible a conclusiones útiles en cada uno de los casos que se presenten. Dicho más sencillamente: Para desarrollar un reportaje sobre ganadería, lo mejor es tomar la res en el potrero desde que nace y permanecer con ella hasta el momento mismo en que se la coloca en la casilla del ferrocarril o la plataforma de la rastra que ha de conducirla a los mercados habituales de consumo. Nosotros invitamos al lector a acompañarnos en un trabajo semejante, en la conciencia de que el mismo ha de resultarle de gran interés, y sobre todo de gran utilidad. La carne de res es para nosotros los cubanos el pan nuestro de cada día. Y los problemas de esta industria nos afectan a todos por igual. Conocerlos por tanto, es de extraordinaria importancia, por lo que tiene de aporte a su solución definitiva. Venga, pues, el lector con nosotros. Tomemos la res en el momento en que nace, para trabar contacto con los criadores de ganado, y ver cómo viven, cómo trabajan, cuáles son sus dificultades. Sigamos luego al añojo hasta las fincas de mejora. Hablemos entonces con los hombres cuyo negocio está vinculado a la improductiva adolescencia de la res cubana. Conversemos, en fin, con los cebadores, y captemos y enjuiciemos críticamente sus opiniones del más rancio sector económico del país, de aquel en cuyas manos está, hasta ahora, el destino de la industria ganadera nacional. Comencemos, entonces, con los criadores.

Los criadores Ya hemos definido el criador como aquel ganadero que se dedica a la producción de ganado de carne, pero que sólo mantiene la res hasta el momento en

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En rastras o ferrocarril las reses cebadas se embarcan, muchas, hacia el principal mercado: La Habana.

que se convierte en añojo, es decir, hasta que tiene entre 12 y 18 meses, vendiéndola entonces. ¿Quiere el lector conocer uno y saber cómo vive y trabaja? Aquí se lo presentamos: Se llama Antonio Expósito y vive en uno de los barrios rurales de Camagiiey —Vertientes— donde tiene una pequeña finca de ganado. La casa de Antonio es, más que modesta, pobre. Tiene techo de guano, y se halla junto a la carretera que conduce al central Vertientes. Detrás de ella, se extiende la finca, de dos caballerías y media, y que es de su propiedad. Esto es algo curioso. En Camagiiey, que es una de las provincias de mayores latifundios en Cuba, se ha desarrollado durante los últimos tiempos un sector de pequeños campesinos, que es propietario de la tierra que trabaja. —¿Cuántas reses tienes en la finca? — le preguntamos a Antonio. Nos luce que no habrá muchas, porque es pequeña y el pasto “natural”. —Le diré, tengo todas las que puedo: veinticinco vacas y un toro. Sólo se pueden mantener diez cabezas por caballería. ¿Sabe?, aquí lo que hay es yerba tejana y con potreros así no se pueden tener más vacas. Con yerbas de esas “artificiales” quizá podría tener más, según dice la gente. Pero esas yerbas son muy caras. La respuesta, tan completa, nos sorprende. Pero es que Antonio es un hombre vivaracho y locuaz, lo que casi es un hallazgo periodístico. Además, luce nervioso. Nos ha hecho pasar a la salita del bohío, de muebles viejísimos y sencillos y no se aquieta, sentado en el sillón. Ora estirando los pantalones con la tierra incrustada; ora abrochando los cordones de unos raídos zapatos “tennis” cuya forma y color inicial hace

Primer eslabón de la cadena ganadera: los terneros en las fincas pequeñas de los criadores.

De las fincas de cría los añojos pasan a las de mejoría donde no se pretende que engorden sino que cojan edad.

mucho tiempo desaparecieron; ora abriendo la rústica camisa azul, para aprovechar alguna ligera brisa que se cuela por la ventana. —¿Y de qué tú vives? —¡Hombre, de lo que me dan esas vacas! Yo vendo todos los años varios añojitos. —¿Anjá? ¿Y a cómo? —Este año a $55. Si me aguanto más, quizá hubiera cogido mejor precio, pero no pude. La finca es chiquita y luego de la parición de las vacas tuve que vender. ¡Yo no puedo mantener los añojos y los terneros al mismo tiempo, porque no tengo yerba para tanto! Así, al primero que se presentó, ¡paf!, le vendí los añojitos. Queremos que el lector observe bien esto que ha dicho Antonio: “Yo no puedo mantener los añojos porque no tengo yerba suficiente”. Éste es uno de los más grandes problemas con que se enfrentan los criadores de ganado. Aclaremos que la mayoría de estos criadores son pequeños ganaderos, cuya finca oscila entre una y diez caballerías. Dados los métodos extensivos de explotación que predominan en ese sector de nuestra economía, resulta que la capacidad máxima de sostenimiento de ganado de un potrero, es de unas diez reses por caballería. ¿Consecuencias de esto? Que cuando viene el período de parición de las vacas, todos los potreros pequeños se encuentran con peligro de “superpoblación” vacuna. Las vacas paridas consumen más yerba de lo normal. Los terneritos del año anterior se han convertido en añojos que demuestran un apetito voraz. Y la nueva generación que surge también anuncia que se va a unir a la lucha por el espacio vital.

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Entonces, los criadores no tienen otra alternativa que vender parte de sus reses. En este caso, los añojos, que son los que tienen mercado. Pero, por lo mismo que se ven forzados a venderlos, se ven forzados a aceptar el precio que les quiera imponer el comprador. Y éste, sabedor de la encrucijada en que se encuentra, aprovecha para ofrecerle un precio mínimo, que ni siquiera cubre el costo de su mantenimiento durante año y pico. De esta manera, la cadena especulativa que caracteriza el negocio ganadero en Cuba, comienza realmente en el potrero del pequeño criador, donde un grupo de traficantes y de poderosos ganaderos paga una cantidad miserable por una res, que al cabo de unos pocos meses han de vender en el doble y aun en el triple. El añojo que Antonio Expósito vendió a $55, por ejemplo, luego ser colocado en el mercado por $125.* La diferencia es de $70. Y esto quiere decir que la res ha más que duplicado su valor, entre el momento en que cruza la talanquera del criador y aquél en que sube a la báscula junto a la que le paga el encomendero. La pregunta que se cae de la mata, ahora, es ésta: ¿Está justificada esa sustancial diferencia, por los gastos que hay que invertir en la res durante los meses de la mejora y la ceba? Más adelante la contestaremos. Pero quede ya apuntada, como cuestión medular que es en el problema del abastecimiento nacional de carne y la posición y demanda de los productores.

Y volvamos a nuestro entrevistado. Si los precios que reciben por sus añojos los criadores fluctúan entre los $50 y los $60 —según pudimos comprobar en la región camagiieyana— y una finca de veinte vacas no produce más de 8 o diez añojos,** ¿de qué viven entonces estos pequeños ganaderos que son la base de la industria ? —La defensa mía —nos explica Antonio— está en que tengo vaquería. O sea, que las vacas las tengo no solamente para producir críos sino que las amarro y llevo para vender luego la leche en el pueblo. ¿Y si no tuvieras vaquería? Pues, entonces me moría de hambre. No crea, hay mucha gente que tiene vaquería y, con ella la pasa muy mal porque tienen que vender la leche a las fábricas de leche condensada, y de mantequilla. Estas fábricas, están pagando el litro, cuando lo reciben, a 5 o 6 centavos. ¡Con eso no se puede ni comer siquiera!

El sector abandonado No hay cifras estadísticas completas capaces de dar una idea exacta de la proporción en que los pequeños —y medianos— criadores contribuyen al sostenimiento de la industria, produciendo los añojos que luego han de ser convertidos en reses cebadas para el consumo. No obstante, todo el mundo está de acuerdo en que esa proporción es decisiva. Y lo que asombra es que, pese a ello, el pequeño criador sea el hombre más ignorado y explotado de toda la ganadería.

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Al parecer, su sino es vivir, trabajar y morir para que unos cuantos mantengan y engrosen su fortuna. Y ni siquiera cuentan, para luchar contra esa situación, con las organizaciones propias de ese sector. ¿Un ejemplo? Teóricamente la Asociación Nacional de Ganaderos debía tener entre sus demandas, digamos, la de un precio mínimo a la añojería, de modo de librar a los criadores de la especulación de los compradores. ¿Pero sucede esto así? ¡Desde luego que no! Demandar ese precio mínimo, sería ir contra los intereses poderosísimos, que tienen el control de la mencionada organización y a la defensa de los cuales está desde hace mucho tiempo consagrada. Teóricamente también, nuestros gobiernos debían estar interesados en el desarrollo de la industria ganadera nacional y por tanto, en la protección técnica y económica de esos criadores, que forman un sector de decenas de miles de hombres que integran la base de ese fundamental renglón de la economía nacional. Pero tampoco ha ocurrido así. A lo que sepamos, todavía los cubanos no hemos dado con un gobierno capaz de establecer tantos centros de inseminación artificial como hagan falta para mejorar

la calidad actual del ganado criollo. Tampoco ha habido ninguno capaz de dotar de recursos a los ganaderos pobres para mejorar sus pastos actuales y de estimular la producción nacional de alimentos balanceados para el mejor y más rápido desarrollo de las reses; igualmente, hemos carecido de un gobierno dispuesto a facilitar más económicamente a los pequeños ganaderos la utilización de los recursos de la ciencia para la protección de los animales contra las plagas y enfermedades. (Continuará la próxima semana).

1ro de agosto de 1954, pp. 58-61

* En la suposición de que se venda cuando alcance las 1000 libras, y al precio oficial máximo de 12.5 centavos la libra en pie. ** El promedio de natalidad vacuna en Cuba es muy bajo, debido precisamente a la ausencia de técnicas científicas de explotación. No pasa de un 50%, cuando podía ser, como en otros países, de 85% o de un 90%.

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¿QUIEREN ARRUINAR EN CUBA LA PRODUCCIÓN ARROCERA? Sobre 1953 comenzó a desarrollarse con más intensidad la crisis arrocera norteamericana, al aparecer enormes sobrantes de producción. Inmediatamente, se recrudeció en ese país la campaña contra la expansión arrocera de Cuba, campaña basada en argumentos falaces, y expuestos en forma intimidatoria. Alrededor de 1954, se sostiene en este trabajo, parece que se produjo un cambio en la política oficial cubana respecto al nuevo y promisor renglón de la economía nacional representado por las cosechas arroceras. Desde entonces comenzaron a surgir obstáculos a los cultivadores criollos: importaciones excesivas, caída de precios, cierre de créditos, etcétera. La producción arrocera cubana cayó en un período de crisis. Este trabajo resume la historia de ese proceso.

L

a situación arrocera cubana, en lo que se refiere a la producción doméstica, es verdaderamente crítica. Decenas de cosecheros han tenido que abandonar el cultivo, prácticamente arruinados. Otros, han reducido sus siembras a la mitad y aun a la tercera parte. El derrotismo se ha apoderado de muchos de estos empresarios. El auge arrocero doméstico, pues, ha cesado. Teóricamente, se estima que cada cubano consume cerca de 120 libras de arroz al año. En el período arrocero 1954-1955, entre 50 y 60 libras de ese total fueron producidas en el país. En el año arrocero que ahora decursa, probablemente el consumo de grano doméstico no llegue a las 35 libras. El retroceso le va a costar a la economía nacional varias decenas de millones de pesos, en divisas, por concepto de compras de arroz al extranjero (EU). ¿Qué está pasando con el arroz? La semana pasada hicimos un recuento de las dificultades de orden técnico (plagas, enfermedades, salinidad, bajos rendimientos, etc.) encontradas por los noveles cosecheros cubanos en su marcha expansiva. Esta vez vamos a referirnos a las dificultades de orden económico: aspecto el más fundamental y decisivo. También el de más complejo tratamiento. Porque, según se deduce de los hechos que aquí mismo apuntaremos, los problemas económicos que se les han presentado a nuestros arroceros no son la resultante de las normales y aun previsibles dificultades existentes en todo régimen de competencia mercantil. En otras palabras, el análisis objetivo y desapasionado del proceso de crisis de la producción arrocera cubana conduce a la apreciación de que hay, por parte de ciertos círculos, el deliberado propósito de ponerle obstáculos y de conducirla a la ruina, o por lo menos, de reducirla a los niveles de cinco años atrás. ¿Qué intereses se están moviendo detrás de tales regresivos intentos? ¿Qué objetivos persigue esta política antiarrocera cubana? Repetimos: ¿Qué está pasando con el arroz de producción nacional?

En este reportaje intentamos contestar algunas de esas preguntas. Pero, para su mejor comprensión, rogamos al lector que preste primero atención a los párrafos subsiguientes, en los que le ponemos en antecedentes de, 1. La situación arrocera mundial; y 2. La grave crisis arrocera de los Estados Unidos. Ambos hechos están perfectamente relacionados con el proceso de franca decadencia en que ha entrado la producción interna de este grano en Cuba. Y su exposición ha de esclarecer el papel jugado por ciertos factores en la génesis de esa crisis arrocera. A ella, pues, remitimos al lector.

La situación mundial Para el año arrocero 1955-1956 se espera una producción mundial “récord” de este grano, estimándose que ascenderá a unos 2,702 millones de quintales. En ningún otro momento de la historia del mundo se

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recuerda que se haya sembrado de arroz un área tan extensa como la actual: unos seis millones de caballerías. Desde luego que todo ese arroz no concurre a competir en los llamados mercados mundiales. La India, que es el mayor productor (alrededor de 850 millones de quintales: 32% del total), es al propio tiempo el mayor consumidor, y más bien tendrá que importar para abastecer su demanda interna. Los principales países exportadores son: Siam, (Tailandia), Birmania, Corea, Formosa (Taiwan) e Indochina, que en su conjunto producirán unos 500 millones de quintales de arroz en cáscara. Esta extraordinaria producción asiática, que supone un sorprendente proceso de rehabilitación luego de los destrozos causados por la Segunda Guerra Mundial y los brotes bélicos que la siguieron en algunos países del propio continente, ¿tiene alguna importancia para Cuba? La respuesta es afirmativa. Las grandes cosechas asiáticas presionan los mercados e, indirectamente, ejercen presión sobre nosotros. En la actualidad la demanda cubana interna de arroz es cubierta en parte por el producido nacionalmente, y en parte por el importado de los Estados Unidos. Nuestra producción doméstica está fuertemente influida, por ejemplo en cuanto a precios, por la norteamericana. Y ésta, a su vez, parece que no va a poder liberarse de la situación de los precios asiáticos o de los planes de autoabastecimiento de algunos países que son sus mercados habituales. Hace unos meses se estaba discutiendo en los Estados Unidos la posibilidad de establecer dos niveles de precios para sus arroces: uno, alto, para el mercado interior propio; y otro, de precios bajos, para competir en el mercado mundial. El plan era, y es, factible económicamente, debido a los enormes sobrantes de arroz que hay en ese país. Mas, si se pusiera en práctica, ¿podrían los cosecheros cubanos resistir la competencia de unos precios fijados con tales tácticas de “dumping”? Por otro lado, algunas zonas han aumentado su producción doméstica y aún la siguen incrementando a costa de las importaciones norteamericanas. El caso del Japón es típico. Sus cosechas han ido creciendo rápidamente y, en consecuencia, las compras correspondientes a los Estados Unidos han marchado en retroceso. Esto también afecta la producción cubana. La paulatina pérdida del mercado japonés ha conducido a los cosecheros y molineros norteamericanos a adoptar una política de defensa y ampliación de otros mercados actuales, principalmente el nuestro. Pero insistamos, por lo que nos afecta, en la situación arrocera del vecino país.

Del auge a la crisis La Segunda Guerra Mundial provocó una caída a plomo de la producción arrocera asiática. En primer término, las dificultades de transporte hicieron perder muchos

de sus mercados habituales. Y, luego, en muchas regiones los propios campos arroceros se transformaron en escenario de cruentas batallas, con la consiguiente destrucción de esa riqueza gramínea. El vacío dejado por la producción asiática, sin embargo, fue llenado en parte por la norteamericana, que aumentó sus niveles a cifras sin precedentes. En el período de 1934-1935 a 1938-1939, la producción de arroz en Estados Unidos sólo llegó a 22.4 millones de quintales (en cáscara) . Pero la producción de 1949-1950 alcanzó a 35,5 millones de quintales: La de 1953-1954 a 52,6. Y la de 1954-1955 batió todos los “records” anteriores, ascendiendo a 58,9 millones de quintales. No obstante, al mismo tiempo que este auge sin desmayos tenía lugar, ocurría que los productores asiáticos comenzaban a recuperarse de los efectos del primer gran conflicto bélico y de los otros más limitados que le siguieron. La demanda extraordinaria que había favorecido la producción norteamericana, por tanto, principió a cesar. Y como el consumo interno no era suficiente para absorber aquella incrementada producción, sucedió que empezaron a acumularse enormes sobrantes invendibles de arroz.

Una “seria situación” La situación de los intereses arroceros norteamericanos se hizo así muy difícil. En el mercado interno, por el momento, no tenían grandes posibilidades de venta. Los consumidores norteamericanos no son muy aficionados al arroz. Allá el consumo per cápita no llega a seis libras por año. En Cuba es de más de 100 libras. Y en los mercados exteriores tenían la competencia de los arroces asiáticos, de bajo precio. ¿Qué hacer? Se pusieron en juego una serie de recursos usuales en ese país. El gobierno se responsabilizó con la adquisición de grandes cantidades de grano, como medio de mantener los precios y salvar de la ruinosa acumulación de sobrantes a los productores. A principios de este año, además, el Secretario de Agricultura proclamó la necesidad de ir a una restricción del 25% en las siembras de arroz. Pero ninguna de estas medidas sirvió para resolver la situación. Así, a principios de este año, Norman Efferson, director de la Estación Agrícola Experimental de Louisiana, escribía: “En los momentos en que comenzamos a recoger la cosecha de 1954, había en Estados Unidos un sobrante de 7.5 millones de quintales de arroz, procedentes de la cosecha de 1953... Las perspectivas son que, para cuando comencemos a recoger la cosecha de 1955, en julio y agosto y aun

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antes de que un solo grano de esta cosecha sea colectado, tendremos un sobrante de alrededor de 14 millones de quintales de arroz en cáscara.” Y luego añadía: “La expansiva producción en Asia es más o menos permanente, a menos que se produzcan factores cIimáticos desfavorables, y puede esperarse que continuará afectando los mercados arroceros. La producción expansiva de algunos países deficitarios como Cuba está también sentada en una base razonablemente firme y continuará afectando los mercados de Estados Unidos. En resumen, las causas de la situación arrocera de 1954-1955 son lo suficientemente permanentes como para que continúe siendo extremadamente seria por un largo período de tiempo.”1

agrícolas e industriales. Había que defender este mercado, y aun había que ampliarlo. Un problema sin embargo se presentó: el mercado cubano del arroz, en virtud de un proceso de expansión de su producción interna iniciado años antes, en lugar de ampliarse tendía a reducirse. En 1951-1952 Cuba había importado de Estados Unidos 5,1 millones de quintales de arroz. En 1952-1953 esas compras habían descendido a 4,9 millones. En 1953-1954, a 4,5 millones. Y en 1954-55, a 3,3 millones. De esta manera el mercado más cercano, más “natural” de sus arroces, se le iba a los Estados Unidos de las manos. Precisamente cuando más lo necesitaba. ¿Era posible esto?

Cuba un alivio

Una curiosa contradicción

Con motivo de esta situación cada vez más “seria”, los productores norteamericanos de arroz acentuaron sus esfuerzos por consolidar sus mercados habituales, ampliarlos, y buscar otros nuevos. Cuba, receptora habitual de varios millones de quintales de su producción, se convirtió así en el centro focal de la atención de esos intereses

Los Estados Unidos, en la práctica, tenían la garantía de un tope en el proceso de pérdida del mercado cubano: la cuota básica de 3.250,000 quintales, que se había acordado permitirles introducir en el país anualmente, pagando los derechos arancelarios más bajos. Al parecer, empero, esta cuota básica no satisfacía los intereses arroceros del vecino país, acogotados por unos

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sobrantes que pedían mercados abiertos, expansivos, y no regímenes limitativos a base de cuotas y altos aranceles. La reacción no se hizo esperar, por tanto. Si la causa del estrechamiento del mercado arrocero cubano era el crecimiento de la producción interna del país, contra ella, pues, había que dirigir la ofensiva. Esta ofensiva se desató. Y aun dio lugar a curiosas dualidades en materia de política exterior estadounidense. En efecto, en las declaraciones oficiales de carácter internacional, la poderosa nación hablaba reiteradamente de la necesidad de “desarrollar los países económicamente atrasados”, de “estimular su producción agrícola e industrial”, y de “elevar el nivel de vida de sus pueblos”. ¡Pero al mismo tiempo que tan plausibles manifestaciones tenían lugar, ocurría que los intereses arroceros del propio país y muchos de sus más connotados políticos, y aun su propio departamento del Exterior, se escandalizaban porque Cuba promovía el cultivo de un artículo que tan importantes efectos había de tener en su desarrollo económico y hasta en la elevación del nivel de vida de sus habitantes!

Presiones de todo tipo La campaña contra el arroz cubano, además, se recrudecía con el aumento de las dificultades encontradas por los productores norteamericanos para dar salida a sus arroces sobrantes. Cada expansión de las cosechas cubanas iba seguida de una protesta encendida. Los canales diplomáticos cubanonorteamericanos se convertían en transitadas vías de la argumentación arrocera de los productores norteños y sus representantes. Apenas Cuba fijaba las cuotas de importación básicas, comenzaba el forcejeo por la introducción de “cuotas deficitarias”, aunque ello coincidiera con el abarrotamiento de los almacenes de arroz del país. En determinado momento, la presión adoptó la forma de una advertencia abierta de represalias contra el azúcar cubano. En agosto del año pasado, por ejemplo, un representante por el estado de Louisiana al Congreso norteamericano, T. H. Thompson, planteó en declaraciones públicas, sin ambages de ninguna clase, cosas como éstas: Cuba tiene que ir a una “revisión hacia arriba de la cuota básica arancelaria de arroz, que parta de los actuales 3.250,000 quintales y llegue hasta los 5 millones 250 mil quintales”; Cuba tiene que “eliminar las prohibiciones contra la importación de arroz a base de derechos arancelarios plenos”; y, si Cuba no hace esto, “si no se registra un rápido progreso con respecto a los ajustes que acabo de sugerir, recomendaría que demos una nueva y enérgica consideración a la

manipulación de nuestro programa azucarero, con especial referencia a una posible decisión de reducir las importaciones de Cuba y aumentar nuestra propia producción doméstica” (!)2 Más claro, ni el agua: O Cuba restringía su producción de arroz, o Estados Unidos le restringía a Cuba sus compras de azúcar. Las manifestaciones de Thompson fueron seguidas de otras parecidas del senador Ellender y de otras personalidades del mundo político y económico norteamericano. De acuerdo con ciertos rumores, además, estos planteamientos públicos eran tímidos, si se los compara con los todavía más conminatorios que se producían por otros medios privados. Pero más interesante sería referirnos a sus efectos en nuestro país. ¿Qué consecuencias tuvo esa situación en Cuba?

Lo que dicen los hechos Dejaremos que el lector dé por sí mismo con la respuesta a tal interrogación. La tarea deductiva no es muy complicada, por cierto, tomando en consideración una serie de hechos ocurridos, precisamente, luego que en los Estados Unidos se agravó la situación arrocera, y comenzó con más fuerza que nunca la campaña contra la producción cubana. A partir de 1954, en efecto, todo parece indicar que tuvieron lugar cambios ostensibles en la orientación económica de nuestro gobierno con respecto al arroz de cosecha doméstica. La actitud oficial de consentimiento al proceso de expansión arrocera nacional, trocóse poco a poco en oposición. Desde luego, no en una oposición frontal y declarada. Pero sí, y esto era peor, en una suerte de obstaculización velada, que trabajaba bajo cuerda y que, sin que lo notaran los agricultores al principio, iba socavando las bases que servían de estímulo a la producción desalentándola. La expansión arrocera cubana comenzó a tropezar con obstáculos en su camino. Primero fueron unas importaciones excesivas, absolutamente innecesarias, que hicieron caer los precios del grano doméstico. Luego vino la negativa a estabilizar esos mismos precios, dotando de los créditos correspondientes al aparato creado por el propio gobierno con tal fin. Más tarde, vino un “cierre” restriccionista en la política crediticia del BANFAIC. Los cosecheros cubanos se sintieron así atacados en sus dos puntos vitales: los precios y la ayuda financiera.

La lesiva importación de 600 mil quintales El primer golpe que hizo tambalear la producción arrocera cubana lo dio el gobierno en los primeros meses de 1954, cuando autorizó una importación de 600 mil

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Los cosecheros cubanos de arroz hicieron fuertes inversiones en equipos y ahora –con la crisis de precios, las importaciones norteamericanas y la política oficial del BANFAIC – muchos están al borde de la ruina.

quintales de arroz procedentes de los Estados Unidos, con cargo a una llamada “segunda cuota deficitaria”. No puede decirse que los funcionarios y ejecutivos oficiales no conocieran a tiempo los efectos que esta importación iba a causar en la producción doméstica. En realidad los cosecheros cubanos hicieron una oposición tan formidable a ella, que el gobierno se vio obligado a adoptar una actitud intermedia, autorizando la importación, pero obligando a los comerciantes compradores a depositarla en la Zona Franca de Matanzas, hasta tanto se demostrara su necesidad en el mercado. Los cosecheros cubanos argumentaban: —El mercado cubano está perfectamente abastecido de arroz, y lo estará por un buen tiempo. Esa importación es innecesaria y tendrá efecto perjudicial en la producción doméstica, al gravitar sobre el mercado y bajar los precios. Pero, al mismo tiempo, desde los Estados Unidos se escuchaba la inevitable voz del senador Ellender: —Si el gobierno de Cuba no permite la entrada de esos arroces, demostrará estar actuando de mala fe. Presentaré una nota de protesta en el Departamento de Estado, para que no se permita a Cuba actuar de tal manera. ¿Es necesario contar el resto de esta historia? La obligación de mantener los arroces depositados en la Zona Franca fue rápidamente eliminada. Y “el bien organizado comercio importador de arroz, a través de su amplia red de distribución, su habilidad para diferenciar sus arroces y los recursos de la propaganda, logró colocar, con preferencia en el tiempo, los arroces importados”..3 Las consecuencias no se hicieron esperar.

Los precios del arroz cubano comenzaron a descender con ritmo pasmoso. El autorizado estadígrafo cubano, ingeniero Hugo Vivó, señalaba hace poco que “desde principios de 1954 hasta la fecha, los arroces cubanos han perdido alrededor de $1.60 en el precio por quintal, en relación con los arroces similares norteamericanos”.4 Un arrocero de Manzanillo le decía al redactor: En marzo y abril del pasado año el arroz Zayas Bazán estaba a $6.70 el quintal. Vino entonces la importación de 600 mil quintales. Y, a las pocas semanas, el mismo arroz estaba ya, solamente, a $6.00. Y luego a S5.00. Ahora está a $3.80. Aquella importación fue el comienzo del fin del auge arrocero cubano.” Y otro cosechero, de mayores recursos, narraba en Camagüey: Meses antes de aquella importación verdaderamente fatal la demanda de arroz cubano era tremenda. Recuerdo que una vez estaba en La Habana, en un hotel, cuando vino a verme un comprador, que no me conocía: —¿Qué precio le tiene puesto a su arroz? — me dijo. —Bueno, aun no sé. —Pues, mire, aquí tiene un cheque por lo que yo creo valen dos mil quintales. Si por allá se lo están pagando mejor, mándeme un telegrama, para enviarle la diferencia. Si sobra mucho, me devuelve lo que usted crea. Lo que necesito es garantizar que usted me reserva esos dos mil quintales.

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Aquello era increíble, sobre todo si tenemos en cuenta la situación actual. Ahora, para conocer a Cuba lo mejor es sembrar arroz... porque, para sacar bien los gastos, hay que ir de molino en molino, de pueblo en pueblo, llevando muestras, y regateando precios, rogando para que lo compren. La caída de los precios afectó a los cosecheros. Pero también a los molineros. En Manzanillo, el propietario de uno de los más grandes molinos arroceros de la zona (y del país) le mostró al redactor una serie de facturas en las que constaban los precios que se habían estado cotizando a partir de 1954. Decía: —Mire usted, en enero de 1954 vendimos este arroz5 a razón de $12.20. En marzo había subido a $12.50. Es decir, que el negocio iba en ascenso. De pronto, vinieron aquellas importaciones brutales de los 600 mil quintales. ¡Vea usted por sí mismo lo que pasó! Y con gesto indignado revolvía los papeles, mostrando las cifras: —En junio, ese mismo arroz bajó a $11.00. En agosto estaba a $9.75. En noviembre a $9.50. ¡Y siguió la caída! En el año 1955 la cosa empeoró. Alrededor de junio, ya el grano se había puesto a $9.00. Ahora... ahora está a $8.60. Parece que han querido hundir la industria.

Efectos de la caída de precios La caída en los precios ha sido factor determinante en el desaliento que ha cundido entre los cosecheros cubanos de arroz. Esto es fácil de comprender, si se tiene en cuenta que ellos son uno de los elementos fundamentales en el auge de ese cultivo en Cuba. El ya citado ingeniero Vivó, ha expresado: “Por la observación de los precios relativos... puede verse la tendencia al alza en el precio del arroz, desde que comenzó la Segunda Guerra Mundial, que hizo elevar el precio promedio anual al detalle del arroz en Cuba a 3.26 veces el promedio anual de 1939.” Y deduce: “Fue bajo el estímulo de estos altos precios que se llevó a efecto el gran aumento del cultivo del arroz en nuestro país, que elevó la producción de medio millón de quintales en 1946-1947 a tres millones de quintales en el año arrocero 1954-1955.” Naturalmente, al descender los precios se operó en el ánimo de los cosecheros el fenómeno contrario. El estimulo básico había desaparecido. Encima de ello, ocurre que los costos de producción del arroz son en Cuba, todavía, relativamente altos. Y la mayor parte de los empresarios encontraron que las ventas no les alcanzaban para amortizar el costoso equipo, para pagar los altos intereses del financiamiento y otros gastos. En consecuencia, como dijimos al principio, muchos decidieron apartarse del negocio, a veces arruinados. Otros restringieron sus siembras. Y no faltan quienes se han mantenido con el único interés de cumplir los compromisos contraídos para, inmediatamente después, abandonar el cultivo.

Pero aún hay más.

El “cierre” del BANFAIC Es indudable que uno de los factores que influyeron favorablemente en el auge arrocero doméstico fue la liberal política crediticia del BANFAIC. Este organismo facilitó millones de pesos a los cosecheros, en forma de créditos hipotecarios, refaccionarios y de maquinaria. Es cierto que su vinculación al destino de la riqueza arrocera nacional, en determinados momentos, fue sustancial. En 1953 el 35% de los préstamos del BANFAIC estaban invertidos en el arroz.6 La ayuda financiera del BANFAIC, por supuesto, tenía serios inconvenientes. Mencionemos esta vez uno solo: los altos intereses que cobra por sus préstamos. Este interés es de un 8%, pero ocurre que al cosechero se le cargan encima una serie de gastos de tramitación, que lo elevan a veces a un 11 y un 12%. Al principio de la expansión arrocera, sin embargo, esta circunstancia no resultaba tan lesiva, debido a que los altos precios a que se cotizaba el grano permitían pagar sin grandes dificultades. Al caer los precios, en cambio, el altísimo interés a que el BANFAIC da su dinero empezó a pesar como una losa sobre los costos de producción. Entonces los cosecheros comenzaron a demandar una rebaja en tales intereses. ¿La respuesta del BANFAIC? Que no era posible rebajarlos en un solo centavo. Y así, la ayuda financiera de ese organismo, que al principio tan saludable efecto había producido en el desarrollo del cultivo del arroz, comenzó a funcionar en un sentido contrario. Es decir, se convirtió más bien en un factor restriccionista. Prueba al canto: en el transcurso del último año el BANFAIC ha tenido que “intervenir y ejecutar”, por falta de pago, a decenas y decenas de cosecheros que no pudieron cumplir los compromisos con él contraídos. Pero ahí no finaliza la historia. Hemos dicho antes, que desde el año pasado se puede apreciar un viraje en la política oficial respecto a la producción arrocera nacional. Pues bien, como si la negativa del BANFAIC a flexibilizar sus sistemas de financiamiento, en vista de las desfavorables circunstancias en que se vieron envueltos los cosecheros por la caída de los precios, fuera poco, a principios de este año el propio banco anunció que había puesto en vigencia una severísima política de restricción de créditos. En efecto, el citado organismo advirtió que su consejo de dirección había aprobado un conjunto de reglas nuevas, para el otorgamiento de préstamos arroceros, y entre las cuales se hallaban algunas como éstas: —En ningún caso se permitirá la práctica de dos cosechas anuales en el mismo terreno. Los que insistieren en esta

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práctica no podrán continuar recibiendo préstamos y el contrato será rescindido. —Sólo se financiará una cosecha anual en el mismo terreno por un período hasta de tres años consecutivos. Después de utilizado un terreno en siembra de arroz por tres años seguidos, será necesario dedicarlo durante dos años, como mínimo, a pastos y leguminosas. En la pragmática, además, se indicaba que el BANFAIC apretaría de modo que “no se concedieran préstamos si no está garantizada una eficiente dirección técnica de la empresa”; y que éstas, “deberán disponer de los equipos mínimos adecuados para operar eficientemente o de los recursos para su adquisición”; finalmente, que “sólo se financiarán siembras en las fechas ajustadas en el calendario del BANFAIC”. ¿Hacen falta mayores comentarios?

Un organismo inocuo La demanda de los cosecheros cubanos de que si no se buscaban los medios de elevar los precios del grano se verían totalmente arruinados, fue levantada con tanta fuerza, que el Gobierno creó a principios de año la Administración de Estabilización del Arroz.

El establecimiento de la A.E.A. dio la impresión de que, por fin, se había dado calor oficial a la demanda de ayuda de los cosecheros. Mas, quienes así lo pensaron, se llevaron tremendo desencanto. El Gobierno construyó el aparato. Lo puso en movimiento... ¡pero no le dio un solo centavo para salir al mercado a comprar arroz, haciendo efectivos los precios que, teóricamente, había fijado a los pocos meses de estar funcionando! Para ese viaje, comentaban los cosecheros, no se necesitaban alforjas. Mas ¿a qué se debía esta extraña actitud oficial de constituir un organismo, para luego no dotarlo de recursos con que cumplir los fines para los que se creó? Posiblemente la respuesta a esa pregunta la dio el comentarista de asuntos económicos, doctor Raúl Cepero Bonilla, quien la semana pasada decía en estas mismas páginas de Carteles, en su sección “Actualidad Económica”: “Parece que el Gobierno, siguiendo el consejo de los azucareros ha decidido retirar cualquier tipo de ayuda a la industria arrocera, para no causar dificultades a la defensa de la cuota en los Estados Unidos”.

RESUMEN DE LA CRÍTICA SITUACIÓN ARROCERA CUBANA Y DE SUS SOLUCIONES ¿Hay, ciertamente, una crisis en la producción arrocera nacional? Por supuesto que sí. El proceso expansivo de la producción arrocera doméstica parece haber llegado a su fin. Ahora, lo que se avizora es un retroceso en los niveles de producción nacional, con la consiguiente recuperación del mercado por los exportadores norteamericanos. ¿A qué se debe esta caída? Son muchos los factores. Unos, de índole técnica: bajos rendimientos, salinidad, plagas, enfermedades. Otros, más importantes, de origen económico. Las importaciones excesivas autorizadas por el Gobierno han hecho descender los precios de los arroces producidos en Cuba. El BANFAIC ha instaurado una política restriccionista de créditos. Al parecer, hay una definida política oficial destinada a desalentar la producción doméstica del grano. Además, el consumo nacional ha bajado, afectando las existencias y los precios. Todas estas dificultades, unidas, han conducido a la ruina a muchos cosecheros, o han hecho que otros restrinjan sus siembras a la mitad o la tercera parte. ¿Es insoluble esta crisis? En lo absoluto. Pero los cosecheros necesitan tener de su parte, y no en su contra, al Estado. ¿Qué puede hacer el Estado por los cosecheros?

En primer término tiene que salirle al frente a la caída de los precios. Debe dotar inmediatamente de fondos a la Administración del Arroz, para que salga a comprar, haciendo valederos los precios teóricos que ya le ha fijado al grano. Es necesario, también, que el Gobierno no reincida en la fatal política de permitir importaciones innecesarias, bajo el rubro de “cuotas deficitarias”, o “arroces partidos”. El BANFAIC debe liberalizar nuevamente su política crediticia. Y ha de buscar la manera de bajar la cuantía de sus intereses, y de adecuar los plazos de sus préstamos a las reales necesidades de los cosecheros. También debe aligerar un poco los trámites burocráticos de los expedientes. Al hacer todo esto, sin embargo, el BANFAIC no puede perder de vista que debe mantener su plausible cautela, a los efectos de otorgar los préstamos siempre con razonables posibilidades de recuperación. El BANFAIC debe velar por la garantía y solidez de las operaciones que financia. Pero tampoco debe olvidar que no es una empresa comercial privada, y que se ha constituido para fomentar el desarrollo económico del país, con los lógicos riesgos que tales objetivos implican. Finalmente, el Estado debe establecer centros de investigación y experimentación del arroz. Es imprescindible que se ayude a los cosecheros, técnicamente, a combatir plagas, enfermedades, salinidad. Y hay que lograr, en los citados centros experimentales, una semilla de arroz nacional, de buenos rendimientos, resistente, de alta calidad, y realmente adaptada a las condiciones naturales del país.

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Y apuntaba: “Se pretende congelar el desarrollo de la producción arrocera, y hasta desalentarlo, si necesario fuera, para complacer a los exportadores de arroz de Estados Unidos y brindar una contrapartida a cualquier mejor trato para el azúcar cubano “en la nueva ley que se gesta”. Sobre 1953 comenzó a desarrollarse con más intensidad la crisis arrocera norteamericana, al aparecer enormes sobrantes de producción. Inmediatamente, se recrudeció en ese país la campaña contra la expansión arrocera de Cuba, campaña basada en argumentos falaces, y expuestos en forma intimidatoria. Alrededor de 1954, se sostiene en este trabajo, parece que se produjo un cambio en la política oficial cubana respecto al nuevo y promisor renglón de la economía nacional representado por las cosechas arroceras. Desde entonces comenzaron a surgir obstáculos a los cultivadores criollos: importaciones excesivas, caída de

precios, cierre de créditos, etcétera. La producción arrocera cubana cayó en un período de crisis. Este trabajo resume la historia de ese proceso. Lo significativo es que estas palabras, dichas en Carteles y también en Prensa Libre, por el conocido comentarista, no fueron desmentidas oficialmente. ¿Se necesitan entonces, mayores pruebas de la certeza de la tesis sostenida en este trabajo? Con seguridad, los lectores dirán que no.

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1 The Rice of Journal, abril de 1955. Reproducidas en Cuba por la Asociación Nacional de Hacendados, en los periódicos de agosto de 1954. 3 Revista del Banco Nacional de Cuba, septiembre de 1955. 4 Diario de la Marina, diciembre 17 de 1955. 5 Arroz Zayas Bazán, descascarado, en bolsas de 98 libras, con costo y flete, pago de contado. 6 Publicaciones del BANFAIC. Memoria anual, 1953-1954. 2

LAS AMENAZAS DE ELLENDER Y THOMPSON Y LA VERDAD SOBRE EL AZÚCAR Y EL ARROZ CUBANOS EL auge de la producción arrocera cubana ha sido utilizado como instrumento argumental, por ciertos círculos norteamericanos, a fin de preparar el ambiente para la mordida que le piensan dar a la cuota azucarera de Cuba en Estados Unidos (“Cuba reduce sus importaciones de arroz de Estados Unidos: luego Estados Unidos tiene derecho a reducir sus importaciones de azúcar de Cuba”, ha dicho el senador Ellender). Al mismo tiempo, el azúcar cubano ha sido utilizado como pretexto para ambientar una política de restricción al auge arrocero nacional. (“Si Cuba no revisa hacia arriba su cuota arancelaria de arroz... recomendaría reducir las importaciones de Cuba y aumentar nuestra propia producción doméstica de azúcar”, ha dicho el representante Thompson). Lamentablemente, se afirma que el gobierno de Cuba ha adoptado una política de plegamiento ante tales intimidaciones y que en aras de una supuesta defensa de nuestra cuota azucarera en el mercado norteamericano, ha decidido emplear todos los recursos del Estado para desalentar la producción doméstica de arroz. Pero sea de una u otra manera, lo cierto es que las bravatas de los congresistas norteamericanos citados —expuestas en tan desnuda e inescrupulosa forma— carecen no solamente de base moral, sino también de base económica. La verdad sobre el problema de la cuota cubana de azúcar y sobre la expansión arrocera nacional, es bien distinta a las afirmaciones falaces vertidas al amparo del poderío económico y político del norteño vecino, por las desorbitados legisladores arriba mencionados. En primer término, lo cuota azucarera de Cuba en Estados Unidos está respaldada por los más indiscutibles derechos históricos, económicos y morales, y su respeto no debe ser supeditado a cualquier polémica surgida por motivos ajenos a ella. Por otro lado, oponerse al desarrollo de un importante renglón de la economía de un país vecino, con amenazas de represalias a otro, ni es justo ni dice mucho en favor del sentido que se tiene respecto a lo que deben ser las relaciones internacionales basadas en un trato amistoso de igualdad y mutua conveniencia. Pero hay más. Si ciertos círculos norteamericanos quieren lanzarse de todos modos a la agresión de la cuota azucarera de Cuba, la mejor que harían es no sacar como argumentación favorable o sus propósitos el caso del arroz. Porque, precisamente, el caso del arroz y el

azúcar son la prueba más palpable y evidente del tipo de relaciones unilaterales y contrarias al interés nacional, que nos ha sido impuesto a los cubanos a través de decenas y decenas de años de trato desigual con los Estados Unidos. Las estadísticas prueban, en efecto, que en tanto que el mercado arrocero cubano se les ha ido ensanchando a los exportadores norteamericanos progresivamente durante los últimos veinte años, el mercado azucarero de Estados Unidos se les ha ido estrechando a los exportadores cubanos, también progresivamente, durante el mismo período de tiempo. Más claro: entre 1930 y 1955, Estados Unidos ha tenido una participación cada vez mayor en el mercado arrocero de Cuba; por el contrario, entre esos mismos años, Cuba ha tenido una participación cada vez menor en el mercado azucarero de Estados Unidos. Entre 1902 y 1929, Estados Unidos no exportó a Cuba más de un tres por ciento del total de las importaciones arroceras de este último país. Pero, luego de 1930, especialmente luego de 1938, merced PRIVILEGIOS CONCEDIDOS POR LA ISLA A ESTADOS UNIDOS, las exportaciones de arroz norteamericanas a Cuba comenzaron a incrementarse, hasta llegar a ser alrededor del 50 por ciento del consumo nacional y casi el 100 por ciento de las importaciones. ¿Y cuál es el cuadro del azúcar cubano en Estados Unidos? Absolutamente distinto. Entre 1902 y 1929, Cuba participó en cerca de un 50 por ciento en el mercado azucarero de Estados Unidos. Luego de ese año, MERCED AGRESIONES CONSUMADAS CONTRA SUS TRADICIONALES DERECHOS, la participación cubana en el mercado azucarero norteamericano ha ido reduciéndose, hasta llegar a ser, en la actualidad, de sólo un 32 por ciento. Como se observa el cuadro realista de la situación es bien diferente a como lo muestran Ellender y Thompson. El arroz norteamericano ha crecido en Cuba de un tres a un 50 por ciento. En cambio, el azúcar cubano ha bajado en Estados Unidos de un 50 a un 32 por ciento... y ahora quieren que siga bajando. A esto, algunos, le llaman “reciprocidad”. Otros, más realistas, le llaman “Ley del embudo”.

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CUBA DEJA DE CULTIVAR 130 MIL CABALLERÍAS DE TIERRA PARA COMPRAR PRODUCTOS AGRÍCOLAS A LOS ESTADOS UNIDOS Cuba ha dejado de sembrar más de 130 mil caballerías de tierra para comprarle a Estados Unidos artículos agrícolas que puede producir en sus tierras. ¿Cómo se ha llegado en Cuba a esta situación?: las inversiones norteamericanas en azúcar y los tratados de “reciprocidad”. Los Estados Unidos protegen a sus productores domésticos de azúcar : ¿Por qué Cuba no protege a sus productores domésticos, también? El fondo de la cuestión: necesidad de reforma en la estructura económica de Cuba.

S

i los productos agrícolas que los cubanos compramos a los Estados Unidos los produjéramos en el país, podríamos poner en cultivo más de 130 mil caballerías de tierra. Así se demuestra en un interesante trabajo estadístico publicado el pasado mes de enero por el Consejo Nacional de Economía. En él se demuestra, en efecto, que para atender la demanda de productos agrícolas de Cuba, la vecina nación tuvo que cultivar 712 mil acres de cereales, 209 mil acres de frutas y vegetales, 3 millones de acres de maíz, heno y pastos para cebar 5,5 millones de puercos (equivalente de lo que importamos en manteca, jamón, bacon y carne salada), y 238 acres de otros productos agrícolas. En total, Estados Unidos sembró más de 4 millones de acres para venderle artículos del campo a Cuba. O, lo que es lo mismo, Cuba dejó de sembrar 130 mil caballerías de tierra para comprarle artículos del campo a Estados Unidos.

Si los vegetales crudos y preparados en conservas así como las frutas que Cuba importa de los Estados Unidos se produjeran en la isla, podrían ponerse en cultivo seis mil caballerías de tierra de los cientos de miles que hoy están incultas y muchas más, si se consideran otros productos que compramos al vecino norteño innecesaria y absurdamente.

Contradicciones

Deformación económica

Esta situación es verdaderamente absurda y contradictoria. Implica que Cuba, como todo país atrasado económicamente, con un grado muy bajo de industrialización y con una producción acentuadamente agrícola, no está siquiera abasteciendo su propia demanda interna de artículos del campo. Esto, por supuesto, no ocurre porque el país haya llegado a su máxima capacidad de producción agrícola. Por el contrario, lo que impresiona más en este orden de cosas es el hecho de que en el territorio cubano existen enormes extensiones de tierra que permanecen sin explotar y cientos de miles de hombres que deambulan famélicos por sus campos, sin trabajo, y sin un mísero fragmento de tierra para cultivarla. ¿Cómo se ha llegado en Cuba a esta situación?

La respuesta es sencilla: a partir del establecimiento de la República, el proceso económico cubano estuvo determinado por la presencia y acción de una gran potencia vecina: los Estados Unidos. De esta nación vinieron los mayores capitales invertidos jamás en Cuba, y con ella se establecieron también relaciones comerciales casi monopólicas. Las inversiones de capital norteamericano se produjeron, fundamentalmente, en la industria azucarera, dando lugar a un desarrollo hipertrófico de esta rama de la producción nacional y provocando el fenómeno latifundiario. Las relaciones comerciales quedaron controladas por medio de tratados comerciales “de reciprocidad” que tuvieron los efectos de a) eliminar a otros países del mercado doméstico de Cuba, que se convirtió así en receptora de artículos casi exclusivamente norteamericanos; y b)

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desalentar todo intento de Cuba de desarrollar cualquier producción no azucarera. Estas afirmaciones han sido reconocidas por todos los historiadores y economistas cubanos y norteamericanos, serios, y no constituyen, siquiera, materia polémica.

Las consecuencias El latifundio hizo inaccesible para la producción agrícola diversificada cientos de miles de caballerías de tierra cubana. Y los aranceles bajos y preferenciales consolidaron la situación, haciendo todavía más imposible el desarrollo de la agricultura no cañera, y, por supuesto, la industrial. Por otro lado, el Tratado de Reciprocidad Comercial de 1934 agravó aún más el estado de indefensión creado por el de 1902. La tímida reforma arancelaria de 1927 y los progresos logrados bajo la sombra del Convenio sobre Aranceles y Comercio de Ginebra (AGAC) tampoco modificaron, en esencia, la situación. Por consecuencia, hemos llegado al año 1955 con la misma deficiente organización económica que nos fue estructurada a principios de la República, y no

precisamente en favor de los intereses nacionales, del progreso y el desarrollo del país, sino más bien en favor de los intereses de exportación de capital y mercancías de una nación vecina. Esto es lo que explica el hecho aparentemente contradictorio y absurdo de que el año antepasado importáramos los productos agrícolas que aquí hubiéramos podido producir en 130 mil caballerías de tierra, de las muchas más que permanecen incultas en nuestros campos por la aún lesiva vigencia del latifundio.

Para Estados Unidos Pero esta situación, que ha sido altamente inconveniente a los intereses de Cuba, ha resultado por el contrario extremadamente favorable a los intereses de ciertos círculos económicos de los Estados Unidos. Ocurre, efectivamente, que en tanto que nuestra nación vende a Estados Unidos, fundamentalmente, productos agrícolas sin elaborar y materias primas, éstos, los Estados Unidos, le venden a Cuba productos agrícolas elaborados y productos manufacturados de su industria. Cuba, además, no es un comprador corriente. Cuba es

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uno de los más importantes compradores de los Estados Unidos, como consecuencia del tipo de relaciones económicas a que hemos hecho referencia. Ocupa el sexto lugar entre todos los mercados exteriores de ese país y el primer lugar (32% del total) entre todos sus mercados latinoamericanos. Y otro hecho significativo: Cuba le compra a los Estados Unidos más de lo que le vende. En 1954 las exportaciones de Cuba a los Estados Unidos ascendieron a $399 757 000. Empero ese mismo año las importaciones de Cuba procedentes del citado país ascendieron a $427 478 000. En otras palabras: las exportaciones generales de los Estados Unidos hacia Cuba durante 1954 representaron un balance comercial desfavorable para la segunda que pasa de los $27 millones.

Otra contradicción Es significativo también contrastar las diferentes actitudes asumidas por el Estado norteamericano y el Estado cubano en esta cuestión de la defensa de las respectivas producciones internas. Podemos poner un ejemplo en el reciente caso de la cuota azucarera de esta isla en el mercado norteño. Cuando se planteó la revisión de esa cuota, el gobierno del vecino país apoyó las demandas de sus productores internos (a pesar de que éstos tienen sus industrias montadas sobre bases artificiales y a pesar de que la

rebaja de la cuota cubana supone el quebrantamiento de serios compromisos). Por el contrario, los gobiernos cubanos han despreciado siempre las demandas de los productores internos del país (caso de los industriales cuando solicitaron protección arancelaria, y caso de los arroceros cuando solicitaron ayuda oficial). Los problemas del desarrollo económico de Cuba van sin embargo un poco más allá de la protección arancelaria o la ayuda técnica y crediticia a los productores. Los problemas del desarrollo económico de Cuba tienen su solución supeditada a la reforma a fondo de su actual estructura económica, tan justamente calificada de colonial por los miembros de la Asociación Nacional de Industriales de Cuba en un documento publicado hace meses. Uno de los aspectos de esa reforma consiste, precisamente, en la modificación del vigente régimen agrario, basado en el predominio del cultivo azucarero y en la posesión estéril de gigantescos latifundios que se mantienen sin explotar, mientras las reservas monetarias del país se desangran comprando en el extranjero los artículos que en él se podrían producir. Así lo reconocen todas las autoridades en la materia. Y así lo reconocen todos los cubanos que sienten por su Patria, y que consideran incompatibles con el progreso de su nación la existencia del desempleo, la miseria y la tierra inculta, en tanto que dependen del extranjero para el abastecimiento de los artículos indispensables para su alimentación.

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Problema nacional

¡LA PRUEBA DE UN ABSURDO ECONÓMICO: ÁREA CULTIVADA EN LOS ESTADOS UNIDOS PARA SATISFACER LA DEMANDA CUBANA DE PRODUCTOS AGRÍCOLAS Y ÁREA CUBANA DEJADA DE CULTIVAR POR COMPRARLE A ESTADOS UNIDOS!

Productos Agrícolas

Area cultivada en acres, E.U.A. para satisfacer la demanda cubana

Area cubana dejada de cultivar en caballerías

Cereales (1)

712 969

21 607

Frutas y vegetales (2)

209 602

6 358

3 136 501

95 045

Productos del puerco (3) Otros productos (4) TOTAL

4 de marzo de 1955, pp. 38-39.

238 415 4 297 487

7 227 125 237

Notas 1 Comprende arroz, trigo y granos de diversas clases. 2 Comprende vegetales crudos y preparados (cebollas, ajos, papas, tomates, etc.), judías y frijoles. 3 Comprende maíz, heno y pastos sembrados para alimentar los 5,5 millones de puercos a que equivalen las importaciones cubanas (1954) de manteca, jamón, bacon y puerco salado. 4 Comprende maíz para la alimentación de gallinas ponedoras (más de siete millones de docenas de huevos importados en 1954), algodón y otros artículos. Fuente: Boletín informativo publicado por el Consejo Nacional de Economía, enero de 1956.

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¿CUÁL ES LA VERDAD SOBRE EL PETRÓLEO CUBANO? Para los hombres de ciencia la estructura geológica de Cuba es una de las más difíciles e inextricables del mundo. Sin embargo, la composición e intereses de las empresas que giran alrededor del petróleo que parece tener en su seno no le va a la zaga en complejidad. Este artículo representa posiblemente la primera visión de conjunto y aproximadamente exhaustiva que se publica sobre tan trascendental problema. Por eso, Carteles lo acoge en sus páginas, en la confianza de que se trata de un serio aporte a la aclaración de esa inquietante y decisiva incógnita que hoy constituye el petróleo cubano.

¿H

ay o no hay grandes cantidades de petróleo en el subsuelo de Cuba? Es posible que no exista un solo cubano atento a los intereses de su país que no se haya hecho tal pregunta incontables veces. La interrogación, por otro lado, ha cobrado una ineludible actualidad en los últimos meses. A partir del descubrimiento de un pozo productivo en roca sedimentaria de Jatibonico las actividades en el campo petrolero nacional han obtenido un auge sin precedentes. En sólo 18 meses se han perforado en Cuba tantos pozos de investigación y producción como en muchos años anteriores. Ahora hay distribuidas por todo el país más maquinarias de perforación que en ningún otro momento de su historia. La producción nacional de petróleo se espera que este año sextuplique la del pasado. Se han formado infinidad de nuevas compañías para la búsqueda del importante oro negro. El gobierno ha llegado a reformar la Ley de Minerales Combustibles con el fin, ha declarado, de estimular su exploración y explotación. El petróleo es la gran actualidad nacional. Y, sin embargo, para todo el mundo aún permanece incontestada la pregunta: ¿Hay o no hay grandes cantidades de petróleo en el subsuelo de Cuba?

Son muchas las respuestas La razón es que la respuesta a esa pregunta no es sencilla y que por seria y científica que sea, envuelve ángulos polémicos. En síntesis, en estos momentos no hay una sino varias respuestas a la interrogante de si el subsuelo cubano contiene almacenadas grandes cantidades del vital combustible. Y las versiones sobre las posibilidades petroleras cubanas varían de contenido y tono, según su procedencia. Si usted interroga a un funcionario de cualquiera de las grandes compañías petroleras internacionales establecidas desde hace años en Cuba, lo más probable es que se encoja de hombros a tiempo que le responde: “Petróleo puede que lo haya. Pero hasta ahora nuestras exploraciones han sido desalentadoras.”

En cambio, si se le pregunta al directivo de alguna pequeña empresa petrolera nacional, la respuesta podría ser: En Cuba hay enormes yacimientos de petróleo. Pero hay que encontrarlos, y para encontrarlos hay que invertir millones de pesos. A las grandes compañías no se les puede creer, puesto que ellas llevan muchísimos años aquí y nada más que han perforado un puñado de pozos, sin decir lo que han encontrado allá abajo. Si los pequeños productores contáramos con recursos, seguramente que daríamos con el petróleo que hay escondido en las entrañas de nuestra tierra. Con un geólogo la indagación daría este resultado: “La estructura geológica de Cuba es muy complicada y aún no está suficientemente estudiada. Pero, en lo que se conoce hasta ahora, puede

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afirmarse que hay las estructuras requeridas para que existan grandes acumulaciones de petróleo. Además, aquí dominan las mismas formaciones que en Louisiana, México y Venezuela, donde se encuentran algunos de los más importantes yacimientos conocidos. Nuestro criterio es que en Cuba hay petróleo. Eso sí, deben perforarse los pozos suficientes para dar con él.” Por supuesto, la encuesta conduciría a conclusiones mucho más optimistas, pero quizá menos serias, si se llevara a algún usual especulador de la Bolsa. En tal caso, la contestación vendría acompañada de un convincente y animado ademán: “¿Que si hay petróleo en Cuba? señor mío, ¡eso ni se pregunta! El porvenir económico de Cuba está en el petróleo. Esta isla es un inmenso tanque de combustible. Claro, hay que tener cuidado al hacer una inversión. Si usted está interesado, le voy a dar un “tip”: adquiera acciones de la “Imagination Petroleum Company”, que tiene derechos en el área que más promete en Cuba. Aproveche ahora, que luego van a subir. ¡Hombre! incidentalmente ocurre que tengo algunas en cartera.. Decídase, amigo: aquí no hay donde perder.”

Las dificultades A pesar de los tremendos avances de las ciencias geológicas, geofísicas y geoquímicas, y de las técnicas de prospección o exploración del petróleo, es un hecho que aun no se cuenta con un método infalible para, digamos, pronosticar la existencia de un yacimiento. Los hombres de ciencia dicen dónde no se debe buscar el petróleo. También indican cuáles de las áreas que reúnen las condiciones geológicas necesarias para su formación y almacenamiento, es decir, pueden señalar donde es más probable que se encuentre. Pero el hallazgo sólo es verificable de una manera: perforando, “pinchando” en la tierra, como se dice en el argot petrolero. Vista la cuestión desde ese ángulo, el caso de Cuba puede resumirse así: 1. Los geólogos han coincidido en señalar que en ella existen todas las condiciones necesarias para que en sus entrañas se hayan acumulado grandes cantidades de petróleo. 2. Hasta este momento no se han realizado las perforaciones necesarias para dar con él. En realidad en Cuba apenas si se ha comenzado a arañar la tierra en busca del preciado combustible. El lector quizá observe una contradicción entre ambas afirmaciones. Dirá él: ¿Cómo es posible que, con tan buenas perspectivas no se haya realizado nunca una actividad exploratoria capaz de dar con el petróleo teóricamente existente bajo nuestro subsuelo?

Parte de la explicación Parte de la explicación de esa paradoja puede hallarse en el hecho de que, en Cuba, el Estado ha cedido

siempre la iniciativa y el derecho a explotar el petróleo nacional a las grandes compañías petroleras internacionales. En otras palabras: la historia del petróleo cubano es la historia de un Estado que durante años ha renunciado a su derecho de aprovechar una fuente propia de incalculable riqueza, factor intrínseco además para su desarrollo económico. Encima de ello, la abstención se produce en beneficio de un grupo de empresas que, por diversas razones, no han tenido hasta ahora interés en aprovechar los privilegios que se les concedieron (apenas han perforado pozos), pero que en cambio sí se las han arreglado para mantenerlos (no han renunciado a sus concesiones). La renuncia, en fin, ha tenido lugar en favor de un puñado de poderosos intereses foráneos, en detrimento

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de los intereses del propio Estado y, por supuesto, de los de los empresarios cubanos.

Un antecedente escandaloso El ejemplo más vergonzoso de esta actitud antinacional puede encontrarse en el famoso Decreto 768 de 7 de junio de 1930. Mas, para exponer el contenido de esa pragmática y su verdadero significado recurriremos a las palabras del ingeniero Antonio Calvache (Historia y desarrollo de la minería en Cuba) actual Director de Montes y Minas del Ministerio de Agricultura: Dice el ingeniero Calvache: “Por virtud de ese Decreto pasaron a poder de grandes empresas y de algunos particulares, gratuitamente y en calidad de concesión a perpetuidad, sin obligación de perforar, cerca de un millón de hectáreas del subsuelo nacional (casi la décima parte del territorio insular) que incluían todas las estructuras con posibilidades petrolíferas en el país, acaparadas en su mayor extensión por compañías extranjeras.” Añadamos nosotros que la Ley de Minerales Combustibles de 1938, en la práctica, no alteró esa situación que, por el contrario, de entonces acá ha empeorado. De esa manera actualmente una docena de potentes empresas no cubanas tiene el control de millones y millones de hectáreas del territorio nacional, a los efectos de la búsqueda y la explotación del petróleo (Véase anexo a este artículo: “La Ley y la realidad” .

Dos opiniones autorizadas Esas compañías, además, en actitud que remeda la del perro del hortelano, no solamente mantienen el control de vastas concesiones sino que permanecen inactivas, sin perforar un solo pie de pozo. Y a este respecto queremos traer aquí dos opiniones más, de gran autoridad en la materia. La primera del Ingeniero Eduardo Montoulieu, quien en trabajo inédito, aunque presentado al reciente Primer Congreso Cubano del Petróleo de la Universidad de Oriente, expone lo siguiente: “En Estados Unidos por cada 12 millas cuadradas de territorio hay perforado un pozo. En Cuba, hasta hace dos años, había un pozo perforado por cada mil millas cuadradas.” Y sigue: “Si a esta trágica realidad se añade el hecho de que mantienen en secreto los resultados y conclusiones a que llegaron dichas empresas una vez realizadas las expresadas perforaciones, se comprenderá por qué estamos en completa ignorancia sobre la verdad de nuestras posibilidades petrolíferas.” Más abajo agrega: “Queda en pie la interrogación de por qué razón nuestros pioneros de Bacuranao, Jatibonico y Jarahueca han

podido alumbrar naftas y petróleos, sin otra guía que la muy modesta de nuestros prospecteurs y geólogos e ingenieros de minas”, mientras que, por el contrario, las grandes compañías “contando con la ciencia y la experiencia de técnicos de renombre mundial y con todos los medios mecánicos y técnicos de la industria petrolera moderna no alumbraron ni un solo galón de hidrocarburo de tipo comercial, sellando sus pozos en las localizaciones escogidas por sus técnicos, tras el fatídico anuncio de haber cortado rocas hipogénicas”. Y ahora la otra opinión, del ingeniero Alberto Quadreny, quien, en carta pública al comentarista de asuntos económicos y colaborador de esta revista, doctor Raúl Cepero Bonilla, decía a fines de mayo de 1954: “Si usted se refiere a las 32 perforaciones hechas por las cuatro grandes compañías, Shell, Standard, Atlantic Refining y Gulf, creemos que efectivamente no hicieron gran esfuerzo por descubrir el petróleo, a pesar de los dineros gastados, pues en nuestras conversaciones con sus geólogos e ingenieros no los vimos muy consistentes y con la voluntad de descifrar el enigma y se dieron por derrotados muy fácilmente.”

Completando las conclusiones Visto lo anterior el cuadro de la situación petrolera de Cuba expuesto más arriba puede completarse de la siguiente manera: 1. Los geólogos coinciden en que en Cuba hay petróleo; 2. Aún no se han realizado las perforaciones suficientes para dar con él; 3. El Estado cubano ha estimulado a las grandes compañías petroleras extranjeras para que busquen y exploten el petróleo nacional. Como al propio tiempo no

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ha ayudado a las empresas independientes de capital cubano, ni se ha ocupado de hacer algo por su cuenta, las posibilidades de desarrollo en este campo han estado siempre en manos de las primero citadas grandes compañías extranjeras; pero 4. Por diferentes motivos (que analizaremos en próximo artículo estas empresas apenas si han hecho nada por encontrar el petróleo de Cuba, aunque todo indica que tienen la seguridad de su existencia.

La compleja situación actual Con lo dicho hasta ahora solamente hemos contestado dos preguntas: ¿hay petróleo en Cuba? Y, si lo hay, ¿por qué no se ha encontrado? Es probable sin embargo que el lector quiera saber más. Por ejemplo, seguramente que querrá conocer a qué se ha debido el reciente auge petrolero cubano, qué se está haciendo ahora por encontrar el codiciado oro negro, qué compañías están trabajando y cuáles son las perspectivas actuales al respecto. A ello vamos. Mas, antes, queremos señalarle al lector que, si para los hombres de ciencia la estructura geológica de Cuba es una de las más complejas e inextricables del mundo, para quienes se dedican a la economía el número, composición e intereses de las grandes empresas que giran alrededor de su petróleo no le va a la zaga. En primer término debe apuntarse que hay actualmente de 40 a 50 compañías petroleras operando (al menos teóricamente) en el país. De esas empresas unas son grandes, otras medianas y otras pequeñas. Algunas son de capital norteamericano, otras lo son de capital cubano, y muchas más se han formado por conjunción de intereses cubanonorteamericanos. Por otro lado, hay compañías de éstas que trabajan en concesiones que no son de su propiedad. Otras tienen concesiones, pero los límites exactos de las mismas ni siquiera son conocidos por ellas. Un aspecto de gran importancia es el trabajo que están realizando en la actualidad. Ciertas compañías están produciendo petróleo hace tiempo. Pero hay un grupo que solamente realiza trabajos de perforación o, quizá, de simples estudios y exploraciones, sin abrir pozos. No faltan quienes no hacen absolutamente nada, excepto vender acciones en Cuba y, según se afirma, sobre todo en Estados Unidos. Las dificultades en la aclaración del actual panorama petrolero cubano se acrecientan igualmente por falta de fuentes fidedignas de información. Salvo una publicación por suscripciones (confidencial), dedicada precisamente a reportar de modo objetivo los acontecimientos al respecto, no hay lugar oficial o privado capaz de satisfacer una indagación seria. El carácter especulativo, de las empresas petroleras es también un factor confusionista.

De todas maneras, unida a este artículo va una serie de anexos que,1 posiblemente, representen la primera visión de conjunto y aproximadamente exacta que se haya publicado hasta ahora sobre la situación petrolera cubana. El lector podrá calibrar mejor su contenido si tiene en cuenta las siguientes observaciones:

El control de las concesiones En el anexo titulado “La Ley y la realidad” hay una relación de las principales empresas petroleras aquí establecidas, y el área aproximada de sus concesiones, Nótese que no más de diez empresas dominan sobre el 80% de todo el territorio cubano con posibilidades petrolíferas. En manos de esas empresas está hoy día el destino petrolero cubano. Lo demás, para decirlo con una frase conocida, es puro paisaje.

Jatibonico En otro anexo, “¿Qué hay en Jatibonico?”, se explica la importancia relativa de esta nueva área, a la que hay que adjudicar, en parte, el reciente auge petrolero cubano.

La producción actual En Cuba hace años que se produce petróleo. En 1881 se descubrieron los campos de nafta de Motembo. En 1917 comenzó a ponerse en producción el campo de Bacuranao. En 1943 el de Jarahueca. Desde el año pasado, Jatibonico. Lo que caracteriza a los tres primeros campos es que el petróleo o la nafta que en ellos se extrae viene de rocas serpentínicas, en las que no es normal encontrar grandes yacimientos. Su producción, por otro lado, es bastante limitada. Sin embargo, en ellos hay concentrados un buen número de empresas, casi todas pequeñas y de capital cubano. Jatibonico comenzó a producir el año pasado. Lo que lo distingue de los otros tres campos es que su petróleo procede de rocas sedimentarias, que son las típicas almacenadoras de grandes cantidades de petróleo. Hasta ahora, no obstante, Jatibonico parece ser un campo bastante pequeño. La producción nacional de petróleo (sumados los cuatro campos productores: Motembo, Bacuranao, Jarahueca y Jatibonico) ha sido durante los diez primeros meses de este año de 963 barriles diarios (dato de la revista Cuba Petroleum News Digest). Estos 963 barriles suponen solamente el 1,7% del consumo nacional, que se estima en unos 55 mil barriles diarios. Al ritmo actual todo el petróleo que Cuba produce en casi dos meses, representa el consumo de un solo día.

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EL PETRÓLEO CUBANO: RESUMEN DE LA SITUACIÓN Entonces, ¿qué pasa en Cuba?

¿Hay petróleo en Cuba? En Cuba hace años que se sabe que hay petróleo y que se explota. Pero ese petróleo procede de pequeños cotos que no son capaces de abastecer la demanda nacional (Cuba produce unos 1,300 barriles diarios –estimados no oficiales- pero consume 55 mil). ¿Y no hay la posibilidad de que tengamos grandes yacimientos, como en otros países? Exactamente lo que hay es eso, la “posibilidad” de que tengamos grandes yacimientos aun no descubiertos. Es decir, que lógicamente Cuba reúne todas las condiciones (estructuras) para ser un país productor de petróleo. Pero esto no quiere decir que, necesariamente, lo sea. El petróleo aún constituye un enigma en Cuba. Por supuesto, los chances son infinitamente más favorables que desfavorables. Y los científicos, ¿qué dicen? Las ciencias modernas, especialmente la Geología, la Geofísica y la Geoquímica, son capaces de decir dónde no es probable que haya petróleo, dónde sí es probable que lo haya. Pero nada más. Para saber si en un lugar hay petróleo sólo existe actualmente un método infalible: perforar pozos. Naturalmente que, gracias a los avances técnicos, hoy se trabaja con muchas más oportunidades de éxito que hace algunos años. Medio siglo atrás encontrar petróleo era casi obra de la casualidad. Hasta hace poco se había avanzado lo suficiente como para que de cada nueve pozos perforados uno resultara productivo. Hoy ese “récord” ha sido mejorado, y luego de completos y previos estudios geológicos y geofísicos, los chances son de uno entre cuatro.

4 de diciembre de 1955, pp. 47-46 y 109-110

El enigma petrolero de Cuba no se ha descifrado porque no se han abierto suficiente número de pozos. Las exploraciones de las posibilidades de yacimientos en nuestro subsuelo siempre las ha dejado el Estado a las grandes empresas internacionales que, por distintas causas, no han tenido interés en alumbrar el vital combustible en Cuba. En 25 años estas empresas no han perforado ni un centenar de pozos y, en todo caso, los han perforado muy superficiales. Además, no han publicado los resultados de la investigación. ¿Cuál es la situación actual? Es algo compleja. Un grupo de diez grandes compañías tiene el control de casi todo el territorio nacional con posibilidades petrolíferas, a través de vastísimas concesiones. Salvo excepción, ninguna de estas compañías están realizando trabajos serios e intensivos de búsqueda. Hay cuatro pequeños cotos mineros en producción, pero ésta no llega, en su conjunto, ni a suplir el 2% de las necesidades actuales del consumo nacional. Estos cotos se encuentran en Motembo, Jarahueca, Bacuranao y Jatibonico. La producción, en estos casos, se encuentra casi siempre en manos de empresas pequeñas y de capital cubano. ¿Qué importancia tiene el petróleo para Cuba? En primer término, si se hallara petróleo en cantidades de importancia, el país liberaría divisas, es decir, no tendría que gastar dinero en el exterior comprando ese combustible, como hoy lo hace por valor de varias decenas de millones de pesos. Si se encontrara petróleo en cantidades extraordinarias quizá también serviría para fomentar una nueva actividad exportadora. Lo más importante, sin embargo, es que el petróleo nacional ayudaría al desarrollo económico del país, al proveer de un combustible barato a sus industrias.

1

Incluidos en la publicación original de la revista pero no en la presente selección (N. del A.).

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El régimen de Batista desarrolló una política inflacionaria que acabó con las reservas monetarias internacionales del país.

LA POLÍTICA ECONÓMICA DE LA TIRANIA El régimen batistiano manejó más de $3,000 millones. Hipotecada la República con una deuda de más de $ 1,200 millones. El Banco Nacional convertido en sucursal de Palacio. Forzada la Banca Privada y las Cajas de Retiro a adquirir Valores Públicos. Los Organismos Paraestatales. El costo de las obras públicas bajo el régimen. ¡Hasta la ONRI podía emitir Valores Públicos! Una política inflacionaria y la pérdida de reservas monetarias. ¡$81 millones gastados en los últimos cinco meses en compra de armas y equipos de guerra! La antinacional política azucarera del régimen. Dinero y más dinero para fomentar monopolios y aventuras financieras. Responsabilidades que hay que exigir.

L

a tiranía que el pueblo cubano acaba de derribar no sólo fue bestial y cruenta en lo que a la vida, derechos e integridad humanas se refiere. Fue también la dictadura financiera más irresponsable y corrompida que recuerda la historia latinoamericana. En el corto período de seis años y nueve meses, el régimen batistiano dispuso de más de tres mil millones de pesos, en parte obtenidos a través de una elevación sin precedentes en los niveles de la Deuda Pública. Esos inmensos recursos, mayores que los de todos los gobiernos republicanos en su conjunto, fueron gastados, dilapidados, robados, en nombre de una supuesta política compensatoria de la depresión azucarera, cuyos caracteres inflacionarios le han costado al país más de la mitad de las reservas monetarias internacionales con que contaba al producirse el Golpe de Estado del 10 de Marzo.

Bajo el régimen derrocado, el Banco Nacional de Cuba fue convertido en una sucursal financiera del Poder Ejecutivo, utilizándosele para absorber valores públicos, y para forzar en igual sentido a la banca comercial y a ciertos sectores privados como las cajas de retiro. De esa manera se monetizaron cuantiosas emisiones de valores públicos, representativas de obras suntuarias y militares pagadas a precio de oro, de hipotéticos saneamientos a empresas en quiebra, de financiamiento de la formación de grandes monopolios, de las más inconcebibles aventuras empresariales que cabe elucubrar dentro de las limitaciones de un país subdesarrollado como Cuba. Casi la totalidad de esos valores públicos comprometen el futuro financiero de Cuba por un período que en la mayor parte de los casos no es menor de treinta años.

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El carácter no reproductivo de las inversiones de la dictadura, y la caída de las exportaciones provocada en parte por su absurda política de restricción azucarera, determinaron un incremento inflacionario en los medios de pago. Ello no se reflejó en la constelación de precios porque el régimen utilizó como “válvula de escape” el Balance de Pagos Internacionales del país. Las reservas monetarias internacionales que Cuba había ido acumulando durante toda la década del cuarenta y durante 19501951, comenzaron de esa manera a perderse en una merma continua y peligrosa que la irresponsabilidad del régimen y de los aprovechados directores del Banco Nacional y los organismos paraestatales no contuvieron. El “empapelamiento” de la banca privada y de las cajas de seguridad social, con valores públicos lanzados en la orgía crediticia más impresionante que se haya experimentado en país alguno del mundo durante los últimos años, colocó las reservas en efectivo de la primera —la banca privada— por debajo del mínimo legal establecido por la Ley, y le hizo perder a las segundas —las cajas de seguridad social— la mayor parte de sus recursos de inversión. En el sector estratégico de la exportación, el azucarero, los daños causados fueron por lo menos tan lesivos. En una política de renuncia a la defensa del interés nacional, el batistato, en alianza con las élites privilegiadas que controlan las organizaciones de hacendados, colonos y el Instituto Cubano de Estabilización del Azúcar (ICEA), se lanzó a la concertación de convenios internacionales azucareros, cuyo saldo ha sido el retroceso de Cuba como productora mundial y el avance de todas las áreas competidoras. Restricción tras restricción, en un afán estúpido de sostener el “paraguas de los precios”, el país fue perdiendo mercados que otros productores aprovecharon, quizá asombrados por el “sacrificio” cubano.

Algunos antecedentes Cuando se produjo el Golpe de Estado del 10 de Marzo, la zafra cubana se desarrollaba bajo el extraordinario impulso de los volúmenes de exportación y los precios de 1951. El nuevo régimen, en lugar de controlar, cuando aún era tiempo, el desenfreno productivo, lo alentó, y el país terminó con una zafra récord en su historia de más de 7 011 000 toneladas largas españolas. Como casi era de prever, ese año las exportaciones no pasaron de las 4 860 000 toneladas, y a finales de diciembre se afrontaba un sobrante invendido de más de 2 millones de toneladas. Ante esa situación, en lugar de iniciar lo que algunos llaman una “política agresiva” de ventas, el gobierno golpista lo que hizo fue organizar la concertación de un Convenio Internacional Azucarero

que sobre bases restrictivas mantendría altos los precios, en beneficio de un grupo de especuladores y magnates, y a costa de cuantiosas pérdidas para la economía nacional e internacional de Cuba. Al propio tiempo que desenvolvía esa recidiva del oneroso Plan Chadbourne de la década de los treinta, el régimen inició una política de gasto público compensatorio, destinada a contrarrestar los efectos que la depresión en las exportaciones podría ocasionar en los demás sectores del país. Esa política compensatoria constituye uno de los recursos con que las potencias altamente industrializadas tratan de enfrentarse a la fase descendente del ciclo económico. En tales circunstancias ha mostrado cierta eficacia. Ahora bien, en países subdesarrollados como Cuba, de escasos recursos de capital y con economías abiertas (y altas propensiones marginales a consumir y a importar), tal política compensatoria no sólo no es apropiada, sino que puede convertirse en el peligroso instrumento de un crimen financiero contra el futuro del país que la aplique. Eso fue lo que hizo el régimen depuesto, precisamente.

La deuda pública Ese régimen comenzó a aplicar en escala gigantesca —relativamente a las posibilidades del país— una política de gasto público compensatorio que sólo es concebible en las grandes potencias desarrolladas. Para desenvolver esa política, por supuesto, se necesitaban recursos. Y el batistato los obtuvo a través del endeudamiento de la República. En un solo quinquenio, 1952-1957 (junio) el Gobierno allegó más de $2 390 millones. De esa cantidad, $1 646 millones procedieron de los ingresos presupuestales y el resto, $645 millones, se obtuvo a través de la elevación de la Deuda Pública. La composición de esa Deuda Pública, el 30 de junio de 1957 (el régimen guardó después, celosamente, los datos), era la siguiente: Déficit presupuestales financiados: $70,2 millones Deuda de Veteranos, Tribunales y Obras: $90 millones. Deuda del Plan de “Desarrollo Económico y Social”: $300 millones. Emisiones del Bandes: $99 millones. Emisiones de la Financiera Nacional de Cuba: $88,4 millones. Fomento de Hipotecas Aseguradas: $95,6 millones. Esas cantidades representan dinero efectivamente gastado (valores emitidos) y no proyectos de gastos (por ejemplo, emisiones autorizadas). De esa manera se elevó la Deuda Pública Cubana desde $217,7 millones en 9 de marzo de 1952 hasta $1,022 millones en 30 de junio de 1957, posiblemente más de $1,300 millones para

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la fecha en que escribo. La amortización de la parte de esa deuda que no pueda ser repudiada ni reajustada, representará una onerosa carga financiera para Cuba durante un período de treinta años.

Las “obras reproductivas” del régimen Lo más lesivo, sin embargo, resulta ser la forma en que fueron gastados los fondos de esa Deuda Pública. El 60% de ellos fueron dilapidados en obras públicas y militares del tipo más suntuoso e inútil que cabe concebir. Esas obras además, fueron pagadas a precios siderales, para permitir los márgenes cuantiosos de funcionarios venales y contratistas enriquecidos del régimen. Así es como se explica que la Ampliación del Malecón costara más de $6,2 millones, la Doble Vía a Miramar más de $6,4 millones, el Palacio de Justicia más de $10 millones, la Ciudad Deportiva (hasta 30 de junio de 1957) más de $5,2 millones. Todo lo anterior, sin contar la terminación del Aeropuerto Militar de Columbia —$4 millones. Y sin contar tampoco los $117 millones gastados en la Vía Blanca (cuyos presupuestos pasan de $30 millones) y el Túnel bajo la Bahía de La Habana, costeado en más de $30 millones. Además del 60% de los recursos de la Deuda Pública dilapidados en obras del tipo mencionado, el régimen dedicó sustanciales cantidades del resto a financiar empresas y monopolios extranjeros, a formar monopolios nacionales (como el fosforero y el del transporte) a sacar de la quiebra empresas como los Unidos, la Rayonera de Matanzas y el Central Australia (lo que no representa ningún nuevo “fomento” industrial), y a estimular las inversiones privadas en edificaciones suntuarias. Buena parte de esas inversiones fueron manejadas por la constelación de organismos paraestatales creados por la Dictadura: principalmente el BANDES, la Financiera Nacional, el Banco del Comercio Exterior y otros. A esos organismos se les dio capacidad para emitir valores con categoría de públicos. La irresponsabilidad llegó al extremo de que ¡hasta la ONRI, el organismo de rehabilitación de inválidos, tuvo facultad para emitir valores con categoría de públicos! Jamás, en ninguna parte del mundo, en ningún momento de la historia, se vio tamaña falta de sensatez.

Cómo el régimen “encontró” mercado para sus valores Dadas las condiciones de la economía cubana, y dada la profunda repulsa popular al régimen, hubiera sido imposible que éste obtuviera espontáneamente un mercado para emisiones de valores públicos que

salían a un ritmo promedio de $15 millones mensuales. El Gobierno, sin embargo, obtuvo ese mercado. ¿Cómo? Convirtiendo al Banco Nacional en una sucursal de su anarquía financiera. En 30 de junio de 1952, el Banco Nacional de Cuba solamente tenía en cartera valores públicos por $22,8 millones. En septiembre de 1958 ya el Poder Ejecutivo, en convivencia con el presidente de esa institución y el visto bueno de ciertos representantes de la banca comercial, había elevado esa suma a $198,3 millones. Pero el banco de bancos no bastaba. Y entonces se forzó coactivamente a la banca privada a absorber valores públicos. Para ello, en el decreto-ley no. 1947, creador del BANDES, el gobierno deslizó varios artículos según los cuales, prácticamente, ningún banco podría realizar sus operaciones habituales, a menos que adquiriera cantidades sustanciales de valores públicos. La cuantía de éstos en manos de la banca privada ascendía a $27,2 millones en junio de 1952 y había aumentado hasta $215,4 millones en septiembre de 1958. No satisfecho aún, el régimen, a través de las dirigencias mediatizadas de ciertas cajas de seguridad social, logró que éstas adquirieran también valores públicos. En agosto de 1957, sin embargo, ese aporte “espontáneo” parecía no asumir el ritmo deseado por el Gobierno, y entonces se promulgó un decreto ordenando que todas las cajas u organismos autónomos que recibieran de alguna manera aportes estatales (la mayoría) depositaran sus fondos en el Banco Nacional de Cuba, a los efectos de que el presidente de éste

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pudiera controlar mejor su administración y conversión en valores del régimen.

Una política inflacionaria Al monetizar su gigantesca Deuda Pública, empleada en gastos no reproductivos, el Gobierno del 10 de Marzo desató una política inflacionaria sin precedentes. Los medios de pago a disposición del público (efectivo más depósitos a la vista)saltaron de esa manera de sólo 898,2 millones en 30 de junio de 1951 a más de $1,182,3 millones en igual fecha de 1958. Esa expansión extraordinaria fue ocasionada por la de los medios de pago de origen interno (política de gastos del régimen), dado que la participación de los medios de pago de origen externo (los creados por el balance de pagos)se redujeron, bajando su participación en el total de medios de pago de un 69,2% en 30 de junio de 1951 a un 38,1% en igual fecha de 1952. Una política inflacionaria semejante hubiera provocado un alza extraordinaria en el sistema de precios de cualquier país que no contara con importantes reservas monetarias internacionales. Pero éste no era el caso de Cuba. Al asumir el Poder en marzo de 1952, nuestro país disponía de más de $600 millones en oro y cambio extranjero, reservas acumuladas durante los años anteriores que fueron de saldos ampliamente positivos en la Balanza de Pagos en Cuenta Corriente. Al desarrollar su conducta de dilapidación de fondos, el régimen depuesto lo que hacía era inyectar artificialmente a la economía dinero y más dinero, que no tenían como contrapartida un incremento correspondiente en la producción nacional de bienes y servicios. Sin embargo, el incremento en la oferta monetaria no desató la inflación de precios, debido a que ella tenía como contrapartida la importación de bienes y servicios del extranjero. Es decir, el gobierno ponía medios de pago en circulación, pero al mismo tiempo dejaba abierta la válvula de escape que representaban las importaciones.

La pérdida de reservas monetarias internacionales Dado que, desde 1952, las exportaciones de Cuba habían iniciado un período contractivo, ocurrió que las importaciones que alentaba la política de gastos del Gobierno, asumieron un curso “autónomo” de aquéllas. Cada vez se exportaba menos, pero cada vez se importaba más, un fenómeno que rompía violentamente con el mecanismo tradicional y casi automáticamente corregía los desequilibrios del balance de Pagos Internacionales de Cuba. Ese fenómeno de poder comprarle cada vez más al exterior mientras cada vez le vendemos menos, pudo producirse durante el batistato por el hecho de que, a

través de los años anteriores, se habían venido acumulando reservas monetarias internacionales de Cuba. Esas reservas actuaron como factor de equilibrio del Balance de Pagos Internacionales del país, que las fue perdiendo día tras día, mes tras mes, año tras año de dictadura. En noviembre de 1951 las reservas monetarias internacionales netas de Cuba ascendían a $600,9 millones, casi lo suficiente para financiar un año total de importaciones. En noviembre 30 de 1957 esas reservas internacionales netas (o sea, deducidos los pasivos internacionales) no pasaban de $304,2 millones. Posteriormente, se siguieron perdiendo, pero los técnicos y altos funcionarios del Banco Nacional de Cuba mantuvieron las cifras en secreto. Creo que pronto las podremos conocer.

Algunas conclusiones El saldo económico de la Dictadura es verdaderamente impresionante. En sólo seis años y siete meses, casi septuplicó la Deuda Pública Nacional; bajó la relación entre reservas monetarias internacionales y los pasivos sujetos a reserva de un 101,2% en noviembre de 1951 a 43,6% en igual fecha de 1957 y mucho más posteriormente; agotó la capacidad crediticia “excedentaria” que tradicionalmente mantenían los bancos comerciales del país, dejándolos con reservas en efectivo por debajo del mínimo del 25% establecido por la Ley 13; rellenó las carteras del Banco Nacional, de la

179

propia banca comercial y de las cajas de seguridad social, de papeles públicos representativos de obras improductivas y de empresas aventureras, las más fantásticas, las más absurdas que la irresponsabilidad jamás pudo concebir. Y todo para enriquecerse y mantenerse en el Poder, en un reto al odio más profundo que nunca haya experimentado un pueblo por su gobierno. En los meses postreros de su mandato, la tiranía agregó aun más acciones a su ya larga teoría de vandalismo financiero. Ya casi al borde del colapso la capacidad crediticia de la nación, siguieron emitiéndose valores públicos y anunciándose empresas insensatas de “fomento” del desarrollo económico. Por otra parte, se acrecentaron los gastos de “defensa y seguridad interior” que son típicos de las tiranías. Entre julio 1 y 18 de diciembre

de 1958 –!en sólo cinco meses!– las erogaciones para la adquisición de armas y equipos militares ascendieron a $81,7 millones. Ese es un dato que sólo se refiere a un período de cinco meses, los últimos. Pero los gastos totales del régimen en armas, municiones, equipos, y organismos represivos tan siniestros como el SIM, el BRAC y el SIR, suman centenares de millones, perdidos, irremisiblemente perdidos por la economía cubana. Todo el pueblo de Cuba espera que se haga justicia con tanto asesino, torturador y ladrón del régimen caído. Debemos esperar también que se haga justicia con los responsables del otro crimen menos evidente: el crimen financiero contra Cuba.

180

14 de enero de 1959, pp. 64-66, 112, 114

ARANCELES Y ATRASO ECONÓMICO: VERSIÓN HISTÓRICA El desarrollo económico de Cuba tiene que comenzar por la modificación a fondo de la estructura institucional que en los órdenes agrario, arancelario y fiscal, impide ese progreso.

E

l primer Arancel que Cuba tuvo luego de la Independencia fue el que comenzó a regir desde el 1º de enero de 1899, vigente hasta el 14 de junio de 1900, fecha en que comenzó a aplicarse otro, también por orden del Gobierno Interventor. Esos Aranceles, con algunos cambios de tipo formal, reproducían el espíritu de los impuestos a Cuba por el gobierno metropolitano español. Tratábase, pues, de un régimen aduanero con características típicamente coloniales, enderezado a mantener al país como exportador de materias primas e importador de la mayor parte de sus artículos de consumo. El nivel general de los adeudos era extremadamente bajo, sin otro criterio determinante que el fiscal. El gobierno norteamericano consideró, sin embargo, que si bien tal sistema garantizaba la absorción competitiva del mercado cubano por la producción extranjera, no le aseguraba que fuera la producción de su país la más favorecida. Inclusive, por aquellos tiempos de los años 1901-1902 se hablaba insistentemente de la firma del Convenio de Bruselas, que prometía mercados preferentes para el azúcar cubano en Europa, y asimismo era un hecho que las exportaciones de ese continente a la Isla habían aumentado de manera notable en el período citado. Se iniciaron, pues, de inmediato, las gestiones para la concertación de un Tratado de Reciprocidad Comercial entre Cuba y los Estados Unidos.

La “reciprocidad” comercial de 1902 El convenio fue objeto de ardorosas polémicas. Los productores norteamericanos de azúcar de caña y de remolacha pusieron el grito en el cielo, y una mayoría republicana apretó filas en su defensa. El grupo exportador de los propios Estados Unidos, por su parte, se pronunció a favor del tratado, y es histórico que el “trust del azúcar” hizo correr dinero en igual sentido. En Cuba se procuró por todos los medios moldear la opinión pública presentando la “reciprocidad” como una necesidad para el desarrollo próspero de la economía nacional. Antonio Sánchez de Bustamante en el Congreso y el Diario de la Marina en la prensa, entre otros, rompieron lanzas en la apología del concierto comercial. Pero no faltaron voces como la autorizada de Manuel Sanguily que denunciaran la entraña antinacional del proyecto. El mismo Teodoro Roosevelt, con aquella cínica ingenuidad del imperialismo en su primera época, había

Cuba no debe continuar dependiendo de las exportaciones azucareras ni permitir por falta de protección arancelaria el dominio del mercado por la producción extranjera.

expuesto los verdaderos fines del Tratado. Así, en su mensaje anual al Congreso de los Estados Unidos –2 de diciembre de 1902— decía insistir en “aconsejar el planteamiento de la reciprocidad con Cuba”, para “favorecer eficazmente nuestros intereses, dominar el mercado cubano, e imponer nuestra supremacía en todas las tierras y mares tropicales que se hallan al sur de nosotros”.1 El tratado fue firmado el 11 de diciembre de 1902. A cambio de ciertas concesiones arancelarias para el azúcar y algunos productos cubanos, los EUdeA

181

resultaron favorecidos con un margen preferencial general del 20% de los derechos de aduana imponibles a sus mercancías a la entrada en Cuba, y con márgenes preferenciales del 25%, 30% y 40%, para otras. Véase el siguiente cuadro: LAS CONCESIONES PREFERENCIALES HECHAS POR CUBA A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA POR EL TRATADO DE RECIPROCIDAD DE 1902 Rebajas preferenciales

Número de partidas y subpartidas afectadas

% del total

20% 25% 30% 40%

256 87 151 3

48,3 16,4 28,5 0,6

--

530

100,0

Fuente: Banco Nacional de Cuba

El Tratado de “Reciprocidad” de 1902 aceleró de manera notable el proceso de concentración geográfica

del comercio exterior de Cuba. Las exportaciones azucareras a Estados Unidos no variaron notablemente en sus posiciones relativas, pero sí aumentaron en términos absolutos, al extremo de que llegó un momento en que prácticamente todo el azúcar que importaba aquel país procedía de Cuba. Llegado a ese “tope”, ésta comenzó a depender del mercado mundial en cierta medida. Por otro lado, apunta Jenks,2 los principales beneficiarios de esta situación fueron “los propietarios extranjeros de ingenios, en particular españoles y yanquis”, aunque luego los primeros fueron disminuyendo: en 1913 el 35% de la cosecha cubana fue molida en los cuarenta ingenios norteamericanos. También resultaron favorecidos, a la larga, “los compradores de azúcar cubano en los Estados Unidos, y en especial los refinadores de la costa”. Pero más significativos fueron los cambios producidos en la estructura geográfica de las importaciones. Durante el quinquenio 1902-1906 los Estados Unidos suministraron solamente el 45% del total importado por Cuba, mientras que en 1917-1921 representaron el 74% y en 1922-1926 no menos del 66%. La aspiración roosveltiana de “dominar el mercado cubano” a través del Tratado de “Reciprocidad” Comercial se hacía real. Véase el siguiente cuadro:

EL TRATADO DE “RECIPROCIDAD” DE 1902 Y LA CONCENTRACIÓN GEOGRÁFICA DEL COMERCIO EXTERIOR DE CUBA

(En millones de pesos) EXPORTACIONES Períodos

A los EUdeA

%

IMPORTACIONES

Al resto del mundo %

De EUdeA

%

Al resto del mundo

1902-06

$376,6

83

$77,1

17

174,6

45

1907-11

515,1

82

82,1

18

253,8

51

244,1

49

1912-16

860,6

81

209,0

19

452,0

61

286,4

39

1917-21

1834,1

77

574,6

23

1348,6

74

470,2

16

1922-26

1497,3

82

329,7

18

840,7

66

456,4

34

182

219,4

% 55

La Reforma Arancelaria de 1927 El incremento en el Ingreso Nacional que de todas maneras debió experimentar Cuba entre 1902 y 1925, determinado por el auge en las inversiones azucareras, dio lugar a la creación de ciertos ahorros en las clases media y alta de la población, independientemente de los ahorros que emigraban al exterior por la vía de las remisiones de las compañías extranjeras que controlaban el azúcar, los servicios públicos y otras empresas. Evidentemente una parte de esos ahorros se canalizó de nuevo hacia la producción azucarera, pero en 1925 ya ésta había llegado prácticamente al límite de su expansión. Fue surgiendo así un empresariado nacional incipiente, que hacía extraordinarios esfuerzos por arrebatar a las mercancías importadas algunos fragmentos del mercado nacional. Este sector, económicamente a merced del poderío industrial norteño, no carecía sin embargo de defensores teóricos, que desde el libro o el periódico desplegaban una vivaz campaña de denuncia contra los defectos de la estructura económica del país. De entonces data el grueso de la producción literaria cubana más o menos antiimperialista, pero siempre contraria a la monoproducción azucarera y al latifundismo.3 El blanco de muchos de los ataques era el régimen arancelario. “En el curso de los 26 años que lleva en vigencia este Arancel (el de 1900 modificado por el Tratado de “Reciprocidad”, N del R), ha habido tiempo sobrado para medir y pesar toda la resistencia que ha sido capaz de ofrecer a los más entusiastas empeños de la industria, y provoca una legítima admiración al observar en algunos casos cómo, a pesar de las enormidades que le han cerrado el paso, han logrado establecerse y arraigar y consolidarse determinadas empresas industriales”, decía una figura de la época.4 Y otra añadía: “No se explica como nuestro país ha podido desenvolver su propia riqueza, resistiendo a las grandes crisis económicas mundiales que han sobrevenido a todos los países, teniendo en cada una de sus Aduanas, en cada uno de sus puertos, en vez de una salvaguardia a sus propios intereses nacionales los preceptos de un código estrangulador de la agricultura y de la industria cubanas.”5 Todos estos factores, unidos a los intereses nacionales —los Aranceles del 27 se promulgan en medio de la marejada proteccionista mundial que siguió a la Guerra del 14— propiciaron la iniciativa de producir una reforma arancelaria, nombrándose por Ley 9 de febrero de 1926 una Comisión Técnica a la que se encargó el proyecto. La Reforma Arancelaria de 1927 fue indudablemente un paso de positivo avance para Cuba. El espíritu de sus autores fue francamente proteccionista, pero dominado por cierta medrosidad que limitó en gran medida sus proyecciones. Los propios miembros de la

Comisión Técnica así lo reconocieron en su Exposición de Principios, al aclarar que “el nuevo Arancel tiene el carácter de un ensayo o experimento”, y que por ello “se notará en el trabajo un espíritu de extrema cautela”. Agregaron que, si “bien se ha roto el viejo molde”, en cambio “se ha mantenido una tendencia cautelosa a las innovaciones, puesto que no se ha querido dar un salto, sino sencillamente dar un paso resuelto hacia adelante”. Esa actitud explica el mantenimiento del régimen preferencia con los Estados Unidos y los márgenes de protección que rara vez pasaron del 15% para los productos alimenticios y del 25% para los industriales. De todas maneras algunas modificaciones resultaron de gran aliento para la economía nacional. Se bajaron los derechos a numerosas materias primas, combustibles y equipos, y al mismo tiempo se elevaron los de ciertos renglones de consumo.6 Ciertamente, a la Reforma Arancelaria de 1927 deben su vida algunas de las más importantes industrias de la Cuba actual.

De nuevo un paso “Reciprocidad” de 1934

atrás:

la

El Tratado de “Reciprocidad” Comercial de 1937, firmado en la procelosa etapa reaccionaria que siguió a la Revolución del 33 representó un paso de retroceso respecto a los Aranceles de 1927, y aun respecto a la situación creada por los Aranceles de 1900 y el Tratado de Reciprocidad de 1902. El Tratado de 1934 y las disposiciones legales complementarias ampliaron el margen preferencial arancelario en favor de los Estados Unidos, dando mayor énfasis al tipo de rebaja del 40% y estableciendo “reducciones exclusivas y preferenciales” del 35%, 45%, 50% y ¡60%! En el siguiente cuadro se reseñan esas concesiones hechas por Cuba: LAS CONCESIONES PREFERENCIALES HECHAS POR CUBA A LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA POR EL TRATADO DE RECIPROCIDAD DE 1934 Número de partidas y subpartidas afectadas Rebajas preferenciales 20% 25% 30% 35% 40% 45% 50% 60%

81 24 132 36 156 5 27 26

--

487

183

Fuente: Banco Nacional de Cuba

% del total 16,6% 4,9 27,1 7,4 32,0 1,0 5,5 5,3 99,8

No cabe pensar, por otra parte, que las concesiones arancelarias mencionadas afectaran renglones sin importancia de nuestro comercio exterior. “Si sumamos el valor de las importaciones aforadas por gran parte de las partidas y subpartidas que fueron objeto del Convenio de Reciprocidad de 1934, obtendremos para el período 1935-1939 –lapso inmediato al año en que fue suscrito el Convenio— un promedio anual de por lo menos $55,8 millones, o sea, el 51,7% del promedio anual de importaciones hechas por Cuba durante aquel período.”7 El Convenio de 1934 puso además término al régimen arancelario autónomo e implantó la tarifa convencional. “A ningún artículo cosechado, producido o fabricado en Estados Unidos de América... con respecto al que se especifique un tipo de derechos... se le someterá en ningún caso... (sic) a derechos de aduana alguno en exceso del tipo así especificado. (Artículo II, párrafo segundo). El Decreto-Ley de 24 de agosto de 1934 que acompañó al Convenio consolidó 186 adeudos, a favor de los Estados Unidos. El tratado se convirtió así en un instrumento de suma rigidez, que impedía las negociaciones arancelarias de Cuba con otros países, y que al propio tiempo entregaba el mercado nacional a la producción norteamericana, dejando en la orfandad proteccionista al grueso de la producción nacional. La concentración geográfica de las importaciones cubanas, por consecuencia, se aceleró aún más. Los Estados Unidos señorearon en el mercado cubano a sus anchas. EL TRATADO DE RECIPROCIDAD DE 1934 Y LA ACELERACIÓN DE LA CONCENTRACIÓN GEOGRÁFICA DEL COMERCIO EXTERIOR DE CUBA (En millones de pesos)

Años 1934 1935 1936 1937 1938 1939 1940

Totales $73 96 103 131 108 114 116

IMPORTACIONES DE CUBA De EUdeA % de EUdeA $41 56,2 56 58,3 67 65,1 90 68,7 77 71,3 84 73,9 91 78,5

Fuente: Banco Nacional de Cuba

Del AGAC a la reforma arancelaria de Batista El Convenio Exclusivo Suplementario, suscrito por Cuba y Estados Unidos en Ginebra el 30 de octubre de 1947, con motivo de la concertación del Tratado General sobre Aranceles y Comercio, puso término a la vigencia del Arancel de 1927 (o lo que de él quedaba) en el

tratamiento de las importaciones procedentes del segundo de los países citados, al Tratado de Reciprocidad Comercial de 1902, al Convenio de Reciprocidad Comercial de 1934 y a los Convenios Suplementarios de 1939 y 1941.8 El régimen preferencial con los Estados Unidos se mantuvo en la forma de una diferencia absoluta entre los tipos de adeudos aplicables a los países de la categoría de “nación más favorecida” y el tipo preferencial existente para los Estados Unidos. El carácter multilateral del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (AGAC) y otros factores, permitieron a Cuba elevar ciertos adeudos a los fines de proteger un grupo de industrias nacionales.9 En 1957 el gobierno de Cuba –bajo Batista entonces— anunció que iniciaría una nueva reforma arancelaria, con los fines de promover el incremento de los niveles de ingreso y empleo en el país. El factor determinante de la iniciativa fue sin lugar a dudas el doctor Gustavo Gutiérrez, entonces ministro-presidente del Consejo Nacional de Economía. Se realizaron varias convocatorias a Información Pública, y se trabajó desde un principio en la reforma de la Nomenclatura, promulgándose ésta junto con la Tarifa General a principios de 1958. La modernización de la Nomenclatura –conforme la pauta internacional de Bruselas—y las modificaciones introducidas en el régimen de taras, representaron un progreso arancelario. Lo más importante, sin embargo, no se había realizado a la caída de la dictadura: la discusión en el AGAC de las tarifas convencionales y la promulgación de éstas. Meses antes del desplome gubernamental de fin de año, las noticias eran de que el régimen no se encontraba dispuesto a llevar hacia adelante la reforma arancelaria,

184

1

en las condiciones exigidas por los intereses nacionales. El propio doctor Gustavo Gutiérrez, según mis noticias, comenzó a negociar previamente con el gobierno norteamericano, encontrando la más decidida oposición de éste a cualquier intento de reforma arancelaria profunda por parte de Cuba. Hubiera sido ilusorio, por otro lado, pensar que una tiranía tan profundamente entregada a los intereses extranjeros como la de Batista iba a ser capaz de llevar hasta el final una obra tan exigente del sentido de la independencia nacional como lo es una reforma arancelaria... No obstante ello, ésta continúa siendo uno de los presupuestos del desarrollo económico de Cuba, y el extraordinario interés que despertó entre los industriales cubanos la iniciativa del doctor Gutiérrez, reflejado en los miles de informes que éstos elevaron a la Comisión Técnica Arancelaria exponiendo la crítica situación competitiva creada por las importaciones norteamericanas y de otros países, prueba la necesidad de que el proceso siga desenvolviéndose, en esta ocasión con miras al verdadero interés nacional. Para finalizar, exponemos el siguiente cuadro, donde se demuestra que a no menos del 63,3% de las mercancías importados de los Estados Unidos en 1955-1956 se le aplicaron derechos “ad valorem” inferiores al 16%, un nivel que en el caso de los productos extranjeros que compiten con la producción doméstica no representa ninguna protección. DISTRIBUCIÓN DE FRECUENCIAS DE LOS DERECHOS ARANCELARIOS “AD VALOREM” APLICADOS A LAS MERCANCÍAS IMPORTADAS DE LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA Clase (1955 y 1956) (% de adeudo) Frecuencia

Citado por Rafael Martínez Ortiz: Los primeros años de independencia. París, Le Livre, 1929. (el subrayado es nuestro). 2 Leland Jenks: Nuestra colonia de Cuba, ob. cit. 3 Por ejemplo: Azúcar y población de las Antillas de Ramiro Guerra; Latifundismo en Cuba, de Raúl Maestri; “Discurso” en la Sociedad Cubana de Derecho Internacional, de Gustavo Gutiérrez (1926), y otras muchas más. 4 Daniel Compte, Exposición de la Comisión Técnica Arancelaria. 5 Comandante Enrique Recio Agüero, Exposición de Principios de la Comisión Técnica Arancelaria de 1927. 6 Entre ellos los siguientes: efectos de cristal, barro, porcelana, cemento, colores, tintes, barnices, jabones, ciertos productos farmacéuticos, algodón y sus manufacturas, papel y sus aplicaciones, confecciones, calzado e industria de pieles, animales y sus despojos, arroz descascarado, legumbres, hortalizas, café molido, frutas, conservas, etcétera. Debo aclarar que la mayoría de los adeudos arancelarios de 1927 eran específicos, por lo cual perdieron su carácter protector a partir del alza inflacionaria de precios de la Segunda Guerra Mundial. Aparte de ello, el Tratado de Reciprocidad de 1934, los Convenios Suplementarios Posteriores, y la vigencia del Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio (1947) determinaron que prácticamente el sistema del 27 dejara de regir en Cuba hace años. 7 Ver trabajo aparecido en la Revista del Banco Nacional, enero de 1958. 8 En realidad el AGAC no puso término definitivo a la vigencia de los tratados citados, sino que los declaró en suspenso. Si Cuba se retirara del AGAC volverían a regir, a menos que se concertaran nuevos convenios con Estados Unidos. 9 Especialmente en los “encuentros” arancelarios de Ginebra, Torquay y Annecy. Se protegieron, entre otras, las producciones textil, arrocera, de gomas de automóvil y otras.

% del total

De 0 a menos de 4 De 4 a menos de 8 De 8 a menos de 12 De 12 a menos de 16 Más de 16

973 738 574 464 1,603

22,4 17,0 13,2 10,7 36,7

TOTALES

4,352

100,0%

5 de abril de 1959, pp. 38-39 y 72

185

BANCA, MONEDA Y CRÉDITO PARA UNA ECONOMÍA DEFORMADA Y SEMICOLONIAL En artículos anteriores el autor ha señalado cómo la economía cubana, a partir de sus mismos inicios republicanos, resultó deformada por el impacto de una serie de factores extraños a la nación. Esa deformación se hizo patente en la estructura agraria y también en instituciones como el sistema fiscal y arancelario. Aquí se abunda sobre el mismo tema pero enfocando la cuestión monetaria y crediticia. En artículo posterior se actualizará el mismo asunto con el análisis de lo ocurrido con el sistema monetario cubano durante los años de Dictadura.

S

egún hemos visto en anteriores artículos sobre los orígenes del subdesarrollo económico de Cuba, durante los primeros años republicanos se crearon en el país instituciones agrarias, arancelarias y fiscales, propias para el “acondicionamiento” de una economía destinada a producir para la exportación y a importar la mayor cantidad posible de sus bienes de consumo. Quiero referirme hoy al hecho de que el sistema monetario y crediticio siguiera iguales pautas. En efecto, la reforma monetaria cubana se produjo en 1914, pero “en vista de las estrechas relaciones económicas y políticas con los Estados Unidos, es claro que la reforma no podía entrañar la eliminación del dólar como parte del medio circulante. Si Cuba quería su moneda propia, tenía que contentarse con un sistema dual”.1 Esa situación monetaria impidió, entre otras cosas, la creación de un banco central que tan determinante podía haber resultado en la conducción de la economía nacional por mejores rumbos que los trazados por el monoinversionismo azucarero y en evitación o, mejor dicho, aminoración, de los impactos cíclicos generales y estacionales. Pero un banco central no hubiera podido ejercitar dominio alguno sobre el sector dólar en circulación, y sus medidas hubieran carecido de eficacia. Por tanto, la oferta de dinero siempre dependió en Cuba de los préstamos de la banca privada y del automático proceso creador de dinero del balance de pagos internacionales del país. Wallich ha insistido con claridad notable sobre algunos de los aspectos anteriores. Me interesa más, sin embargo, destacar el fenómeno de que la banca privada construyera una estructura crediticia adaptada a la deformación estructural de la economía cubana, y consolidadora al propio tiempo de esa deformación. Ese proceso resulta particularmente apreciable a partir de 1921, año del “crack” que deja el sistema bancario del país en manos de las entidades extranjeras, sobre todo norteamericanas.

El “crack” bancario de 1921 El análisis del proceso del “crack” bancario de 1921, por otra parte, resulta iluminado en cuanto a la política financiera desenvuelta por el capital extranjero en Cuba.

Antes de la Primera Guerra Mundial no había aquí bancos a los que pudiera aplicarse taxativamente la calificación de cubanos. La mayor parte de éstos, surgieron y se expansionaron al socaire de la excepcional coyuntura azucarera creada por aquel conflicto. Parece evidente, además, que casi todos se excedieron en el ejercicio de su capacidad crediticia, influidos por la delirante atmósfera de prosperidad de la Danza de los Millones, libres de todo control estatal, y acicateados por la competencia. De esa manera, cuando a mediados de 1920 los precios del azúcar comenzaron a tambalearse, la situación de la liquidez bancaria era mucho más débil de lo que la mayoría de las gentes pensaba. El 6 de octubre de aquel año el Banco Mercantil Americano de Cuba comenzó a doblar campanas anunciando su propia liquidación. Fue la señal. Sobre los bancos se encimó una marejada de ahorristas ansiosos de poner a salvo sus depósitos. En un solo día, 9 de octubre, el Banco Español tuvo que pagar más de $9 millones a los cientos de hombres y mujeres que enloquecidos por el pánico se aglomeraban en sus cercanías. El espectáculo se reproducía en el Banco Nacional y en el Banco Internacional. El 11 de octubre el Presidente Menocal redactó el decreto de la Moratoria. Según demostraron luego los hechos, la única ventaja que proporcionó la moratoria fue la de aplazar el desplome inmediato de la mayor parte de los bancos. La realidad es que el curso de los acontecimientos azucareros tendía a hacer cada vez más incobrables de inmediato los préstamos otorgados a costa de la producción cañera, y por tanto a hacer más difícil la recuperación. Por otro lado, según señala Wallich, el decreto de la moratoria no hizo nada en el sentido de preparar el camino para la reanudación de los pagos, y en la práctica abrió la puerta para una serie de abusos que apresuraron en definitiva la liquidación de la mayoría de los bancos.

El golpe de gracia a la banca nacional El golpe de gracia a los bancos cubanos se lo dio el conjunto de lo que se llamaron Leyes Torriente –por ser su autor o coautor el congresista Cosme de la Torriente, especialmente las dos primeras de ellas: la Ley

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del Cese de la Moratoria, y la Ley de la Liquidación Bancaria. La primera fue aprobada el 27 de enero de 1921 y establecía el pago progresivo de todas las deudas, incluyendo los depósitos bancarios, de acuerdo con una escala de porcientos cumplibles dentro de un plazo de tres meses y medio. La mayoría de los bancos extranjeros pudo hacerles frente a los requisitos correspondientes, no así los bancos cubanos que no absorbían –por defectos de la propia legislación— el efectivo suficiente como para compensar sus egresos. Un día antes del vencimiento de la Ley, el 8 de abril, cerró sus puertas el Banco Nacional, con $1,5 millón en caja, y un pasivo de más de $67 millones. El destino personal de los empresarios y especuladores fue más trágico. El 28 de marzo, José López Rodríguez (Pote), considerado el hombre más rico de Cuba y un verdadero prodigio de audaz capacidad especulativa, amaneció muerto. Declaróse que se había suicidado. Un mes después, J.I.Lezama, el más importante de los jugadores del azúcar, huyó del país, acusado de falsificador, y con una orden de arresto y un pasivo de $24 millones corriendo tras él. Pero fue la segunda de las Leyes Torriente la que apretó el torniquete lo suficiente como para barrer los últimos vestigios del sistema bancario no extranjero existente en Cuba. La Ley de Liquidación Bancaria, en efecto, fue de aplicación a las entidades que pudieron cumplir con las escalas establecidas en la primera Ley. Se creó la Comisión Temporal Bancaria, de triste recordación. Y ésta designó los Comités de Liquidación no menos célebres. Estos Comités debían presentar planes de reorganización para cada banco, dentro de un período de tres meses. Pero ningún plan se aprobaría a menos que comprendiera el pago a los acreedores en menos de un año, y siempre que ese pago dejara intacta la mitad del capital del banco (!). Aparentemente no había muchos deseos de proteger, o al menos de brindar una posibilidad realista de sobrevivir, a las entidades nacionales. Cosme de la Torriente hizo caso omiso del Código de Comercio vigente en Cuba, el cual concedía más tiempo y mayor número de chances a las firmas insolventes para su recuperación. Sus leyes se basaron en los muy severos procedimientos de administración judicial de los códigos norteamericanos, con lo cual eliminaba las oportunidades de recobrarse a los bancos debilitados. Wallich, en un enjuiciado poco sospechoso de parcialidad, reconoce que “existen razones para pensar que sin esta Ley (la Ley de la Liquidación Bancaria, N del R) el sistema bancario nacional hubiese tenido mejor oportunidad de sobrevivir”. El mismo Wallich se hace eco de la versión de que “la Ley se concibió con la mira de hacer inevitable la liquidación de los bancos suspendidos, para lo cual fue redactada por abogados norteamericanos interesados en aumentar la dependencia de Cuba respecto a los Estados Unidos”. Esa explicación parecerá a algunos demasiado simplista. Mas el hecho cierto es que la Ley de Liquidación Bancaria tuvo el apoyo decidido del Embajador

Crowder, quien ante una comisión de congresistas que le fue a visitar al Minnesota, anclado en puerto, se negó a todo tipo de modificaciones en ella. Esto motivó una airada protesta del senador Aurelio Álvarez y el periódico La Prensa de 30 de enero de 1921 titulaba su editorial así: “Se legista a las órdenes de un representante personal del Presidente Wilson”.2 Como consecuencia de las Leyes Torriente los bancos nacionales desaparecieron, quedando en pie las entidades norteamericanas que contaron con el respaldo de sus casas matrices a la hora de cumplir aquellas pragmáticas. Esa supervivencia, por otro lado, permitió exigir a sus acreedores el cumplimiento de las obligaciones pendientes. Y como muy pocos de aquéllos pudieron hacerlas efectivas, colonias, residencias y centrales pasaron a poder de los citados bancos foráneos.

El dominio crediticio Más importante fue, sin embargo, el hecho de que el andamiaje crediticio del país también quedara en manos de instituciones dependientes del extranjero y por lo demás vinculadas a los intereses que habían producido la deformación de la economía cubana. En lo sucesivo, Cuba no sólo no pudo contar con un banco nacional, sino que la regulación práctica del crédito radicó en las agencias de los bancos de la Reserva Federal de los Estados Unidos (de Boston y Atlanta) que aparecieron en la escena isleña. La estructura del crédito en Cuba se mantuvo a partir de 1920, con más fidelidad que nunca, al servicio de la monoproducción azucarera y el comercio importador, convirtiéndose en un freno para el desarrollo agrícola e industrial del país. En el siguiente cuadro, se muestra la composición de los préstamos bancarios efectuados en Cuba en un año como 1940, veinte años después del proceso de liquidación bancaria a que hicimos referencia. ESTRUCTURA DE LOS PRÉSTAMOS BANCARIOS POR DESTINO (Fines de 1940) EN MILLONES DE PESOS Destino Total Industria azucarera $29,0 Préstamos comerciales (importación) 30,4 Préstamos sobre valores 4,3 Hipotecas urbanas 2,0 Préstamos agrícolas 1,1 Préstamos a industrias 0,2 TOTALES

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$67,0

% 43,1 45,4 6,5 2,9 1,7 0,4 100,0%

Fuente: Dirección General de Estadística, citado por F.C. Wallich: Problemas monetarios de una economía de exportación, La Habana, 1953.

El cuadro anterior es más que expresivo. En 1940 el 43,1% de los préstamos bancarios se había concentrado en la industria azucarera, y otro 45,4% en préstamos al sector comercial (principalmente importador). Esto prueba las afirmaciones hechas en este trabajo respecto a la conformación del sistema crediticio-bancario al fenómeno de distorsión estructural de la economía cubana. Los bancos, extranjeros en su casi totalidad para la fecha citada, ni intentaron refaccionar la producción no azucarera, en parte por los riesgos que ello implicaba, en parte también porque no tenían interés en romper o propiciar el rompimiento del molde estructural de la economía nacional.

La situación actual: algunas observaciones La ascendente coyuntura económica de la última guerra y postguerra mundial, dio la oportunidad para que surgieran nuevos bancos en el país, fundamentalmente de capital doméstico. En 1948, además, se aprobó la Ley 13, creadora del Banco Nacional de Cuba. Es indudable que esos hechos representaron un extraordinario progreso. Sin embargo, a los efectos del lector común, es conveniente apuntar que la simple retirada del dólar de la circulación, la multiplicación de bancos cubanos y aun la misma existencia de una gran institución monetaria y crediticia central, no representan el todo para un país de las características económicas de Cuba. El Banco Nacional de Cuba actuó de manera conservadora en sus primeros años, una conducta que no estimo necesario criticar aquí. Sí me parece importante señalar cómo, paradójicamente, ese desenvolvimiento cauteloso permitió que la tiranía batistiana encontrara al país en excepcionales condiciones financieras, a los efectos de desarrollar la irresponsable política económica que más tarde emprendió. En efecto, el golpe del 10 de marzo encontró a las autoridades monetarias de Cuba con un monto considerable de reservas internacionales, y a la banca comercial con un también apreciable margen de “reservas excedentarias”. Tanto unas como las otras fueron utilizadas por la dictadura para su supuesta política de gasto público compensatorio. La situación en que quedaron el BndeC y la banca privada, luego de la orgía crediticia del régimen derrocado, las he expuesto también en otros trabajos y no tengo que insistir sobre el punto. Pero es necesario que me refiera de nuevo a la composición del sistema crediticio de la banca comercial, considerando un período reciente, comprensivo de la etapa de desarrollo de los bancos cubanos y del Banco Nacional. ¿Se han producido cambios fundamentales en esa estructura crediticia? El análisis del Gráfico No. 1 demuestra que la expansión del volumen crediticio de la banca comercial ha sido extraordinario durante los últimos años, pero que los cambios estructurales no han sido sustanciales.

Los gráficos No. 2 y No. 3 muestran aun datos de mayor interés. De los préstamos para la importación (préstamos comerciales) los víveres y licores y los automóviles y efectos eléctricos absorben el 41%. Ferretería y materiales de construcción (un sector desarrollado por las inversiones especulativas en bienes inmuebles durante los últimos años) absorben un 24%. Esto tiene mucho que ver con el bajo nivel de las importaciones de bienes de capital que caracteriza la estructura del comercio exterior de Cuba. Los bancos no han dado facilidades para la adquisición en el exterior de los medios de producción necesarios para el desarrollo. En el gráfico se muestran dos situaciones: abril y octubre, a los efectos de observar las variaciones estacionales. El análisis de los préstamos destinados a la producción nacional no refleja un cuadro distinto. La industria azucarera absorbe el 40% del total y los préstamos sobre valores e hipotecas (pero sobre todo sobre hipotecas) representan un 23%. Si se fuera al detalle de los préstamos del sector agropecuario e industrial no azucarero (37%), se vería que sólo resultan favorecidos cuatro o cinco renglones de cierta garantía (arroz, café, ganadería, servicios públicos, tejidos) y que los demás carecen de financiamiento bancario. En resumen, el estudio de la composición del crédito de la banca comercial cubana durante los tiempos más recientes no parece indicar cambios sustanciales con relación a su modelo originario, propio de una economía “abierta”, casi monoexportadora y fuertemente importadora de muchos de sus consumos. Por otro lado, aunque no quisiera alargar –ni analítica ni estadísticamente este trabajo— me parece de interés sugerir que una comprobación de ese hecho se encuentra en el fenómeno conocido de que la expansión crediticia mencionada ha tenido por base operaciones a corto plazo (por ejemplo a 90 o a 270 días), lo cual indica que la banca comercial de hoy —como la de hace cuarenta años, si se exceptúa el sector azucarero— no juega ningún papel en el financiamiento de ensanches o renovaciones de equipo, y mucho menos en el financiamiento de nuevas actividades económicas

17 de mayo de 1959, pp. 30-31 y pp. 70-71 1

Henry C. Wallich. Problemas monetarios de una economía de exportación. La Habana, 1953. 2 Para más detalles véanse nuestros artículos en la Revista Carteles: “La Danza de los Millones” y el “Crack bancario de 1920”, 26 de octubre y 2 de noviembre de 1958.

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Foto de la maqueta oficial (Marina de Guerra) mostrando uno de los puertos interiores del proyecto.

EL CANAL VÍA-CUBA: ¿BASE ESTRATÉGICA, EMPORIO ECONÓMICO O MOTIVO DE ALARMA PARA LA OPINIÓN NACIONAL? El segundo canal del mundo. Quién lo construirá. Los fines económicos y los fines estratégicos del mismo. “Esto hay que mirarlo con perspectiva y ojos de futuro”. Empleo para 250 mil cubanos. Lo que dijo el Miami Herald. Una exposición democrática del criterio ajeno. El Canal y la primera bomba atómica en América. Lo que decía el Time sobre un “grandiosa inutilidad”. ¿Es el canal una solución para el tráfico marítimo del Caribe? Un problema de dignidad nacional. La cuestión obrera, la cuestión geológica y la cuestión portuaria de Cuba.

Introducción Este reportaje es sobre el Canal Vía-Cuba. ¿Ha oído hablar el lector del Canal Vía-Cuba? Si no, sepa que el pasado 24 de agosto salió publicado en la Gaceta Oficial el texto de una Ley-decreto por la que se propicia la construcción de un canal —llamado Vía-Cuba— el cual atravesaría la Isla de norte a sur, partiendo de la Bahía de Cárdenas y desembocando en la Bahía de Cochinos. El proyecto, ampliamente comentado en el extranjero, comienza ya a atraer la opinión pública nacional, ansiosa de tener noticias sobre plan de tan trascendentales consecuencias para le futuro del país. Y no es para menos. La obra del Canal en proyecto, se clasifica como una de las de mayor envergadura emprendida en el campo de la ingeniería en el continente hispanoamericano. Y su construcción y realización están ligadas a cuestiones tan aparentemente disímiles como son la inversión de 400 millones de pesos, los planes del actual gobierno para el desarrollo económico del país, la posible merma

de nuestra soberanía sobre una parte del territorio nacional y la controvertible posibilidad de ruina de todos los puertos de la Isla. En una cuestión, pues, de verdadero interés nacional. Y aquí la tiene el lector, planteada en todos sus términos. Primero, hablemos del proyecto y de las ventajas que sus impulsores le adjudican. Luego, hagámosle las objeciones serias que al mismo pueden hacérseles.

Este Canal y otros canales De ser construido de acuerdo con los proyectos oficiales, el Canal Vía-Cuba sería el segundo del mundo en extensión, y el primero en profundidad. Hoy, el canal más largo es el de Suez (Egipto: 168 kilómetros por 12 metros de calado). El Canal Vía-Cuba tendría 102 kilómetros de longitud y no menos de 15 metros de fondo. Sería mayor por tanto, que los canales de Kiel (Alemania: 98 kilómetros), de Houston (Estados Unidos: 91.7 kilómetros), de Gota (Suecia: 87 kilómetros), de Trolhatte (Suecia: 83.6 kilómetros), y de Panamá (Zona del Canal: 81.6 kilómetros).

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Quién lo construirá El canal no sería construido por el Estado cubano, sino por una empresa privada. A ese efecto, ya se celebró una subasta a la que se dice concurrieron tres entidades interesadas en la concesión de la obra, otorgándosele finalmente la misma a una empresa titulada “Compañía del Canal del Atlántico al Mar Caribe, S.A.”. De acuerdo con el texto del decreto que propicia la construcción del Canal (Ley decreto 1618 de 14 de agosto de 1954), esa compañía tendrá toda clase de facilidades para poder llevar a término el proyecto. El lector puede tener una buena idea de ello si considera que, entre otros, se le han concedido los privilegios siguientes: 1. Derecho a expropiar las zonas que estime convenientes para la construcción del Canal y derecho a desalojar a cualquier arrendatario, subarrendatario aparcero o precarista que ocupe las mismas. 2. Exención en el pago de todos los impuestos del Estado, la Provincia o el Municipio. La empresa concesionaria del Canal sólo tendrá que abonar al Estado, como royalty, el 1% de sus entradas brutas.

¿Cuánto costará la obra? El costo de la construcción del Canal se calcula oficialmente en unos 150 millones de pesos. Pero si se tienen en cuenta las obras complementarias que se proyectan realizar a propósito del mismo (almacenes, plantas industriales, hoteles, centro de esparcimiento) el citado presupuesto se eleva hasta los 400 millones de pesos. También se ha hecho un estimado de cuatro o cinco años como tiempo que duraría su construcción. Incidentalmente, puede recordarse que el Canal de Panamá extendió su construcción durante 24 años. Pero es que los recursos mecánicos de la ingeniería actual son inmensamente superiores a los existentes en la época de la construcción del canal del famoso Istmo.

¿Qué gana la concesionaria? Al margen del Canal se planea desarrollar un grupo de empresas de cierta envergadura (industriales, agrícolas, comerciales, turísticas), contribuyentes todas –según la opinión oficial– al desarrollo de un gigantesco proyecto de expansión económica del país. El Canal va a representar el inicio de una nueva Era en Cuba –le decía al redactor una persona íntimamente vinculada a la gestión del mismo–. El capital inversionista va a apoyarlo debido a las inmensas garantías que se le van a dar. Los obreros también van a venir a él, debido a la enorme cantidad de empleo que proporcionará. Sin embargo, independientemente de las empresas de todo tipo que se desarrollarían tomando como base el Canal, los impulsores del plan aseguran que éste, por sí solo, ha de tener el éxito económico suficiente para que la empresa

constructora recupere su inversión y, además, extraiga magníficas ganancias de la misma. A esa empresa concesionaria en efecto, se la faculta para cobrar impuestos o tasas por el tránsito de barcos que utilicen el canal. ¿A cuánto ascenderán los ingresos por ese concepto? Esa es una pregunta que sería difícil de contestar. Más, los autores del proyecto afirman que de los 35 barcos que navegan diariamente por las costas de Cuba, no menos de veinte acortarían su ruta considerablemente si utilizaran el Canal. (El cálculo oficial es que esta vía ahorra a la navegación entre la América del Norte y la América del Sur en las 400 o 500 millas náuticas necesarias para bordear la isla por el Cabo de San Antonio, o en las 780 u 800 necesarias para hacerlo por la Punta de Maisí, lo que supone de un día y medio, a dos días y medio menos de navegación). Una persona de alta responsabilidad en el desarrollo del proyecto, exponía recientemente al redactor, con relación a ello: –Considerando un promedio de 5 mil toneladas de desplazamiento por barco, a través del Canal Vía Cuba navegarían diariamente embarcaciones con un desplazamiento total de más de 100 mil toneladas. –¿Y cuánto representaría eso en ingresos económicos para la empresa concesionaria? –Aún no lo sabemos. Depende de lo que se cobre por el peaje. –¿Todavía no está fijado este? –Todavía. Pero pensamos que sea lo suficientemente bajo para que los barcos sean atraídos a cruzar el Canal no sólo por ahorro directo de tiempo, sino también de dinero. Tenga en cuenta que, por ejemplo, un barco de 12 mil toneladas que tuviera que bordear a Cuba por Maisí se ahorraría, utilizando el Canal, cerca de 15 mil pesos por viaje, y no menos de dos días y medio de navegación. Consecuentemente, no pueden hacerse cálculos definitivos respecto a las perspectivas económicas intrínsecas del Canal. Sin embargo, es interesante especular con el hecho de que suponiendo que se cobrara un peaje de 40 centavos por tonelada a cada barco que cruzara el Canal, la empresa Concesionaria tendría un ingreso bruto diario de alrededor de 40 mil pesos. Lo que significa 1 millón 200 mil pesos mensuales. Y tanto como cerca de 15 millones de pesos al año. Como la Concesión es por 99 años, evidentemente que la empresa constructora del Canal tendría tiempo más que suficiente para recuperar la inversión inicial, mantener la obra y sacarle jugosísimas ganancias. Todo es un buen negocio. Al menos, teóricamente.

Otros negocios de la Concesionaria Además, la operación del Canal Vía-Cuba sería solamente parte del negocio que se pone en manos de la empresa Concesionaria del mismo. De acuerdo con el Decreto 1618 (Artículo 31), esta compañía también “tendrá derecho a operar durante todo

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el término de la Concesión, industrias, comercios y actividades agrícolas constituidas y desarrolladas en el área del Canal y de acuerdo con los términos del contrato Concesión….” En realidad, son tantas y de tales alcances las posibilidades de explotación económica legalmente autorizadas a la Empresa Concesionaria del Canal, que cualquiera es capaz de decir dónde comienzan éstas, pero nadie podría afirmar dónde es que terminan.

¿Quién rige el Canal? De acuerdo con la citada Ley-decreto, el gobierno del Canal recaería sobre estos cinco organismos: Autoridad Portuaria, Ejecutivo del Canal, Junta Consultiva, Junta Administrativa y Delegación Naval. Sin embargo, una lectura detenida de las atribuciones y derechos de cada uno de los mencionados organismos, descubre que la verdadera soberanía del Canal la ejercería la Empresa Concesionaria. Exclusión hecha de la Junta Administrativa, en efecto, las facultades de los otros sectores se reducen a cuestiones de vigilancia, representación y asesoramiento.

Los fines del Canal De acuerdo con lo declarado oficialmente, la construcción del Canal Vía-Cuba tiene dos objetivos distintos: Estratégicos; y Económicos. 1. Los fines estratégicos El objetivo esencial del Canal –al menos con lo declarado oficialmente– es de índole militar. Así, en el cuarto Por Cuanto del Decreto 1618, se dice: “Si innecesario resulta encarecer la significación que como fuente extraordinaria de riqueza y trabajo representan la construcción primero y el mantenimiento y operación después del Canal proyectado, con la secuela de puertos habilitados, construcción de buques, movimiento comercial y posible establecimiento de áreas turísticas, mucha mayor significación habrá de tener desde el punto de vista estratégico para nuestra seguridad y la del Hemisferio Americano, en caso de conflicto bélico contra un enemigo común.” (Los subrayados fueron nuestros). Ratificando tales conceptos, rumores procedentes de distintas fuentes han coincidido en señalar que la construcción del Canal tiene un interés estratégico, el cual le ha asignado un papel de importancia en el complejo sistema de organización militar del área del Caribe. Tales comentarios tienen su justificación, si se considera que el mencionado Canal podría convertirse, de la noche a la mañana, en una gigantesca base militar naval y aérea y si se consideran las alusiones de algunas

altas figuras de nuestro país muy vinculadas al proyecto, respecto al significado que el mismo tendría en cuanto a facilitar que la navegación en el Caribe, se desarrolle en caso de conflicto bélico dentro de los límites del “área protegida” militarmente. Con relación a todo esto podemos recordar que en una información especial sobre el Canal aparecida hace varios meses en el periódico floridano Miami Herald. Se decía que éste podría transformarse rápidamente en una eficiente “base de aprovisionamiento y refugio de acorazados y buques de guerra”. Podemos recordar también las frases de un oficial cubano, figura responsable, expresando que “con el Canal nos evitaríamos las pérdidas de tantos barcos en el Caribe, como ocurrió durante la Segunda Guerra Mundial”. Pero más adelante, haremos algunos comentarios sobre esto. Ahora pasemos a otro aspecto del Canal. 2. Los fines económicos Los gestores del proyecto del Canal, hacen especial hincapié en que el mismo será la base para un prodigioso desarrollo industrial, agrícola y comercial de Cuba. ¿En qué se fundamentan tales esperanzas? Le decía uno de ellos al redactor. –De acuerdo con los planes estudiados, a lado y lado del canal, dentro de la zona de trescientos metros por margen que pertenecen a la Concesión, se podrán establecer numerosas industrias y empresas comerciales. Ya hay una empresa que tiene pensado establecer una planta de ensamblaje de automóviles. Otra que ha expresado su interés en poner una fábrica de pienso. Pero eso no es nada. Las posibilidades de establecer refinerías de petróleo son ya incontestables. Y además, hay mucho elaborado con relación al desarrollo de fábricas de zapatos, de productos textiles, de cervezas y otros. El lector se preguntará: ¿Y cómo será posible tanta maravilla? ¿Qué recursos piensan poner en juego el gobierno y la Concesionaria del Canal para lograr esto? Esas preguntas se las hizo el redactor a sí mismo, y luego a algunas de las personalidades en cuyas manos se ha puesto el desarrollo del proyecto. Las respuestas no son muy sencillas. Al parecer, el gobierno piensa poner en juego una serie especie de “maquinaria de estímulo al capital privado” como no se la ha concebido siquiera en la más pura de las teorías económicas que se hayan elaborado. Esta “maquinaria” supone que las empresas que se vayan a establecer en la zona del Canal, disfrutarán del otorgamiento de todas las facilidades que el Estado sea capaz de darles para propender a su desarrollo: desde privilegios fiscales y administrativos hasta el establecimiento de un régimen laboral de excepción, capaz de segar en su mismo origen el más encontrado conflicto obreropatronal que surja. Así, el Canal tendrá sus propias zonas francas, sus aduanas, su sistema de correos y telégrafos y hasta su sistema bancario propio. (A la Concesionaria se le faculta

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para establecer, además la Banca Internacional, “permanente y autónoma”). En cuanto a la cuestión obrera, los planes son, digamos, radicales. Dicen unas notas de propaganda oficial del proyecto: “El general Batista, que es símbolo de garantía y paz, ha hecho posible la promulgación de esa importantísima ley, en la cual se dan amplias garantías a todos los factores que habrán de intervenir en la magna ejecución.” “El capitalista se encuentra perfectamente garantizado, pues se han tomado en la ley todas las precauciones necesarias para esa garantía”. En otra parte de esa nota, se recoge también el significado de la Disposición Final Quinta del decreto 1618, al decirse que en el Canal se estará libre de “las influencias extrañas perturbadoras que pudieran aniquilar las grandes iniciativas del capital privado, a cuyo efecto, todo el que trabaje en el Canal pertenecerá a la Reserva Naval de la República por Ministerio de la ley.” Al terminar, en esa misma nota se dice que el Canal, significa, “en fin, una reorganización nueva en la República de Cuba”. Concretando todas esas ideas, alguien le decía al redactor con gran entusiasmo: –El Canal es una cosa de perspectiva y hay que mirarlo con ojos de futuro. El desarrollo económico de Cuba se ha detenido por las contradicciones capital-trabajo. De un aparte la desorbitación obrera y de la otra el temor de los inversionistas a los problemas sociales, estamos en un callejón sin salida que impide el progreso nacional. –¿Y acaso, se le preguntó entonces, soluciona el Canal esta situación? –Ya lo creo. En el Canal serán respetadas lasa conquistas obreras justas. Pero el descoco en las demandas, la violencia, el desorden, serán del todo punto imposibles. Allí no ha de ocurrir lo que en el resto de la República. Y sobre la base de tales garantías, es que pensamos atraer para Cuba al gran capital inversionista que quiere venir, pero que está atemorizado por la condiciones laborales imperantes desde hace años. Otras pruebas de la actitud oficial, en lo que a obreros y Canal Vía-Cuba se refiere, se encuentran en el inciso c) del artículo L del tantas veces mencionado Decreto 1618 en que se declara que en la zona del canal se instalarán equipos para el embarque de azúcares a granel, el cual es uno de los proyectos patronales que mayor oposición ha encontrado siempre por parte del proletariado cubano. Precisamente, respecto a esos embarques, los impulsores del Canal afirman: –Los embarques a granel del azúcar son cosa que más tarde o más temprano habrá que establecer en Cuba, debido sobre todo a propósitos técnicos de desembarque en puertos de otros países. Sin embargo, hay que señalar que los embarques a granel por el Canal afectarían solamente al corto número de ingenios que están cerca del mismo. Y, que además, ¿por qué no pensar

El proyecto según consta en uno de los planos (nótese entrada por la bahía de Cárdenas y salida por la de Cochinos).

en cualquier tipo de desempleo que en un principio y en forma limitada se produzca está ampliamente compensado con la obra del Canal; que en su apogeo ha de proporcionar trabajo a más de 250 mil cubanos?

Lo dicho hasta aquí Hasta aquí hemos expuesto en términos objetivos todo lo que hemos podido indagar y saber con relación al proyecto del Canal. Por un elemental sentido democrático, por un simple deber informativo para con los lectores, y también correspondiendo a la amabilidad de las personalidades que nos permitieron confeccionar –con datos de primera mano–, este trabajo, le hemos añadido a esa información de carácter general sobre el Canal, las opiniones que sintetizan lo que pudiéramos llamar la defensa oficial del proyecto. En lo dicho, pues, están expuestos los argumentos principales que se abonan en favor del mismo. Pero ahora vamos a referirnos al grupo de serias objeciones que también pueden hacérsele. Estas objeciones, no solamente pretenden reflejar el criterio del redactor. También lo que quieren es exponer el estado de la opinión pública de todo el país, en estos momentos extremadamente inquieta ante la envergadura y trascendentales consecuencias de una obra cuya realización no tiene precedentes en nuestra historia, y para la cual no parecen existir razones justificativas, ni geográficas, ni económicas, ni políticas, ni sociales, ni militares, ni de ninguna índole.

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Los varios proyectos que hubo en nuestra historia de dividir la Isla con un canal dieron lugar a protestas populares tanto como a la clásica sátira criolla: la reproducción muestra una caricatura de la Política Cómica (19l2).

Si el lector nos ha seguido hasta aquí, le rogamos que nos siga. Veamos:

¿Una grandiosa inutilidad? El argumento fundamental que se esgrime en favor de la apertura del Canal Vía-Cuba es el de que acortaría las rutas de navegación entre el hemisferio Norte y el hemisferio Sur, ahorrando 400 o 500 millas náuticas a las embarcaciones que tengan que bordear a Cuba por el oeste, y alrededor de 800 millas, para las que tengan que hacerlo por el este. En resumen, los defensores del proyecto presentan a Cuba como un obstáculo físico, situado en el medio del Caribe, atravesado inoportunamente en medio de las rutas marítimas comerciales que vienen de Estados Unidos para el Sur, especialmente para el Canal de Panamá. Este argumento parece algo endeble. Cuba esta ubicada, en efecto, como un obstáculo en medio del Caribe. Ahora bien, como un obstáculo interpuesto entre la Florida y digamos el Canal de Panamá. PERO NO COMO UN OBSTÁCULO INTERPUESTO ENTRE LOS PUERTOS DEL SUR Y EL ESTE DE LOS ESTADOS UNIDOS Y EL PROPIO CANAL DE PANAMÁ. Cuba, por ejemplo, no es un obstáculo colocado en medio de la ruta de los barcos que hacen el tráfico de Nueva York-Panamá. Y no lo es, porque esos barcos, haciendo su viaje normalmente, siguiendo el círculo máximo de navegación PASAN MUY LEJOS DE LAS COSTAS DE CUBA y no tienen necesidad ninguna de bordearla ni eludir su presencia. Por el contrario, atravesar un canal construido en medio de la isla de Cuba, si implicaría para esos barcos el tenerse que desviar. Otro tanto podría decirse de los barcos que comercian entre los distintos puertos del este de Centroamérica y Nueva Orleans. Ellos tienen sus rutas

por el interior del Golfo de México, y para nada tienen que pasar frente a las costas de Cuba. Utilizar el canal proyectado representaría para ellos un inútil, absurdo e inconcebible desvío. Y nótese que hemos mencionado a Nueva York y Nueva Orleans. El ejemplo está justificado, puesto que el 90% de todo el tráfico marítimo entre el hemisferio Norte y el hemisferio Sur se realiza entre ellos y Panamá. De esta manera, el uso del Canal estaría limitado a los pocos barcos que vinieran de La Florida, rumbo al sur; a los escasos buques tramps que se decidieran en medio de sus irregulares rutas atravesar a Cuba; y al reducido comercio de cabotaje que pueda haber entre los puertos del Norte y el Sur de la Isla. ¿Justifican estas posibilidades la inversión de 400 millones? Los editores de la revista norteamericana Time -–a los que no se podría calificar de oposicionistas al Gobierno– parecen pensar que no, puesto que en una nota publicada bajo el título de “¿Una grandiosa inutilidad?”, el pasado 13 de septiembre decían: “La idea completa (la del Canal) tiene la envergadura suficiente como para provocar la pregunta de por qué un canal semejante no ha sido construido desde hace mucho tiempo. La respuesta parecía descansar en las rutas de las cartas de navegación. Lejos de tenderse en medio de docenas de rutas comerciales de importancia, Cuba no bloquea ningún tráfico de significación, excepto aquellos existentes entre el Canal de Panamá y los puertos de la Florida y Carolina. Pero aun en ese caso, el ahorro que ocasionaría el canal cubano sería de 200 millas o menos (el Canal de Panamá le ahorra a la navegación más de nueve mil millas). Y la distancia de navegación entre Nueva York y Panamá, ya de mayor consideración, difícilmente sería acortada en nada por el canal proyectado.” A lo dicho por Time a este respecto, hay que añadirle poco.

Cuba convertida en una base militar Si geográficamente el Canal no está justificado, ¿lo estaría entonces desde el punto de vista exclusivamente estratégico? Esta es cuestión que debe plantearse con toda valentía y sin medias tintas. En el fondo de ello, hay un problema de supervivencia nacional latente, que ni el gobierno puede eludir, ni la opinión pública consentir que se minorice ni oculte. Como quedó expresado antes, el Canal en proyecto parece íntimamente vinculado a la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial. Por él, Cuba pasaría a ocupar un lugar definitivamente preponderante en el conjunto de los planes de estrategia bélica norteamericana, cambiando su categoría de centro geográfico del Caribe por la de centro militar de toda esta vasta zona. Las consecuencias de tal hecho son casi incalculables. Salpicada de bases aéreas y navales (San Julián, San Antonio, Caimanera) y con su territorio atravesado de norte

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a sur por un Canal que cuenta con “carboneras y abastecimiento de combustible de todas clases para buques mercantes y unidades navales y aéreas”, con “aeropuertos de todas clases y dimensiones”, con “refugios para acorazados y buques de guerra”, Cuba quedaría convertida de pronto, de San Antonio a Maisí, en una gigantesca base de guerra. ¿Y qué significaría esto? Son muchas las consideraciones que se podrían hacer. Pero solamente que si bien Cuba quedaría fortificada y presentando un servicio inestimable a Estados Unidos, en cambio quedaría convertida en el blanco más importante e inmediato sobre el cual haría juego en el Nuevo Mundo cualquier nación beligerante enemiga. Sobre las trágicas consecuencias de esto, podría meditar el lector si considera la posibilidad de un bombardeo atómico sobre la pequeña y sufrida área nacional de sólo 114 mil kilómetros cuadrados. Y sépase que no estamos especulando con una posibilidad remota, sino desdichadamente muy real. Además recuérdese que se piensa que en caso de estallar un tercer conflicto bélico, sería muy difícil que ocurra lo que en la pasada guerra, en la cual la acción directa de la batalla se libró lejos de nuestro territorio. Por eso nos preguntamos: ¿Acaso hay alguna razón capaz de justificar el que ensombrezcamos aún más esa terrible perspectiva, transformando nuestra Isla en una base militar cuya destrucción entraría en el grupo de objetivos primarios de un ataque enemigo? Y si ello es así, ¿acaso se ha meditado en la tremenda responsabilidad que supone el construir un Canal cuya mayor significación la habrá de tener desde un punto de vista estratégico? Si no se ha hecho así, ojalá que se haga.

¿Una merma a la soberanía nacional? Otro factor a considerar sería el de las limitaciones que pudiera imponer a la soberanía nacional el establecimiento del Canal. Pese a que en el decreto 1618 se dice que “se procurará que el 50 por ciento del capital concesionario sea cubano”, se hace difícil pensar que haya en el país inversionistas nacionales con 200 millones de pesos dispuestos a invertir en el proyecto (la obra total se calcula en 400 millones de pesos). La zona del Canal, pues, sería desarrollada por capital foráneo, si lo hay dispuesto a ello. ¿Qué consecuencias traería esto? Dados los términos en que se da la concesión, es de suponer que el Canal y los márgenes aledaños pertenecientes al mismo quedan bajo el dominio absoluto de la empresa operadora. Y aún cuando el decreto no lo expresara así, hay la experiencia de lo que significa parte de nuestro territorio en manos de una compañía norteamericana en funciones de producción estratégica (Lengua de Pájaro).

Los 640 metros de la zona del Canal que atravesaría la Isla, entonces, dejarían en la práctica de su territorio cubano, para convertirse en zona de excepción bajo el control de una empresa o gobierno extranjero. Y esto, no es tampoco especular con posibilidades remotas, sino con hechos que pueden convertirse en reales, como lo indica la Historia reciente y actual de nuestro país, y la de otros países hermanos de Latinoamérica. Los autores del proyecto, pues, antes de proseguir adelante, deberían responder cabalmente a preguntas como éstas, que se hace alarmada la opinión pública del país. ¿Justifican los beneficios que se derivarían del Canal la renuncia gratuita de la soberanía nacional sobre una parte importante de nuestro territorio?¿Es que hay alguna razón capaz de justificar la renuncia a una parte de la soberanía nacional?¿Se ha pensado que el pueblo cubano es incapaz de aceptar sin protestar como algo vergonzosamente lesivo a su dignidad, esa entrega gratuita, injustificada, espontánea, de una parte de su suelo al dominio extranjero?¿Pero, y es que acaso la dignidad nacional no ha sido ya ofendida con la simple enunciación del proyecto?

Otras objeciones Para terminar, añadamos estas tres últimas objeciones al proyecto: 1. La región por donde se pretende trazar el Canal está formada por roca caliza porosa. Si se construye éste, ¿no existe el peligro de una intrusión salina capaz de arruinar la vasta zona agrícola por donde el mismo pasa? 2. ¿Qué impacto tendrá la construcción del Canal sobre los demás puertos de la Isla?¿Los afectará a todos, o solamente a los cercanos al mismo? ¿En qué forma los afectará levemente, o en forma definitivamente ruinosa? 3. En cuanto al problema obrero: ?¿acaso la teoría —en sí controvertible— de la necesidad de atraer capital extranjero, supone como condicional la derogación de algunas de las más preciadas conquistas obreras de los ùltimos veinte años?

Palabras finales Y terminamos aquí. El reportaje ya se ha extendido demasiado, y solo nos queda esperar que las autoridades recapaciten sobre el proyecto, o que ofrezcan a la opinión del país las explicaciones capaces de aplacar su incertidumbre. A ese efecto, las páginas de Carteles quedan democráticamente dispuestas a acoger toda opiniòn responsable.

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Diciembre de 1954, Número extraordinario de navidad, pp. 102-108 y 110

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